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Sin protocolo, hablan de frente

Juan Arvizu| El Universal
Viernes 27 de abril de 2012

juan.arvizu@eluniversal.com.mx

HUAMANTLA, Tlax. -Estos son los diálogos al desnudo, entre Enrique Peña Nieto y obreras de la confección de ropa deportiva, aquí en la fábrica, al pie de las máquinas de coser, en los pasillos de producción, en un laberinto de telas, hilos, prendas acabadas, en una planta industrial de 12 mil metros cuadrados, donde las mujeres han saltado de la timidez al arrebato, y los varones desaparecen en su pasividad.

Como si hubiera llegado al Club de Banqueros o con el Grupo de los Diez (los empresarios más prominentes de Monterrey), concentrado en su petición de apoyo a su candidatura, Peña Nieto entra a la nave industrial en que por casualidad se confeccionan camisetas deportivas que él usa en sus rutinas físicas.

Busca romper el hielo al saludar a las obreras ante sus máquinas. Siguen sentadas, miran de soslayo, pero conforme avanza el candidato tomándose fotos con quienes derriten primero su inhibición, la zona se convierte en área de peticiones, señalamientos al político, y hasta reprobaciones a sus ofrecimientos de que sí cumple, que habrá mejores salarios, beneficios sociales, un México mejor.

"No le creo", llega a escuchar de mujeres que se sinceran: "Los políticos nos llenan la cabeza de promesas y después no se acuerdan del pobre".

Comentan a Peña Nieto sobre los quebrantos de la vida diaria, y al final de la vista, el dueño de la fábrica Zentrix, Isaac Assa, le obsequia una playera de la Selección Nacional de Futbol, con su nombre sin número, que allí confeccionan las obreras con las que ha dialogado sin más protocolo que hablarse de frente.

Es cuando las mujeres se transforman, y levantan un coro: "¡Que se la ponga! ¡Que se la ponga!" Y gritan una condición, que antes se quite la camisa de campaña. Hay revuelo. Peña Nieto se hace el sordo y se enfunda la camiseta negra de la Selección, con líneas rojas en la manga, hilos dorados en su nombre en la espalda. Y no conformes, las mujeres en un impulso colectivo, solicitan algo nunca dicho a un candidato presidencial: "¡Vuelta! ¡Vuelta!"

Hay de todo en este diálogo, porras, adhesiones, incredulidad, y el común denominador es el reclamo de mejores salarios. La campaña sigue.

LES PIDO SU APOYO

Georgina Trujillo, la coordinadora de la campaña para la cuarta circunscripción, una de las cinco partes en que está fraccionado el país en lo electoral, observa a Peña saludar a las obreras y a los operadores de máquinas, que pueblan la nave industrial en la que el trabajo es interminable. Hay mil 200 trabajadores, al momento de la visita. Es la primera vez en años que hay gente que no se para a saludar al político, que llega en horas de trabajo, al pie del cañón.

-- Buenos días, ¿cómo les va?„Ÿ, saluda y recibe como respuesta sonrisas tímidas, miradas indecisas. Peña Nieto, allí, entre ellos, en ese lugar recóndito. No es posible. Es algo producto de la imaginación, quizá.

-- Les pido su apoyo„Ÿ, les comenta a algunas personas, humildes trabajadores todos, observados por el dueño Isaac Assa y la directora de la planta Margarita Nájera.

-- ¿Cómo les va?„Ÿ, y tanta cortesía sorprende.

Empieza la magia de las fotografías. Ellas se acercan. Los obreros varones ("¿pues cómo? Chale") se abstienen sin excepción de caer en la tentación de la foto con el candidato. Enrique Peña tiende la mano, aprieta la diestra, sonríe, pide el voto, el apoyo, da las gracias. Trabaja.

Se detiene donde el hilo blanco une las partes de una camiseta deportiva y reconoce el emblema de la maca, "la que yo uso", dice. A la obrera le brillan los ojos, ahí está uno de los clientes de esa prenda. Mucho gusto.

Con sigilo una operadora le da un papel al candidato, y le dice que lea su escrito, que es una petición muy sentida. En el escrito relata que gana 78 pesos diarios y aunque hay bonos de productividad, "la meta es muy alta", inalcanzable, y el dinero que se gana no alcanza.

Ha venido Peña Nieto a un recodo de la realidad, la que quiere gobernar. Y encuentra voces que le confirman lo mal que están las familias. La nave industrial tiene pausas, ya que es posible hablar y oír entre suaves murmullos de las máquinas de coser que emiten un monótono canto metálico: rrrrr.

-- ¿Cómo va la competencia con China?„Ÿ, pregunta Peña al dueño de la fábrica.

-- Estamos en posibilidad de contratar a tres mil personas más, con planes comerciales que se han venido a este lado del Pacífico.

-- ¿En cuánto tiempo capacitan a un trabajador?

-- En 60 días„Ÿ, responde Issac Assa.

-- ¿Tienen mucha rotación de personal?

-- Es muy baja.

-- ¿La gente es estable?

-- Es muy noble y respetuosa.

CONSTRUYE SU BUENA SUERTE

Ha logrado Peña desinhibir a la gente. Se escurren entre lugar y lugar y en operación hormiga se ponen a su lado y se acomodan las trabajadoras y se toman la foto con el candidato. Más adelante dirá que quiere el voto para construir un México mejor, y que la buena suerte se construye.

El colaborador -sombra de Peña Nieto-, Jorge Corona recibe los celulares de quienes quieren la foto del recuerdo. Una, otra y más. Y en esos teléfonos modestos, de mirilla reducida el candidato acerca más su cara al rostro de las obreras para compartir un espacio que pueda entrar en esos minúsculos artefactos de comunicación.

Entran en calor todos; operadores, jefes, hombres, mujeres. Queda un recato deshilachado, pero al fin, cierto rubor sobre todo de señoras muy tímidas que ante la posibilidad de tomarse una foto con el político si dan cinco pasos se quedan atornilladas en su silla de trabajo, hasta que sus compañeras las jalan y las llevan con el candidato que les dice: Foto-foto.

Pasillo tras pasillo, Peña abre su camino. Oye la urgencia de que "nos suban el sueldo. ¿Usted cree que se pueda vivir con 500 pesos a la semana?" Ofrece que trabajará por mejorar los salarios, y les responden, "¿De veras?"

Una mujer propone que las capaciten, porque después de 20 años de costureras es difícil seguir en la misma ocupación y hay que dedicarse a otra cosa.

A los que ve distantes, Peña los saluda con un ademán, mano en alto, y sonrisas a los cuatro puntos cardinales. Y lo rodean más señoras preocupadas por los problemas cotidianos, y les dice que habrá pensiones y seguro para todos, y un salario mejor, "esto lo van a ver", asegura el priista con absoluta resolución.

Los pasillos no terminan. Recorre uno y se abre otro. Las obreras saben esperar: "Nos tiene que tocar", se dicen mientras ven acercarse al candidato a su área de trabajo.

-- Ya les digo, lo voy a ir a besar.

-- A que no.

Y Karina Rojas se avienta. Se escurre entre los que se toman la foto con Peña, lo jala del brazo, el hombre voltea, sonríe como si la hubiera estado buscando, la obrera se queda mirándolo y en ese segundo él le gana la iniciativa y le planta un beso en la mejilla.

Suficiente para que en toda la planta escuche el escándalo festivo. El beso de Enrique Peña Nieto a una de las obreras.

Avanza entre operadoras que si son jóvenes, la mayoría son madres solteras y si se trata de cincuentonas, esperan el retiro y trabajo para sus hijos.

La cosecha de tímidas es inacabable, hasta que llega el candidato al comedor, donde lo esperan más de 300 mujeres sentadas con un refrigerio „Ÿhojaldras de mole y agua de jamaica„Ÿ, que compartirá con ellas. Pero la aglomeración en el espacio de los alimentos motiva las risas, la alegría y la decisión de abrazar al visitante.

Una mujer madura come su torta, cuando a su lado pasa Peña y éste le da una palmada en el hombro y ella a dos manos sigue comiendo con gestos de desagrado, mientras que el salón encierra una porra.

María Tulia Munguía Ramírez, una operadora de 51 años de edad, que estaba indecisa, por fin avanza se acerca al candidato, para hablar con él. No quiere otra cosa más que decirle que su esposo está enfermo del corazón y que necesita su apoyo.

Asegura el priista que ella tendrá una respuesta, que le de sus datos a un hombre de chaleco del correo del candidato.

Pasa a manos de otra señora con una protesta: Los políticos nos prometen, nos llenan la cabeza, y luego no se acuerdan del pobre. Esa mujer menuda, morena, se llama Irelda Burgos, de 28 años y cuatro hijos, y el candidato la mira sin prisa, la escucha y cuando cree que ella ha terminado, todavía escucha: Tantas promesas se las lleva el viento. Lo comprometido se va a cumplir, le dice.

María del Ángel de Villa García, una señora que peina canas y trabaja duro en la máquina de coser, abre su teléfono celular y lo muestra al candidato: "Yo soy priista de hueso colorado, y mire: cuando era presidente Miguel de la Madrid, me tomé una foto con él. Ahora quiero una con usted". Concedido al instante.

Luego, cuando dirige unas palabras a las mujeres con las que compartiría el refrigerio, les dice algo que mueve las emociones femeninas:

"Saludo a estas bellas y entusiastas mujeres que he encontrado en esta planta". No quería dar la espalda a nadie y encuentra una aparente solución, "voy a estar de ladito", dice, y activa el ánimo jovial femenino que levanta una ovación, que anticipa el grito audaz con el que le pedirán dar vueltas para posar la camiseta de la Selección Nacional de Futbol.

-- Usted, ¿a qué equipo le va?„Ÿ, le pregunta una señora.

-- Como mexiquense, al Toluca, y como Presidente, a la Selección Nacional.

Este viernes la campaña va a Puebla.



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