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Sólo desesperanza, ante clamor de ayuda

Ignacio Alvarado Álvarez| El Universal
Lunes 09 de mayo de 2011
Slo desesperanza, ante clamor de ayuda

. (Foto: ARCHIVO EL UNIVERSAL )

Su hijo desapareció desde hace un mes; el desdén de autoridades a las que recurre es la constante

María Ignacia González está derrumbada al otro lado de la línea telefónica. “Por favor ayúdeme. Yo ya le he pedido a los gobernadores y al Presidente que me ayuden, pero nadie me ayuda”, exclama entre sollozos.

Hace un mes exacto que su hijo, Andrés Ascención Téllez González, de 37 años, y un vecino suyo, Braulio Hernández Bravo, de 22, presumiblemente fueron secuestrados mientras transitaban por carretera hacia Nuevo Laredo, la noche del domingo 27 de marzo.

Habían cruzado Monterrey y se hallaban, según dijo Andrés a su madre, aproximadamente a dos horas de alcanzar la frontera.

La última llamada que recibió de su hijo —dice María Ignacia— sucedió a las nueve de la noche de ese día. Andrés le marcó desde su celular y le dijo que minutos antes habían cruzado un retén, en donde lo despojaron de 200 pesos.

Andrés y Braulio habían viajado desde la mañana a bordo de una Ford F-150 del 93, blanca y con matrícula de Puebla SE 41237. Ambos salieron de Toltempan (Chignahuapan), un pequeño poblado a las faldas de la cordillera que divide a ese estado de Veracruz.

Tenían como destino Laredo, Texas, la ciudad en donde residía Andrés Ascención, quien se naturalizó estadounidense y laboraba como chofer de transportes de carga en una compañía local.

Quien conducía la camioneta en ese tramo final era Braulio. Andrés alcanzó a contarle a su madre que en el retén les solicitaron identificaciones y él les mostró su licencia de manejo expedida en Estados Unidos. Querían más documentos, o quizás dinero, porque fueron retenidos y les preguntaban con insistencia si era todo lo que traían.

“Ya me identifiqué, qué más quieren”, les dijo Andrés, según la reproducción hecha a su madre en esa última llamada.

Tuvo que soltarles 200 pesos para que los dejaran continuar, porque Braulio no traía licencia de manejo.

Es lo que hablaba con su madre cuando comenzó a gritar porque alguien los seguía: “¡Dále Braulio, dále!”, escuchó su madre antes de que la comunicación se cortara.

El periplo

María Ignacia no volvió a recuperar la calma, sobre todo después de que el teléfono celular de su hijo jamás volvió a estar en servicio, dice.

El lunes 28 llamó a la casa rentada por su hijo Andrés en Laredo. Le dijeron que no había llegado nadie en casi un mes. Se comunicó entonces a la compañía donde trabajaba y tampoco le dieron noticia sobre su paradero. Dos días después decidió interponer una denuncia por desaparición ante autoridades de Chignahuapan y al día siguiente se trasladó a la capital poblana en busca de apoyo institucional.

Buscó infructuosamente una entrevista con el gobernador Rafael Moreno Valle. La solicitud no prosperó más allá de un funcionario menor, adscrito al área de atención ciudadana. En vez de brindarle ayuda formal, el empleado destruyó el poco ánimo que llevaba.

“Me dijo que en Tamaulipas secuestran a los hombres para reclutarlos y que si se niegan los matan.. ¡Ay no, no me diga eso!, le dije yo”.

En Puebla acudió ese mismo día a la Casa del Migrante, donde finalmente la remitieron a la delegación de la Procuraduría General de la República (PGR). En la delegación recibieron su denuncia, pero lo hicieron mal: en vez de decir que la desaparición se produjo en algún tramo de la carretera Monterrey-Nuevo Laredo, la ficha de búsqueda señala que se perdió el contacto mientras viajaban en el tramo de Reynosa a Nuevo Laredo.

María Ignacia jamás viajó al norte de Tamaulipas, cuyas carreteras conocía bastante bien Andrés. Por alguna razón que ella misma atribuye a ese desconocimiento es que viajó por autobús, junto con otra de sus hijas, hacia Matamoros. Allí la experiencia recrudeció. “Me trataron muy mal. Me dijeron que qué hacía allá, que si no sabía que era muy peligroso, que mejor me regresara porque no podían ayudarme”. Partieron entonces a Reynosa.

“Allá nos trataron también muy mal, y yo creo que nomás nos aceptaron la denuncia por lástima, porque yo les pedía ayuda, que me ayudaran a encontrar a mi hijo”.

Quienes levantaron su denuncia le dijeron que lo mejor sería que se tomara muestras de ADN y que esperara lo peor. “Fue terrible, no sabe cuánto dolor siente una que le digan eso”, dice la madre.

También buscaron desalentarla en su búsqueda, cuando les dijo que iría a Nuevo Laredo. “Allá está peor, es mucho más peligroso, mejor ni vaya”, cuenta María Ignacia que le recomendaron. “Su hijo es uno más de la lista”.

Volvieron, ella y su hija, a la ciudad de México. Fue en esta ciudad donde tuvieron noticia del Comité de Derechos Humanos de Nuevo Laredo e hicieron contacto con el organismo, el 12 de abril.

María Ignacia y su hija se dirigieron hacia Nuevo Laredo. Desde esa ciudad han viajado a Monterrey para buscar entrevistarse con el gobernador y el procurador de justicia. Lo mismo ha intentado con los homólogos de Tamaulipas. Nadie las ha recibido.

Estos 15 días imprimieron volantes con las fotografías de Andrés y de Braulio. Quieren que sus rostros dejen el clandestinaje de la denuncia ministerial, pero hasta esa posibilidad parece negárseles. “No hallamos postes ni ventanas en dónde pegar los volantes porque ya están llenos con otros volantes de más desaparecidos”, cuenta.

“¿Qué voy a hacer? Yo quiero que me regresen a mi hijo. Tengo mucho miedo. Es muy doloroso estar así, sin saber nada, sin que las autoridades digan nada, sin que hagan nada… Lo único que le pido al Presidente, a los gobernadores, es que me ayuden”.



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