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En la calle, con cable, mascotas y arbolito

José Vales| El Universal
Sábado 24 de diciembre de 2011
En la calle, con cable, mascotas y arbolito

MATANDO EL TIEMPO. Alejandro mira la tv, ajeno a las compras de fin de año de miles de argentinos. (Foto: DIEGO RIVAS ESPECIAL EL UNIVERSAL )

Esta Nochebuena, un indigente argentino espera un vaso “de algo” de sus vecinos

BUENOS AIRES.— Es una esquina urbana, como tantas. Es una de las más transitadas de esta ciudad que mata lentamente, pero podría ser otra cualquiera. Más vertiginosamente cruel o alguna donde la indignación marca el ritmo por estas horas.

A pocos metros de allí, Avenida Raúl Scalabrini Ortiz con la intersección de la Avenida Santa Fe, los centros comerciales y negocios rebozan de clientes consumiéndolo todo. Hasta los últimos flecos del propalado “modelo de inclusión social” y la paciencia de los transeúntes.

Pero en esa esquina, Alejandro, en su menesteroso reino, duerme la “Navidad de los justos”. Alejandro reina por su condición de habitante exclusivo de esa esquina porteña que supo de otros tiempos y otras realidades. Se erige como el monarca de la calle, el amo y señor de la nada, donde es obedecido por dos canes que hacen honor a dos cantantes que lejos, muy lejos estuvieron de esgrimir voces perrunas. “Nino Bravo” y “Alberto Cortez”.

La única alternativa

Sólo es reconocido por los vecinos, que lo consideran parte la realidad porteña. Para él, como para decenas de miles de personas que armarán su árbol de Navidad con sus menesteres personales como adornos y un par de sueños que jamás serán cumplidos, vivir en la calle es la única alternativa cuando la moneda lanzada al viento cae del lado equivocado.

Alejandro, de 38 años, se vio obligado a abdicar de su burguesa existencia ante los recurrentes golpes de la droga. Llegó allí, al reino de la calle, hace ya algunos años. Fue probando de esquina en esquina, hasta que nadie ya se animó a echarlo de una.

Se agenció un colchón; luego, unas sábanas; después, los muebles rescatados de una verdulería tras vaciar las manzanas y un televisor que Fabián, quien acostumbra mirar con el corazón, le arregló para que mitigara la soledad y fuese al menos un poco menos transparente para la mayoría de los transeúntes.

Así transcurren sus horas, hasta que como tantos otros que se ven atraídos por el televisor, un pibe se detiene sonriente cuando ve en la pantalla el rostro ajado de Alfio El Coco Basile, ex entrenador de la selección argentina y del equipo mexicano América, y una leyenda que dice que está a punto de volver a su casa, o sea al Racing Club.

El pibe exclama: “Lindo regalo de Navidad…”. Se conforma con poco, el pibe. Con aún menos se conforma Alejandro, quien lo mira absorto sin terminar de discernir la conducta de sus congéneres.

Hace unos días, Alejandro se convirtió en noticia, cuando el diario La Nación publicó su historia.

Se queja de que los periodistas no “publican todo lo que yo digo”, ajustándose a la moda de culpar a la prensa de todo y por todo.

Hace también unos días que rescató un árbol navideño, tal vez de un basurero a donde habría ido a parar como desperdicio de una fe que alguna vez fue de otro, y lo recicló y adornó con la paciencia de un orfebre.

Solidaridad de temporada

A los transeúntes que pasan por allí, los sigue atrayendo la televisión, más que el dueño. De él se ocuparán una vecina y un par de comerciantes, que esta noche llegarán con un vaso de algo y un pedazo de Panettone para dar fe de buen cristiano en paz y brindar con él por la Navidad.

Luego, él se abrazará con sus súbditos, “Bravo” y “Cortez”, cuando el reloj marque la medianoche, ellos empiecen a padecer los efectos de la pirotecnia y la esquina sea mucho más ruidosa que de costumbre. Cuando la algarabía pase y todo vuelva a la calma, a “Cortez” le acariciará las orejas para recordarle que ambos son callejeros “por derecho propio” y a su “Bravo” le estampara un beso en el hocico, como diciéndole que “esta será mi casa…”

Como Alejandro, otras decenas de miles en esta ciudad que mata menos que otras, pero con la misma eficacia, y millones en todo el mundo recibirán en la soledad de su inconmensurable pobreza el nacimiento del Niño Jesús.

Serán uno, dos, cientos de miles de Alejandros, los que por techo vislumbran el cielo, por baño una fuente y por comedor una esquina urbana donde luzca el árbol navideño en el que cuelgue un halo de esperanza al que todos, absolutamente todos, están invitados a entrar.

Ellos estarán allí, durmiendo el sueño de los que lo perdieron casi todo, menos la fe. Mientras los que pasan cerca de ellos, cargados de paquetes y cosas innecesarias, se ahorran el “Feliz Navidad”, negándose a entrar al reino de los Alejandros. Ni siquiera para husmear cómo es la vida cuando la moneda cae del lado del sello.



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