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El adiós a las armas de un grupo muerto

Antonio Navalón| El Universal
Viernes 21 de octubre de 2011

ETA prefería los lunes para matar. Nunca olvidaré aquél inicio de semana, cuando junto a la plaza donde vivía estallaron dos coches-bomba: cerca de 30 militares fueron asesinados mientras retumbaban las paredes de la casa donde dormían mis hijos.

Han transcurrido más de 15 mil 600 días de terror; han transcurrido más de 15 mil 600 noches de angustia desde el primer ataque mortal de ETA. La organización nació en 1959 y cobró su primera víctima en 1968, hace ya 43 años. Los malos tienen una ventaja sobre nosotros: ellos eligen cuándo y cómo nos golpean, nosotros sólo sufrimos su rabia ciega. Las más de 380 mil horas de zozobra costaron la vida de aproximadamente 800 hombres y mujeres. Durante más de veintidós millones de minutos ni la generosidad de la democracia, ni la asimilación de terminar con la leyenda negra, ni las elecciones, ni tener el estatuto de autonomía más amplio y extenso que jamás ha tenido ninguna zona europea fueron suficientes para detener y acabar con ETA.

Ayer ETA, tras la Conferencia de San Sebastián, al ver cómo simultáneamente triunfaban —hasta cierto punto— todos sus amigos en las últimas elecciones políticas y cómo el Estado español —como toda Europa— intenta sobrevivir la crisis económica, la del euro, a los indignados y el daño irreparable del sistema democrático, anunció su fin. Con la desaparición de ETA se extingue uno de los últimos vestigios del mapa desaforado del terrorismo en Europa.

Sin embargo, ETA ya estaba muerta. Lo estuvo desde el mismo momento en el que murió Osama Bin Laden cuando el 1 de mayo le dispararon en un operativo militar.

ETA y Osama Bin Laden vieron su fin cuando la gente descubrió que podía ser libre a través de sus expresiones de cambio, sin la necesidad de perder la vida en ello. A ETA como a todos los grupos terroristas, como al propio Gaddafi —cuyo cadáver todavía está caliente, quien en algún momento fue simpatizante de la organización terrorista— le mató este cambio de los tiempos que significa que la comunicación lo puede todo: un click en una computadora, un mensaje de teléfono, una llamada de celular, un tuit, han resultado en la más poderosa de las armas, la más mortífera de las cargas, la verdadera herramienta para cambiar la historia.

ETA se disuelve en un momento en el que en su causa ya no es necesaria, sus razones políticas han triunfado y gobierna una parte sustancial del territorio Vasco, pero sobre todo se disuelven en el momento en el que la derecha española vuelve de manera inevitable en medio de la mayor crisis de la historia europea y con un montón de interrogantes donde la violencia doméstica, de bolsillo, la que pueden hacer las pistolas y las bombas, no tienen nada que hacer frente a la furia de la posibilidad de la comunicación de los ciudadanos.

A ETA no la ha matado la policía únicamente. A ETA como a Mubarak como a Gaddafi, como a los excesos de Wall Street y el terrorismo moderno los ha derrotado la posibilidad global de la comunicación.

Descansen en paz los más de 800 masacrados por ETA: desde el guardia civli Meliton Manzanas, primera víctima mortal de la organización terrorista, hasta los 506 miembros de las Fuerzas de Seguridad, los 58 empresarios, los 39 políticos, los nueve miembros de la judicatura, los siete relacionados con instituciones penitenciarias, los tres periodistas, y todos aquellos que perecieron en alguno de sus actos.

Adiós ETA, adiós, Gaddafi, adiós Mubarak, adiós Osama Bin Laden, adiós terror. No vuelvan nunca.

 



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