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Quirúrgico asalto al penal de Apatzingán

María Idalia Gómez/Segunda parte| El Universal
Martes 11 de mayo de 2004
Todo estuvo milimétricamente calculado. La operación de Los Zetas para liberar a miembros del cártel del Golfo resultó perfecta. Con eficacia fue neutralizado el cuerpo de custodios. Nadie vio nada en la huida, ningún rastro...

Apenas empieza el año y a El Winnie Pooh , a El Cachetes , a El Meme y a El Tlapa ya les asignaron un trabajo delicado y quirúrgico, como son la mayoría de los que realizan para Los Zetas .

Óscar Guerrero Silva, Daniel Pérez Rojas, Manuel Alquisires y Enrique Ruiz Tlapanco sus nombres respectivamente se trasladan a Michoacán para encontrarse con Carlos Rosales Mendoza, socio del cártel del Golfo por el compadrazgo con Osiel Cárdenas Guillén, líder de la organización detenido el año pasado.

En el encuentro, celebrado en alguna casa de seguridad, planean cómo liberar a tres de los integrantes del grupo de Rosales Mendoza que están detenidos, desde hace más de un mes, en la prisión de Apatzingán; además de secuestrar a dos integrantes del cártel de los Valencia, sus rivales, que también están recluidos en esa cárcel. Tienen ya los detalles del lugar, sus características y personal que enfrentarán; entonces, determinan qué equipo y cuántos agentes necesitarán. Afinan detalles.



Domingo, en calma

Domingo cualquiera, día de trabajo temprano y de rutina. A las siete de la mañana del 4 de enero de 2004, los 20 custodios están listos; unos 15 minutos después el pase de lista reporta que todos están presentes. Se enteran entonces qué puesto cubrirá cada uno durante las próximas horas y se retiran a relevar las posiciones y armas con sus compañeros que llevaban 24 horas de vigilancia.

El director y los dos jefes de custodios pasan lista a los internos que, formados en el patio, responden con su segundo apellido. Sin novedad, se reporta el inicio de la jornada.

Los domingos hay mucho movimiento porque los presos reciben visitas desde las 10 de la mañana hasta las cuatro y media de la tarde, salvo aquellas mujeres que se quedan a la visita conyugal y se irán el lunes muy temprano. Ese domingo llegaron 210 personas. El penal estaba abarrotado.

Los internos juegan en el patio, platican, comen sentados en cualquier lugar porque no hay comedor y luego despiden a sus familiares. Para las seis de la tarde ingresan a sus cuartos, en orden pasan a recoger su cena y deberán dormir.

"Todo estaba normal, hice mi papeleo, se hicieron los rondines y los relevos. Todo normal: los teléfonos y los radios funcionaban, todo en santa paz", comentará después el jefe de custodios, Guillermo Moya.

Así es hasta la madrugada del 5 de enero, cuando un custodio rompe la calma:

El asalto

"Jefe de grupo", grita fuerte.

Los custodios se ponen en alerta, pues es la señal de algún movimiento extraño en torno al penal. Se asoman algunos y escuchan primero los motores, en segundos se divisan las luces azules y rojas de las torretas. Suman unas 10 camionetas que rodean el penal.

Son las tres de la mañana y la noche acaba por desdibujarse cuando unos 60 uniformados bajan de los vehículos portando sus armas y linternas. Parece que son militares, policías municipales y de la Agencia Federal de Investigación (AFI), así visten, así se comportan: con disciplina, orden y logística. Al dejar las camionetas pick up, Suburban y Cherokee que tienen antenas de radio, gritan: ¡revisión! Algunos miden cerca de un metro 80 centímetros y se nota el ejercicio que delinea su cuerpo; otros son robustos y miden unos 20 centímetros menos. Hay de todo.

Dos integrantes del comando visten de traje y tienen en la mano un arma corta, el resto aparece perfectamente uniformado. La mayoría recordará después el custodio José Luis Villanueva al declarar el 9 de enero portan uniformes color verde olivo tipo militar, dos de ellos con grados de sargento primero y de cabo; otros tienen uniformes de color negro con las siglas de AFI en la espalda y pasamontañas oscuros; el resto utiliza pantalón de mezclilla o de vestir con playeras grises y otras negras con la leyenda PGJE (Procuraduría General de Justicia del Estado) en la espalda en color amarillo, y algunos portaban chalecos antibalas color negro.

"Deténganse y dense vuelta", le grita un hombre con voz muy grave vestido con uniforme militar a dos custodios que pretendían relevar a sus compañeros en las torres de vigilancia; al mismo tiempo corta cartucho el resto del comando. A Juan Maya Magaña y Martín Esquivel, los dos celadores, les quitan sus rifles y los someten.

"Salí descalzo con el puro pantalón relatará después Guillermo Moya, ahí no tenemos un portón, son ventanales con barrotes nada más. Me asomo por la ventana a ver quién era y me amenaza uno vestido de militar, encapuchado y con un rifle, me dice que no me mueva, que tire el arma que porque era una revisión, pero con mentadas de madre."

Enséñeme el oficio le pide Guillermo a uno de ellos.

Abre la puerta, hijo de tu puta madre sentencia con voz áspera e irritada uno de los encapuchados.

Enséñeme el oficio; si es revisión, enséñeme el oficio insiste Guillermo Moya sin obtener otra respuesta.

Uno de los custodios, justificará después Moya, "abrió la puerta por temor a que fueran a dañar a los dos custodios que estaban afuera y a él mismo".

Más de 10 efectivos se introducen al centro gritando "¡Revisión!". Después de cruzar la primera puerta de herrería negra someten a los primeros vigilantes y los colocan contra la pared en la oficina de la dirección; llegan al dormitorio del director y lo reúnen con su equipo de trabajo. Toman todos los cargadores de las armas y se los llevan, rompen el cable de uno de los teléfonos y desconectan el radio de intercomunicación.

A los custodios que están en las torres de vigilancia les prohíben moverse.

"Estaba en la torre siete, a mi compañero le aventaban las luces hacia arriba y le gritaban que no hiciera ningún movimiento. Hablaban muy calmadamente no sobresaltados ni nada, entonces yo me quedé confundido, no sabía ni qué hacer", relatará después el custodio Ricardo Villagómez.

Algunos del grupo obligan a Guillermo Moya a abrirles las dos puertas que llevan al área de población. Del tercer portón el jefe de custodios no tiene la llave, para resolver el contratiempo uno de los supuestos agentes se aparece con un gran soplete, pero deciden apagarlo y cortar los candados con unas pinzas. Cada puerta queda bajo resguardo de un agente del comando y otros 10 se introducen al patio.

"Órale hijos de su puta madre, a la pared", grita uno de los que portan uniforme militar, mientras sus compañeros encañonan a los internos con sus rifles AR-15 y cuernos de chivo.

"Saquen a todos los de los cuartos", ordena otro de los supuestos militares.

Cuando ya tienen el control del penal declarará después el reo Nicolás Torres, Alberto Guízar (miembro del cártel del Golfo) se les acerca y uno de los uniformados le pregunta: "¿Dónde están tus compas?".

Sin tener tiempo para responder, el supuesto agente identifica a Marco Aurelio Bejarano Hernández y a Juan Carlos García Martínez (ambos del cártel del Golfo) y ordena que los esposen. Ubican al cuarto: "Ya tenemos al chido, ya tenemos al bueno", dice mientras señala a Cipriano Mendoza El Remy integrante del cártel de los Valencia, a quien esposan y se lo llevan a empujones.

Dos de los que visten uniforme de la AFI patean la puerta de uno de los cuartos de visita conyugal y con enojo llaman a quien está adentro. Unos segundos después aparece el interno Antonio Orozco.

"Por qué no abres la puerta, hijo de tu puta madre, si te estábamos hablando", le recrimina uno de los supuestos agentes.

"Estoy con mi esposa", responde un poco temeroso Antonio.

"Nos vale ver... Vámonos", le dice el encapuchado y lo lleva agachado fuera del penal. En la galera se queda sola la esposa del reo, que estaba en visita conyugal.

Eleuterio Guzmán, La Botella (integrante del cártel de los Valencia) pretende esconderse en la galera cinco, pero lo descubre uno del comando y lo detiene con un grito: "Tú también eres el chido". Lo esposa y se lo lleva.

Esa frase parece la clave para dejar el penal y salir a paso veloz. Segundos antes, los supuestos agentes amontonan a unos 20 internos al azar y se los llevan como escudo por delante durante su huida; además alientan una fuga masiva: "Tienen dos minutos para que se vayan porque va a explotar (el penal)", grita uno de ellos.

El comando se agrupa a las afueras del penal, abordan sus camionetas y se marchan. En el camino de huida suenan sus celulares declarará después el interno Mauricio Flores, a quien por minutos secuestraron, en todos los casos responden simplemente: "Todo está bien".

Algunos reos salen del penal y un custodio dispara su rifle desde las torres de vigilancia, pretendiendo así detener la estampida. Tres se detienen y uno más resulta herido, otros se siguen corriendo.

Las autoridades del penal avisan de lo ocurrido a la Policía Ministerial, a la AFI y hasta el Ejército. Los primeros llegan en menos de 15 minutos, apenas dos patrullas municipales que se encargan del interno herido y que muere en el hospital. El grueso de la policía llega unos 40 minutos más tarde y el Ministerio Público local aparece una hora después, hasta las 04:15 horas, según el primer reporte que aparece en el expediente.

El resto de las corporaciones tardan un poco más. Apenas llegan dos agentes federales casi una hora después y el Ejército aparece con mayor lentitud. El agente del Ministerio Público, Santiago Quintero Rosales, es el primero en investigar lo que ocurrió. A las 04:20 horas inicia una diligencia de inspección en todo el penal para allegarse de pruebas, que le ocupa 25 minutos porque a las 04:45 horas el agente ya estaba en el Servicio Médico Forense, ubicado en el Hospital General Regional, para certificar la muerte de Fernando Coria, el recluso que resultó herido.

Ningún policía o militar se dio cuenta de la ruta de fuga del comando, a pesar de que los testimonios de los internos señalan que las camionetas cruzaron parte de la ciudad, primero por la Avenida Francisco I. Madero, en donde hicieron una parada para abandonar a los presos que no les interesaban y sólo quedarse con los cinco sicarios. Después se marcharon con rumbo a la unidad deportiva de Apatzingán.

Son los últimos datos que se tienen del comando que participó en esta operación, que se sabrá horas después eran Los Zetas : "Nadie vio por donde se fueron. Se hicieron ojo de hormiga, tantos vehículos, tanta persona armada. La Zona Militar está como a dos kilómetros (del penal), pero el Ejército no apoya en esos casos, (aunque) también le hablaron y sí llegaron hasta el final, como 45 minutos después. En cada salida hay una caseta de la policía municipal donde hay vigilantes, están pendientes de todo eso y nadie los vio pasar", afirma en la entrevista Guillermo Moya.

Al final la operación sólo les deja un ácido sabor: "Era pura gente profesional repasa Cecilio Talavera, iban por ellos a como diera lugar, a rescatarlos. Desgraciadamente nosotros no hicimos disparos, por eso a lo mejor también ellos no dispararon, pero si hubiéramos repelido la agresión, ahora sí que hubiera habido muertos".



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