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Es una pesadilla, dice esposa de Lalo Salazar

Es el único periodista mexicano en Bagdad y vive momentos de terror en medio de los bombardeos; su esposa sabe que es demasiado tarde para que abandone el país
Ciudad de México | Sábado 22 de marzo de 2003 Roberto Rondero | El Universal

Pudo irse a Jordania como tantos otros, pero Eduardo Salazar se supo corresponsal de guerra, de esos seres incomprendidos y para muchos "lunáticos" que cubren un conflicto que no es suyo.

Pero que en medio del escozor y la andanada del brutal bombardeo masivo sobre Irak, una de las tantas jornadas de terror, de las mil y una bombas sobre Bagdad, el jadeo y la respiración entrecortada contrastaban cuando el reportero de Televisa, otrora destacado para transmitir desde las alturas, en el informóptero, y después de 57 días alejado de casa, se emocionaba un par de horas antes en la emisión de En contraste , escuchando la voz familiar y entrañable de su esposa Oana.

Eddie, lo estás haciendo muy bien. No te preocupes, estamos bien, le decía Oana al único corresponsal de guerra de la televisión mexicana. ¡Cuídate mucho! Qué gusto oírte bonita. Es una gran sorpresa. Todo va bien.

Un par de horas después, hacia las 11:10 tiempo de México, sin soltar el teléfono su único enlace con el mundo exterior desde su cuarto en las alturas del piso 16 en el Hotel Palestina, en pleno corazón de Bagdad, la crónica de una guerra anunciada hacía mella en un Salazar en medio de la nada, compartiendo miedo y adrenalina con sus otros dos mosqueteros televisivos: Jorge Pliego, en la cámara, y Gerardo Valerio, como asistente.

La voz de su conciencia era la de Joaquín López Dóriga, dándole el quiú desde Doha en Qatar, el sitio estratégico militar de Estados Unidos.

Los ataques quirúrgicos se tornaron brutales mientras la imagen estática iluminándose cual si fuera de día, daba pie a lo que el reportero vivía: "Es una pesadilla, un infierno en Bagdad. Es una noche muy intensa y terrible para los cerca de 5 millones de habitantes de esta ciudad".

Y remataba: "Joaquín, con cada explosión se nos mueve el pelo y la valenciana del pantalón, pero también el silencio es estremecedor. ¿Quién puede estar tranquilo? Tenemos un miedo intenso en este tercer día de ataques y la ciudad luce vacía entre densas columnas de humo. Es un inicio de primavera que jamás olvidaremos".

Paradójico, en un bombardeo como el vivido, el televisor en el cuarto de Salazar dejó de funcionar, no así el suministro de luz en el centro de Bagdad, donde la guerra psicológica y de rumores acrecientan el temor entre la población y entre los corresponsales de guerra.

Pero tras las explosiones y las ráfagas de fuego aéreo, una tensa calma se apoderó de los enviados, donde el temor principal del camarógrafo Jorge Pliego no era el siguiente bombardeo, sino el destino que tendría su material grabado: "Mi miedo es que me quiten los dos cassettes que tengo grabados. Las imágenes que tengo son una historia que ojalá sirva para darla a conocer al mundo. Tengo un cassette en la cámara y el otro lo metí entre mi ropa, para que no me lo vayan a quitar".

El sonido por televisión de las alarmas hace ver una guerra como jamás se había visto, con cámaras fijas apostadas en sitios estratégicos, así como las instaladas en tanques y unidades especiales del ejército estadounidense y británico, logrando que el televidente sienta en carne propia las etapas estratégicas que conllevan la guerra de un solo lado, y que en breve mostrará según palabras del comandante en jefe del ejército estadounidense el ataque masivo y de concentración de poder jamás visto en la historia de un combate.

Así, la ciudad milenaria afronta una noche más de infierno de guerra, sin rendición aparente de Hussein y con otra urbe como Bazora, bastión iraquí, en manos de las tropas americanas.

Demasiado tarde para irse de esta guerra que no es suya, Salazar y sus mosqueteros salían horas después a las calles de la bombardeada Bagdad, resultado del primer ataque masivo para comprobar el grave recuento de daños que por desgracia, continuará y se intensificará conforme los planes de la inteligencia militar así lo decidan. Es el oficio reporteril ante el peligro, sin medir que está en juego la propia vida.

Lo peor, por desgracia, está por venir...



 

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