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Denuncia tortura y racismo

ANA ANABITARTE/CORRESPONSAL| El Universal
Viernes 13 de junio de 2008
Acusa a policías de golpearlo y amenazarlo con tirarlo al río; me dijeron que volvería a mi “país de indios”. Pide al Presidente exigir justicia ante el gobierno español

MADRID.— Alejandro Ordaz dice que es inocente. Lo repite una y otra vez desde la sala de comunicaciones del Centro Penitenciario de Sevilla (sur de España), en la que concede una entrevista, la primera, a EL UNIVERSAL.

Reconoce que se siente fatal al estar en prisión, al despertar cada día encerrado en una celda; que le cuesta dormir, tiene pesadillas y que sueña que se escapa y que tiene miedo a ser declarado culpable.

También asegura que no es justo que por haberse peleado con unos policías pidan una condena para él de 36 años de cárcel. “Más que para un asesino o un violador, cuando yo no he hecho daño a la sociedad”, denuncia.

Se defiende con el argumento de que se enfrentó a ellos porque no sabía que eran policías y sintió “un arranque de pánico al pensar que me querían secuestrar”.

Le pide al presidente Felipe Calderón que se interese por su caso y que durante la visita que realiza a España exija a su homólogo, José Luis Rodríguez Zapatero, que se haga justicia.

El pasado 8 de marzo, la vida de Alejandro Ortiz, de 29 años, dio un vuelco. De ser un brillante estudiante mexicano residente en la ciudad andaluza becado por el Conacyt para realizar un doctorado en energías renovables, se convirtió en un preso más de la cárcel de Sevilla. De vivir en un cómodo departamento de la calle San Juan de la Salle en el barrio de la Macarena, con su compañero y amigo desde hace más de una década, el también estudiante mexicano José Alberto Vite, pasó a ocupar una pequeña celda del penal, junto a un hombre acusado de violencia doméstica. Y de tener un futuro profesional y personal —se casaba este mes de julio con su novia Rocío—, ahora se enfrenta a una posible condena de 36 años de cárcel.

Aquella noche, Alejandro había salido a tomar unos tragos con Vite. A las dos de la madrugada el joven, que “había bebido más de la cuenta”, como él mismo reconoce, salió solo del bar Amazonia, que se encuentra a pocos metros de su casa. Por el camino fue detenido por dos policías que iban vestidos de civiles, que al parecer le confundieron con un chico que esa noche estaba acosando a tres mujeres. Aunque le mostraron la placa, el joven pensó que lo iban a secuestrar y la emprendió a golpes. Ahora se enfrenta a dos delitos de tentativa de homicidio contra la autoridad, un delito de lesiones y otro de amenazas.

“Cada vez estoy peor aquí encerrado”, explica a través de un vidrio. “Estoy muy agobiado y sicológicamente me encuentro mal”, añade. “Yo no soy un delincuente, nunca he hecho daño a nadie. Para mí todo fue una pelea fruto de un malentendido. Yo nunca quise atacarlos y jamás les apunté con el arma ni les intenté disparar. Les pegué en defensa propia porque al ir vestidos de civil no pensé que eran policías”, se justifica. “Yo no sabía que en España había policía secreta”, añade.

De su vida en la cárcel asegura que está en un módulo tranquilo y que no ha tenido problemas con nadie, aunque cuenta que estar rodeado de asesinos, de violadores y de narcotraficantes “te hace vivir siempre en alerta, porque no sabes en qué momento pueden explotar”.

Cuando los internos salen al patio, Alejandro se suele sentar en una esquina con la computadora y aprovecha el tiempo para estudiar. Además, trabaja limpiando galerías y en la biblioteca.

Su padre, Esteban Ordaz, que ha dejado su trabajo de policía en Guanajuato para trasladarse a vivir a Sevilla, es quien lo visita cada domingo por la mañana. Aunque también acaban de estar con él su novia Rocío y su madre Isabel. “Yo no quería que vinieran aquí porque es muy duro entrar en una cárcel y ver todo esto”, relata. “Pero se empeñaron porque no estaban tranquilas después de saber los golpes que me habían dado cuando me detuvieron”, cuenta. “Al verlas yo me derrumbé. Ver a mi madre llorar me afectó mucho y no pude contener las lágrimas. Sentí muy feo de haberles causado tanto dolor”, añade.

Alejandro también lo pasa mal cuando sale a hacer “diligencias”: a testificar ante el juez. “En ese momento es cuando tengo contacto con la policía y me tratan peor que a los demás presos, creen que soy una amenaza porque saben que he pegado a dos de sus compañeros y yo los siento muy hostiles”, dice.

Ordaz también pasa miedo porque recuerda las torturas que dice que sufrió cuando fue detenido y mantenido incomunicado en los calabozos durante 48 horas. “En esos dos días entraron varios policías al calabozo y me pegaron con las pistolas, incluso me la metieron en la boca varias veces, me insultaron; el jefe me dijo: te vamos a regresar a tu país de indios, me mintieron y me aseguraron que los dos policías con los que me había peleado se habían muerto, y me amenazaron con tirarme al río”, denuncia.



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