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EU: migrantes en resistencia

CAROLINA ROCHA MENOCAL / PERSPECTIVA 13| El Universal
Domingo 09 de noviembre de 2008
Al menos 12 millones de personas esperan un ‘milagro’: su legalización. En el Consulado de Chicago recomiendan no firmar ningún documento de deportación

 

 

Para pocos, como para Flor Crisóstomo, una indígena zapoteca originaria de Ocotlán de Morelos, Oaxaca, ‘en resistencia’, significaron tanto las elecciones del 4 de noviembre en Estados Unidos.

 

Barack Obama es su esperanza y, dice, la de al menos 12 millones de indocumentados en ese país.

 

Flor fue arrestada en la primera redada masiva impulsada por las autoridades migratorias de EU contra trabajadores ilegales mexicanos en 2006 y desde entonces se ha convertido en activista a favor de los derechos “del pueblo indocumentado”.

 

Pasó 30 horas bajo arresto pero ella nunca firmó su deportación.

 

 

Se puede pelear la deportación

La cónsul de Protección en Chicago, Ioanna Navarrete, dice: “Recomendamos que no firmen hasta contactar un abogado o al Consulado, porque pueden pelear la deportación”.

 

Sin embargo, a principios de este año, la indígena no evitó que se le pusiera fecha de salida para el 28 de enero de 2008.

 

Por ello, desde hace más de nueve meses ha vivido esperando un milagro: su legalización y un punto final a las “deportaciones masivas y separación de familias promovidas por el gobierno de George W. Bush”.

 

Su refugio es la santuario metodista Adalberto, en un barrio puertoriqueño de Chicago, Illinois, que también auspició a Elvira Arellano, una activista mexicana, que fue separada de su hijo estadounidense cuando autoridades migratorias la deportaron a México, en agosto de 2007.

 

 

Tristeza y recuerdos

Flor Crisóstomo cruzó de mojada en 2000 dejando atrás madre e hijos.

 

La apertura de la carretera de cuota a Acapulco, Guerrero, desvió el flujo de visitantes y su dinero fuera de Iguala y en particular de Sabana Grande, donde tanto ella, como su madre atendían una lonchería.

 

“Todo se vino abajo”, describe Josefa, su madre y quien desde hace ocho años se encarga de sus tres hijos.

 

“Le dije o te vas tú o me voy yo”, recuerda mientras observa un terreno invadido de hierba seca y en el que nunca se fincó el sueño por el que Flor partió: una casa.

 

“No había sustento para nosotros, para nuestra educación y pues se separó de nosotros”, indica el primogénito de Flor, Josué, y también el único que la recuerda.

 

Juan Carlos tenía cuatro años cuando Flor migró y Paloma, la menor, solo dos.

 

Pero, hoy más que nunca, la vida en Sabana Grande ha empeorado. El dinero llega a cuentagotas, pues a falta de un trabajo, Flor hace joyería oaxaqueña dentro de la estancia principal de la segunda planta del templo.

 

“Lo poquito que nos manda es para sus hijos, diario les doy 150 pesos para que vayan Iguala a la escuela”, dice Josefa.

 

A sus 14 años, Josué trabaja de peón cuando hay chamba.

 

“La verdad me dan ganas de irme allá (en EU), para que mi mamá regrese, aunque yo mantenga a mi familia”, dice Josué con el rostro descompuesto.

 

Tanto él como sus hermanos han propuesto a Flor que vuelva, pero saben que “sería poner fin a estudios y aspiraciones”.

 

Paloma, la menor, a penas puede retener el llanto cuando se le pregunta sobre su madre.

 

Sólo alcanza murmurar que lo que más desea es “abrazarla, verla” porque sólo la conoce en fotos y en un video que les mandó.

 

Flor no se rinde. Pelea por su causa

“Tenemos que tener el coraje de enseñarles a nuestros hijos a defenderse”, dice Flor sentada sobre su cama en Chicago. Sostiene la única foto actual de sus tres niños y asegura con un llanto rabioso: “Yo solamente terminé la secundaria y les digo estudien porque la única satisfacción que quiero llevarme es no haber agachado la cara ante ningún gobierno”.

 

 



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