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Monsiváis, de aquí a la eternidad

Testimonio: Antonio Navalón| El Universal
Domingo 20 de junio de 2010

Con Carlos Monsiváis la única certidumbre es que nunca estaba seguro.

Siempre quiso cultivar el sentido crítico, la esperanza perdida pese a la realidad, luchar contra todo y pese a todos, especialmente contra lo que se creía que ya se sabía.

Sin embargo, su pertenencia a la inmortalidad le impulsó a luchar, una y otra vez, contra el desconocimiento, creyendo en la bondad de la gente y que a pesar de aquellos que nos gobiernan, lo bueno que la mayoría tenemos dentro triunfaría.

Cuando echamos a andar Sobremesa, Carlos tenía, como siempre, escepticismo: su conocimiento tan profundo de la vida y de la gente le llevaba a ser escéptico y, al mismo tiempo, tímido entusiasta.

El mayor problema de trabajar con él es que la duda permanente le hacía estar siempre en cuestión. Lo primero que hacía al terminar cada programa era preguntar “¿Cómo estuve?”

Ya llegó a donde quería, a transitar por el valle de la muerte de John Ford, para encontrar lo verde de mi valle que hay en el jardín de la eternidad.

Por fin ya, con José Saramago, podrá filmar su película Dos cabalgan juntos, porque ambos amaban sobre todas las cosas la prosa, el dominio de la pluma, pero también creían como Celaya que la poesía y la cultura necesitan “tomar partida hasta marcharse”, eran hombres de principios que defendían a la izquierda.

Carlos ahora podrá saber qué queda en la vista del ojo de John Ford, estará siguiendo los pasos de Fred Astaire y Ginger Rogers mientras suena la pieza El Continental, pero sobre todas las cosas, estará tratando de entender la fragilidad, fortaleza de Blanche DuBois, y lo que representa Kowalski en ese tranvía llamado deseo que fue su vida.

Ya llegó… ya podrá hacer la crónica eterna y preguntarle a Shakespeare el por qué de sus personajes tan adelantados para su tiempo, podrá compartir con el propio Cervantes lo que es creer en la bondad humana y afirmar que la única eucaristía es luchar, aunque parezca inútil, por conseguir que seamos alguien mejor.

Pero sobre todas las cosas, Monsiváis hizo algo que nadie me ha hecho y nadie me volverá a hacer, añorar ser un gato.

Después de haber pasado toda su vida tratando de incrementar los niveles de libertad, de autoconocimiento, autoestima y cariño individual para presionar a los que abusan de los demás, su corazón era cautivo de un montón de gatos.

Por eso, aunque yo no tuviese siete vidas ni cuatro patas, siempre cuando hablaba con él le decía: “¿Qué no haría por ser tu Miau Tse Tung?”

Solo había una cosa que le gustaba más que los libros y las películas, la gente. Hubo un palacio en el que siempre se sintió bien: la banqueta.

Gracias a Carlos, por tolerar la situación de perpetuo deudor en la que vivió para legarle al pueblo de la ciudad de México las obras acumuladas en el museo del Estanquillo.

Nunca quiso tener más que una fortuna: que alguien con una letra, una foto, un grabado, una obra de arte o una película siguiera aprendiendo…

Con gratitud para nuestro eterno Monsi…

 

 



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