Al más puro estilo Monsiváis, una noche de hace casi 25 años nos llamó para decirnos que había muerto Juan Rulfo y que lo recogiéramos no recuerdo dónde para ir juntos a darle el pésame a la esposa y a los hijos del enorme escritor. Fuimos de los primeros en llegar, porque Monsi se enteraba de todo antes que nadie.

Ayer el escritor y periodista Carlos Monsiváis no se le pudo adelantar a nadie a confirmar la noticia de su muerte. A confirmarla, porque ya la había anticipado. Y ni falta que hizo, porque, también al más puro estilo Monsiváis, una fiebre monsivaiesca de llamadas y tráfico de mensajes congestionó líneas telefónicas, correos electrónicos y redes sociales.

Torrentes interminables de conversaciones, supuestamente sobre la ausencia de Monsiváis, pero en realidad con Monsiváis en el centro, se precipitaron sobre la capital y otros puntos, con sus frases, sus crónicas, sus libros, sus gustos, sus gatos, sus colecciones, sus amistades, sus enemistades, sus anécdotas, sus alegrías, sus amarguras, sus rupturas, sus reconciliaciones…

Pero más allá de sus expresiones brillantes, de sus memorables excentricidades, de su intensa producción cultural, de sus odios o de la generosidad con que donó sus valiosas colecciones, quizás el legado central de Monsi está en su enorme contribución al ensanchamiento de la franja de la sociedad mexicana que desde los años sesentas empezó a entender la modernidad como libertad, o como suma de libertades: políticas, sindicales, artísticas, espirituales, sexuales...

Contra lo que sus habituales abajo-co-firmantes se propusieron, los efectos de sus mensajes no fueron definitorios en las coyunturas en que se involucró. Los efectos de la vida y la producción de Monsiváis son de largo plazo: la ruptura de los patrones culturales de la solemnidad autoritaria. Por eso lo marginal en el centro, de su libro sobre Novo, se expresa hoy en la gran movilización que despierta una despedida de Monsi que en realidad es la instalación duradera de Lo Monsiváis en el centro.