“Lloré mucho cuando me quité las vendas en el baño del hospital y me di cuenta que mi seno derecho ya no estaba, y en su lugar quedaba una enorme rajada. ¿Qué le harían a mi bubi? ¿La tirarían a la basura o la están estudiando?, eran preguntas que pasaban por mi mente”, recuerda Verónica Flores, quien sobrevivió al cáncer de mama.

Tenía 39 años cuando le fue diagnosticada la enfermedad, que le cambió la vida y a toda su familia.

“Todo fue tan rápido: mi diagnóstico, las citas para mi quimioterapia, la operación para extirparme un seno y la rehabilitación.

“Mi segundo golpe fue la caída de mi cabello por las quimioterapias. Me ha gustado siempre tener el cabello largo y pintármelo. En ese tiempo, era de color rojizo; termine por rapármelo y usar pelucas. Al principio tuve poca información sobre el cáncer de mama. Gracias al apoyo que me dio el Grupo Reto (integrado por mujeres sobrevivientes de cáncer de mama) ahora sé que es una enfermedad que no tiene palabra porque cómo puede darle a las mujeres en edades más avanzadas como también a las mujeres jóvenes.

“Yo soy la penúltima de ocho hermanas. Las más grandes se ubican entre los 55 y los 60 años, y me tocó a mí, que tenía 39 años. Es difícil enfrentarte al diágnostico del cáncer de mama, pero yo decidí no rajarme y no perder esta batalla, porque quería vivir para mi hijo, mi esposo y mi familia. No lo hubiera logrado si no hubiera tenido el apoyo de ellos.

“Mi motor para salir adelante fue mi esposo; él me animaba a salir de la casa para distraerme, incluso me escogía mis pelucas y mi ropa. Hoy soy otra Verónica, que Dios le dio una segunda oportunidad de vida”.