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La hora de los indignados

Verónica Rosas Gónzalez| El Universal
Sábado 20 de agosto de 2011
La hora de los indignados

YEMEN. Las mujeres de este país han jugado un rol importante en las manifestaciones para exigir la renuncia del presidente Alí Abdulá Saleh . (Foto: ARCHIVO AP )

Cansados de esperar cambios, miles se levantan en África, Europa y Latinoamérica

Manifestaciones multitudinarias, protestas, acampadas, huelgas. Desde principios de año, finales de 2010 en algunos lugares, miles de jóvenes en las más diversas ciudades del mundo han salido a calles para expresar su indignación, su malestar por las condiciones en que viven.

Desde Túnez, en el norte de África, pasando por Chile en América Latina, hasta Reino Unido en Europa, los jóvenes, y junto con ellos muchos ya no tan jóvenes, decidieron que era hora de hacerse escuchar, de protestar, a según el caso, contra las dictaduras, la corrupción, la austeridad, la falta de vivienda, el desempleo… Demandan un mejor nivel de vida, acceso a la educación, a las nuevas tecnologías.

Los jóvenes están cansados de esperar y decidieron que era hora ya no de pedir, sino de exigir a lo que tienen derecho: gobiernos mejores, vidas mejores… un mundo mejor.

Con tuits aquí y tuits allá, mensajes de Blackberry o a través de Facebook, los indignados del mundo se organizaron para protestar. El alcance de su convocatoria ha sido masivo y efectivo. Las redes sociales son hoy el nuevo instrumento para pasar la voz.

Así, la ola de indignación recorre y sacude a su paso países de todo el orbe, lo mismo ricos que pobres, dictatoriales que democráticos, evidenciando que algo no está funcionando, que la desigualdad está presente en todos lados y que la mala situación de la economía mundial —que todavía no terminaba de recuperarse de la crisis de 2008 y parece encaminarse hacia una nueva— ha ido minando esperanzas, sueños y vidas.

El epicentro

Todo comenzó en el mundo árabe. A principios de enero, en Túnez, la muerte del joven Mohamed Bouazizi (que se quemó a lo bonzo después de que se quedó sin empleo, la policía le derribó el carrito en que vendía frutas y encima de todo nadie quiso escuchar sus quejas de abuso policial) provocó que miles de jóvenes se convocaran a través de las redes sociales y salieran a las calles cansados de la dictadura, a protestar por el desempleo.

Exigieron y consiguieron la salida del poder de Zine el-Abidine Ben Alí, tras 23 años en el poder, marcando un antes y un después: la revolución de los jazmines se convirtió en el epicentro de un terremoto que ha tenido réplicas por todas partes.

Los egipcios se contagiaron del entusiasmo de los tunecinos; se congregaron por miles durante varios días en la plaza Tahrir para pedir un cambio y protestar contra la corrupción endémica de un régimen que se extendía ya por casi tres décadas. Enfrentaron valientemente la dura represión policial ordenada desde el gobierno y al final lograron lo impensable. Por vez primera, la comunidad internacional, que hasta entonces había tolerado sin mayor problema no sólo a Hosni Mubarak, sino a otros dictadores, se unió al coro que clamaba la salida del poder del mandatario, que se vio obligado a renunciar el 11 de febrero.

Yemen, Libia, Bahréin, Jordania, Marruecos, Argelia y Siria también vieron salir a sus ciudadanos a las calles.

El común denominador: en todos los países la gente pedía mejoras en sus condiciones de vida.

Entre los yemeníes la otra gran demanda era la caída de Alí Abdulá Salé. El 27 de enero, este país, el más pobre del mundo árabe y refugio de los terroristas de Al-Qaeda, se cimbró cuando unas 16 mil personas salieron a exigir un cambio. La reacción del gobierno fue férrea, pero también lo fue la voluntad del pueblo. En junio pasado, Saleh salió de país herido de bala para atenderse en Arabia Saudita. Los yemeníes lo interpretaron como una victoria y pidieron la formación de un gobierno de transición. Saleh amenazó con volver, pero el pasado viernes 12 de agosto anunció que acepta el plan de las monarquías del golfo para un proceso de transición pacífica. Los yemeníes volvieron a la calle, esta vez para celebrar. “Revolución, revolución de todos contra los tiranos”, era a consigna en llamado “viernes de la victoria”.

Las monarquías bahreiní y jordana vivieron sus momentos de tensión en febrero pasado, pero las manifestaciones en favor de un cambio no alcanzaron las dimensiones de otros países vecinos. En el caso de Bahréin, hogar de la quinta flota de EU, sus vecinos Qatar y Kuwait, también monarquías, acudieron de inmediato en su auxilio y desplegaron contingentes por si acaso se necesitaban. Los chiitas bahreiníes piden una apertura al gobierno sunita, que ha respondido con mano dura.

Los libios por su parte pasaron de las manifestaciones masivas a la guerra civil, con las tropas de gobierno enfrentándose casi a diario a los grupos rebeldes armados, unidos en el Consejo Nacional de Transición, disputándose el control de las principales ciudades. Hasta ahora los insurgentes no han logrado la caída de Muammar Gaddafi, a pesar de la intervención de la comunidad internacional, bajo la égida de la OTAN, para proteger a la población civil con ataques aéreos.

También en Siria se viven días de gran tensión, conforme el régimen de Bashar al-Assad, decidido a acabar con las protestas a sangre y fuego, aumenta la represión contra quienes demandan un cambio de gobierno, mejoras económicas y mayores libertades.

Más réplicas

Los países del norte de África y Medio Oriente no han sido los únicos donde el descontento social ha explotado. A la par que las naciones de aquella región se ocupaban de sacar a sus dictadores, en Europa surgía otro movimiento, el de los “indignados”.

El 15 de mayo, miles de personas se declararon indignadas por la situación de la política y la economía españolas. Pidieron una mayor apertura democrática, con lemas tan significativos como “No somos marionetas en manos de políticos y banqueros”. Cansados del desempleo, que ronda el 43%, los jóvenes del desde entonces llamado 15-M organizaron las hoy famosas “acampadas” en Madrid y Barcelona, principalmente. Se quedaron en las calles para dejar claro que no pensaban ceder en sus demandas y su llamado hizo eco en Alemania, donde el 21 de mayo, bajo el lema, “Apoyo a Democracia Real Ya en Berlín”, unos 400 manifestantes se reunieron frente a la Puerta de Brandeburgo.

En sus protestas, los españoles llamaron a través de sus pancartas a los griegos (afectados por severas medidas de austeridad impuestas por las instituciones de Bretton Woods) a despertar y protestar. Los griegos no se hicieron esperar y el 26 de mayo tomaron las calles de Atenas con pancartas que decían: “Estamos despiertos”. Desde entonces, el país ha vivido jornadas constantes de manifestaciones y huelgas de transportistas y trabajadores contra la crisis.

Israel es un caso particular, porque no sufrió los estragos de la primavera árabe, pero sí se contagió del movimiento de los “indignados”. Desde finales de julio los jóvenes empezaron a organizar “acampadas”, emulando el estilo de los españoles, en demanda de viviendas a precios más accesibles. El sábado 8 de agosto se reunieron en Tel Aviv más de 300 mil personas y el sábado pasado 70 mil en ciudades del interior. El gobierno de Benjamin Netanyahu ha creado una comisión especial para atender las demandas de los “indignados”, hartos del alto costo de vida.

Un caso peculiar

La más reciente parada de la ola de cambios ha sido Reino Unido. A diferencia de los otros casos aquí los jóvenes no convocaron una manifestación, sino que a principios de agosto se lanzaron a las calles de varios barrios londinenses para quemar autos, incendiar locales y saquear comercios. El detonante: el asesinato de un joven negro a manos de la policía, que derivó en una manifestación pacífica frente a la comisaría de Tottenham, lo que a su vez derivó en actos vandálicos por parte de muchos jóvenes que vieron en ese hecho la oportunidad de sacar sus frustraciones por la pobreza y marginación en que se sienten sumidos sus barrios.

Nuestra región no podía quedar ajena a las demandas de cambio en el mundo. En mayo, los jóvenes nicaragüenses se dieron cita en la capital para protestar contra la intención del presidente Daniel Ortega de presentarse a la reelección. El caso representativo del malestar social en la zona es Chile, donde miles de jóvenes protestan desde hace tres meses de manera masiva, en contra de una reforma educativa emprendida por el gobierno que consideran que les dificulta el acceso a la educación, lo que ha puesto en jaque al gobierno de Sabastián Piñera.

El cambio no es algo que suceda de la noche a la mañana. Todos los procesos de reforma necesitan tomarse su tiempo. La ola de protestas y la indignación que le dio origen han sido sólo el principio. Algunos países lograron la caída de sus corruptos regímenes, pero han tenido que pagar un alto precio: en Túnez, la economía se desplomó y el desempleo va en aumento (a principios de año ya era de 45% entre los profesionistas jóvenes). En Egipto, la caída de Mubarak no ha sido ninguna panacea. La gente sigue esperando una reforma y que la vida realmente mejore. Según la BBC, los precios de los alimentos básicos se duplicaron desde el triunfo de la revolución y el desempleo juvenil superaba a finales de mayo el 30%. Y qué decir de Libia y Siria, sumidas en la violencia, o de Grecia y España, enfrentando una dura situación económica.

El mundo reclama a gritos un cambio, un papel más honesto de sus líderes, una repartición más equitativa de la riqueza e instituciones más eficientes. Giorgos Papandreous, el presidente griego, decía hace un par de semanas que era hora de que Europa despertara para resolver la crisis.

Pues bien, el mundo ha despertado… y está indignado.



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