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José Mujica, ejemplo de sencillez

José Vales / Corresponsal| El Universal
Viernes 01 de junio de 2012
Jos Mujica, ejemplo de sencillez

REPOSO. Mujica, ex líder del movimiento guerrillero de los Tupamaros, posa con su esposa Lucía Topolansky en su finca en las afueras de Montevideo, en una imagen de 2004. (Foto: PABLO LA ROSA REUTERS )

No usa corbata, pasea por las calles de su país y habita una finca más bien rústica con su esposa Lucía y su perra Manuela

BUENOS AIRES.— El presidente uruguayo, José Mujica es un hombre “millonario”. Supo duplicar su patrimonio desde que en 1994 llegó por primera vez al Congreso como diputado. El 1 de marzo de ese año llegó al histórico edificio donde funciona el parlamento a bordo de una vieja motocicleta. Hoy, 18 años más tarde, todo su patrimonio personal no pasa de un Volkwagen modelo 1987, valuado en 1875 dólares, una fortuna tratándose del presidente “más rico” de Latinoamérica, no por lo que tiene sino porque considera que tiene lo que necesita: muy poco para ser feliz y servir, en la medida de lo posible, a los uruguayos.

Si existen personas de bajo perfil y peleados con las poses, una de ellas es este viejo militante popular, con un pasado en la guerrilla y agricultor desde la cuna, que a los 78 años gobierna Uruguay con aciertos y errores, como cualquiera en un cargo semejante. Criticado y defendido por compañeros de ruta y viejos adversarios, pero con una modestia y una sencillez tal en cada uno de sus actos, que trasciende las fronteras.

Fue hace un par de semanas cuando su colega argentina, Cristina Kirchner, salió a cuestionar a los sindicalistas por su presunto enriquecimiento a lo largo de sus carreras en defensa de los trabajadores. El líder de los trabajadores textiles, Jorge Lobais, se mostró rápido de reflejos y dejó a la mandataria un poco descolocada. “Bueno, convengamos que no todos los presidentes viven como Pepe Mujica”.

Mujica vive su presidencia como ha vivido su vida, a su manera. Su costumbre es la de andar libre, a cualquier hora de la tarde, con una custodia discreta al extremo, pasear por algún barrio de Montevideo, allí donde la agenda no lo llama pero sí su condición de observador meticuloso de la realidad social, la misma que lo llevó a enrolarse en la guerrilla de izquierda, en el Movimiento de Liberación Nacional (MNL-Tupamaros), o la que lo catapultó a la presidencia en 2010.

Siempre dice que tiene a dos seres del sexo opuesto inseparables a su lado: su esposa, la senadora Lucía Topolansky, y su perra Manuela. También jura tener dos pasiones, la política y la Chacra en Rincón del Cerro, escriturada a nombre de su vieja compañera de militancia y de la vida, con la que después de casi 30 años de convivencia (y una interrupción obligada por la cárcel) se casó en 2005.

“Siempre dijo presente”

Es justamente en Rincón del Cerro, una zona rural en las afueras de la capital uruguaya, donde no sólo es el presidente sino el vecino más respetado. “Siempre se lo contó a la hora de pedir una ayuda porque el Pepe siempre dijo presente”, recordaba el 28 de febrero de 2010 uno de sus vecinos, en vísperas de que el agricultor asumiera la presidencia preso de su máxima preocupación por entonces: estaba obligado a construir un espacio en su vivienda para la custodia, ya que la casa contaba con las comodidades mínimas.

Hijo de padres españoles y labriegos, Mujica trabajó desde muy niño en su barrio de Paso de la Arena. Fue desde muy joven, recuerda su amigo el ex senador Eleuterio Fernández Huidrobro, que “comenzó a tener una sólida conciencia social”.

Su primera militancia fue a prudente distancia de la izquierda radical. Debutó en esas lides en el sector más progresista del Partido Blanco, bajo el liderazgo de Enrique Erro. Fue recién a mediados de los años 60 cuando comenzó a acercarse al MLN y durante el gobierno del colorado Jorge Pacheco Areco (1967-972) pasó a la clandestinidad, en la organización liderada por Raúl Sendic.

Con Fernández Huidobro y con Sendic integró el grupo de detenidos por el gobierno militar transformados en “los rehenes”. O sea, si Tupamaros insistía con la lucha armada, con secuestros o atentados, eran candidatos a la ejecución. Fueron 13 años de prisión, después de otros dos a fines de los años 70, siempre por su actividad política. “Si el Pepe era un tipo humilde antes de estar en la cárcel, de ella salió más despojado del más mínimo atisbo de egoísmo”, dijo de él el escritor y compañero de prisión, Mauricio Rosencoff.

Fue esa sencillez desbordada por los poros la que lo terminó convirtiendo en presidente. El ejemplo más notorio fue aquel primer día como diputado en 1994. Llegó a jurar montado en su vieja moto y vestido con un vetusto equipo de gimnasia. El policía de custodia creyó obligado a recordarle que el lugar donde aparcó la moto era exclusivo para trajeados legisladores. “¿Señor se va a quedar mucho tiempo ahí?”, preguntó el uniformado. Mujica, con su dura historia siempre acuestas, le respondió: “si no me echan antes, cuatro años…”.

En Uruguay a nadie sorprende que el presidente, dueño de un gran sentido común para no caer en ideologismos baratos, ingrese a una tlapalería a comprar una manguera para el riego de su campo o reciba (como otrora) al peluquero en su casa.

Un presidente sui generis que tranzó con el hecho de poner una chaqueta pero se niega a ultranza a someterse a la corbata. “Yo tomo la presidencia como un trabajo y para trabajar no necesito corbata”, suele repetir cuando le preguntan al respecto, de la misma manera que cuando desde el 2002, cuando ya comenzaba a sentirse su popularidad entre los sectores más juveniles del país, solía repetir “Difícil que el chancho (marrano) chifle”, cada vez que le preguntaban si sería candidato a la presidencia.

Fue dos años después cuando el MLN se trasformó en el partido más votado del Frente Amplio y del país para el Congreso, que su candidatura comenzó a decantar. Ni aquel cambio de roles, ni la dureza del protocolo de 2010 a la fecha, pudo hacer que el presidente deje por un momento de ser El Pepe, el respetado vecino de Rincón del Cerro, el que obsequia las mejores lechugas del condado a sus vecinos o se aparece en un bar de parroquianos a medir cómo anda el mundo. A medirlo desde mucho más abajo que ese cargo que dignifica con condición de ser “un hombre que necesita poco para vivir feliz”, postura que a la postre no es otra cosa que la mayor de las riquezas.



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