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Las promesas pendientes de AMLO

ALBERTO AGUIRRE| El Universal
Domingo 01 de julio de 2007
En Chiapas, el tabasqueño prometió durante la campaña presidencial de 2006 edificar una universidad para los jóvenes de la región y la construcción de un aeropuerto internacional que permitiese a los visitantes extranjeros conocer la Zona Maya

PALENQUE, Chis.— Faltaban cinco meses para las votaciones del 2 de julio y, en su calidad de indiscutible puntero en la carrera presidencial, Andrés Manuel López Obrador podía decir y hacer cualquier cosa.

Iniciaba febrero de 2006. El candidato de la coalición Por el Bien de Todos llevaba tres semanas de gira, mientras que el priísta Roberto Madrazo encaraba los rumores de su relevo como candidato y el panista Felipe Calderón Hinojosa alargaba una cadena de reuniones con organizaciones no gubernamentales, en tanto se vivía una guerra doméstica en su cuartel de contienda.

A las 8:30 horas del miércoles 1 de febrero de 2006, López Obrador vació sus bolsillos, antes de cruzar los detectores de metal de la sala de abordaje, en la terminal 2 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Su pase de abordar marcaba el vuelo 322 de Aeromar, con destino a Xalapa, donde iniciaría un recorrido que atravesaría el río Papaloapan, tendría una multitudinaria en Villahermosa y acabaría en Mérida.

El viaje empezaba de lo mejor. A la comitiva se incorporaban el general Audomaro Martínez y su vocero, César Yáñez Centeno, el genio detrás del estreno del programa La otra versión en TV Azteca.

Al candidato presidencial le tocó el asiento 1-C del aparato ATR-42, de fabricación francesa, cuyo único defecto es tener a la primera línea de asientos, en la cabina de pasajeros, de frente al resto.

“No la amuelen. Tengo que escribir y la verdad me mareo si voy de espaldas”, se quejó López Obrador en voz alta y casi de inmediato el empresario cordobés Luis Gabriel Valderrábano le ofreció intercambiar asientos. Se conjuró así un viaje incómodo y comenzó una conversación de 30 minutos, sin matices ni apocamientos.

“A ver, ¿qué haría si no lo dejan llegar, si le pasa lo que a Cuauhtémoc Cárdenas en el 88?”, le preguntó Valderrábano. El Pico de Orizaba se observaba desde la ventanilla.

“Si pierdo las elecciones, me voy a La Chingada”, respondió López Obrador, con los ojos entrecerrados.

Silencio. Hasta que el candidato presidencial preguntó al que estaba a su lado:

“¿Y tú sabes dónde queda? ¿No? Mira te voy a explicar: yo tengo una finca en Palenque, es donde pienso pasar mis últimos años haciendo lo que más me gusta: leer y escribir”, dijo con una sonrisa en los labios.

Andrés Manuel López Obrador podía decir y hacer lo que quisiera en ese momento de la campaña presidencial de 2006: estaba en la cima de las encuestas. Y lo mismo que dijo a sus fortuitos compañeros en ese pequeño avión, rumbo a Xalapa lo repitió al día siguiente, cuando se despedía de algunos ejecutivos de Televisa, que lo recibieron en El Santuario, en Valle de Bravo.

***

El norte de Chiapas es el refugio de la familia López Obrador, desde hace 36 años.

Los padres de AMLO llegaron aquí, luego de una breve estancia en Agua Dulce, Veracruz. Salieron para Villahermosa, donde habían residido durante 15 años, a la muerte de su hijo Juan Ramón, el 9 de julio de 1969.

Ese día, en “Novedades Andrés” —en el primer cuadro de la capital tabasqueña— el joven recibió un impacto de bala en la cabeza, en circunstancias nunca aclaradas.

Ya ni siquiera pasaron las fiestas navideñas en Tabasco. Don Andrés y doña Manuelita se refugiaron con Gloria, una hermana de la señora Obrador, y volvieron a comenzar. Ese matrimonio se dedicó toda la vida al comercio.

Luego de casarse, en 1950, abrieron una tienda de abarrotes en Macuspana, que después se amplió a una pequeña fábrica de quesos. En Agua Dulce decidieron abrir otra mercería, junto con una tienda de artículos para bautizos, bodas y primeras comuniones.

Perpetuaban así la tradición de la familia materna. Y es que recién llegados de Santander, España, los hermanos Obrador González abrieron “El Palacio”, un almacén de ropa y telas, en el puerto de Frontera, Tabasco, a mediados de los años 20.

José, el padre de Manuela Obrador, se instaló en el poblado de Tepetitán, en Macuspana, luego de abrir “La Revoltosa”, una tienda de abarrotes.

Don Andrés y doña Manuelita tuvieron seis hijos, que decidieron criar en Villahermosa. Allí abrieron la primera “Novedades Andrés”, frente al mercado Pino Suárez, donde falleció José Ramón.

Después del incidente, la familia se partió: sus hijos Andrés Manuel, José Ramiro y Pío Lorenzo, quienes entonces cursaban la preparatoria, se quedaron en Tabasco, mientras que sus padres y los tres hermanos menores migraron a Palenque, donde ya radicaba Esteban Ramón Obrador González, casado con Aidee Olán, una joven nativa.

Los López Obrador iniciaron con un comedero, que llamaron “El Palomar” y que después se convertiría en el “Ki Chan”, un hostal de 23 habitaciones.

Y es que con el dinero que obtuvo de la venta de sus negocios en Villahermosa, don Andrés pudo comprar 20 hectáreas de paraje en el poblado de Pakal Na, en los que sembraba maíz; la atención del hostal quedó a cargo de su esposa y su hija, Candelaria Beatriz, en tanto que sus hijos Pedro Arturo y Jesús Martín atendían el merendero.

El “Ki Chan” está a un costado de la plaza principal, sobre un camino que nunca ha sido pavimentado, a menos de 100 metros de las vías del tren y de una capilla donde se venera a Santo Domingo.

Los lugareños recuerdan que a espaldas del templo había un prado, donde más de una vez se vio a AMLO jugar beisbol y refieren al hotel Lacroix como otro de sus lugares preferidos. Allí, auspiciadas por su dueño, Domingo Lacroix, frecuentemente había veladas donde se leía poesía y se cantaba.

AMLO venía aquí a pasar las vacaciones y gracias a la fama pública de sus padres nunca lo trataron como fuereño.

Aunque falleció hace casi siete años, el recuerdo del carácter bonachón y bromista de don Andrés López aún permanece. Y doña Manuelita brillaba por su hospitalidad y su filantropía.

A inicios de la década de los 80, don Andrés vendió una parte del predio para poder solventar los estudios universitarios de sus hijos menores, pero se quedó con 10 hectáreas.

Andrés López heredó en vida a sus hijos. Entre los varones repartió las 10 hectáreas.

Sin la atención de sus dueños originales, el “Ki Chan” languideció hasta que Candelaria Beatriz lo traspasó, hace tres años.%3



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