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"Yo ya no quería vivir. Muchas veces me imaginé quitándome la vida”, recuerda Juan C, quien acude desde hace más de 20 años al Grupo Alcohólicos Anónimos.

Incluso, relata que un día discutiendo con su ex esposa le dio un deseo enorme de aventarse por el balcón de su casa. En ese entonces —dice— vivía en un departamento que se ubicaba en el quinto piso.

Mis problemas con mi manera de beber acabaron con mi hogar y con mi trabajo, y eso provocó que cayera en una depresión severa en la que no tenía caso vivir.

Yo quería morirme. Me sentía inservible y a cada rato pensaba en cómo terminar con mi vida. Me pesaba mucho el separarme de mis hijos y el no poderlos ayudar porque no tenía trabajo. Fue tan duro en ese tiempo, que no tenía deseos de salir a la calle, me sentía perseguido y muy solo.

El alcohol te quita por un momento la depresión en que vives, pero después que pasan sus efectos, ésta se agudiza más y la caída es más profunda.

No llegué al psiquiatra, porque en AA me ayudaron a salir de esa depresión profunda que tenía; inmediatamente después de una borrachera, me llegaba la cruda realidad.

Juan se siente afortunado porque pudo dejar el alcohol y salir de su depresión, volver a trabajar y ayudar a sus hijos; otros compañeros alcohólicos no corrieron con esa suerte. Unos —dice— terminaron suicidándose y otros más el exceso de alcohol les destruyó su hígado.

Para Virgilo A, fundador del primer Grupo AA en México, la depresión va de la mano del alcoholismo, y más cuando se tiene el deseo de dejar de tomar. El síndrome del abstencionismo en una persona alcohólica genera mucha depresión. Por eso una de las recomendaciones es no estar solo y platicar de lo que les está ocurriendo con otras personas que hayan atravesado por lo mismo.