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Una larga noche de incertidumbre

JORGE OCTAVIO OCHOA| El Universal
Domingo 01 de julio de 2007
Hay rostros de enojo, de consternación. La plancha atiborrada del zócalo es el único aliciente para lo que se viene. Porfirio Muñoz Ledo frunce el seño, mira a Andrés Manuel López Obrador

Hay rostros de enojo, de consternación. La plancha atiborrada del zócalo es el único aliciente para lo que se viene. Porfirio Muñoz Ledo frunce el seño, mira a Andrés Manuel López Obrador. Ya esperan una actitud adversa del IFE, la respiran, la presienten, pero no salen de su asombro.

“Ya desde las 11 de la noche teníamos la sensación de que algo turbio había ocurrido; el freno intempestivo del PREP, el silencio de Luis Carlos Ugalde. De haber ganado ellos, lo habrían publicitado inmediatamente”, dice uno de los hombres que estuvo cerca de López Obrador esa noche.

“Es monstruoso, gobernadores priístas actuaron contra Madrazo y se aliaron al PAN”, dicían en corrillos por el hotel Marquis a la una de la madrugada del 3 de julio. “Esa es la naturaleza de los priístas”. Pero a esa hora sólo era una percepción, no una certeza. “No habíamos dimensionado el tamaño de la traición”.

“Pasadas las 11:00 de la noche, la sensación de que algo se fraguaba creció en el ánimo de todos, fue entonces cuando Andrés Manuel salió al salón del hotel para dar la primera conferencia”, relata esta fuente.

En el Hotel Marquis, un mar de reporteros aguarda su llegada. La luz de los candiles ya inunda el lugar, pero los flashes de las cámaras platean más el ambiente.

Entonces el candidato hace pública una presunta ventaja, “de más de 500 mil votos” sobre Felipe Calderón, pero no aclara de dónde vienen esos datos. Había roto así con el compromiso de no adelantar cifras. Minutos después lo haría el PAN. El anuncio de López Obrador únicamente sirve para tensar más los músculos de los rostros.

Aquella noche no se veía una faz de triunfo, sólo mandíbulas apretadas.

Decía haber ganado, pero su expresión era de desconcierto. El cabello alborotado, sobre su pulcra vestimenta y el impecable traje gris oscuro hacían más notoria esa percepción.

Jesús Ortega había aparecido poco antes de las 11 de la noche, acompañado por Javier González Garza y los dirigentes del PT y Convergencia, en el salón principal del Hotel Marquis, con cara enjuta.

¿Cómo van? Le preguntan, al paso, a Jesús Ortega. “Ahí vamos, ahí vamos”, responde parco, con una media sonrisa y subió al estrado del salón, para esperar a López Obrador.

En el ambiente se profundiza la incertidumbre. López Obrador busca asumir la posición de ganador, con un mensaje ecléctico, pero sólo contribuye a imbuir más desconcierto.

“…Yo no odio, soy un hombre feliz y extiendo mi mano franca para los que considero mis adversarios, nunca los he visto como mis enemigos”. Más tarde, en el Zócalo, empezarían los primeros llamados a la multitud para evitar el fraude. Unas horas más tarde, su contrincante se convertiría en “el espurio”.

Desde temprano, en la plancha del Zócalo se tenía todo listo para el festejo. López Obrador acude ahí y ratifica su versión sobre el supuesto triunfo, pero deja entrever una maniobra de la autoridad electoral.

En el Marquis esperan muchos de sus seguidores, militantes, colaboradores y periodistas. El estruendo del Zócalo se convierte en silencio. No hay festejo ni ambiente de ganador. El candidato se encierra en el Penthouse con algunos de sus colaboradores. Poco a poco se vacía el salón.

En el hotel Marquis todo se vuelve silencio. Colaboradores cercanos de López Obrador recuerdan que al principio, el ambiente era algo parecido a la depresión, pero en las horas siguientes se volvió indignación.



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