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El líder de Sirte

TEXTO ALFONSO BAULUZ • EFE| El Universal
Martes 22 de febrero de 2011
Lleva más de 40 años gobernando su país con puño de hierro

MADRID.— El líder libio, Muammar Gaddafi, conocido por sus excentricidades, enfrentamientos con Occidente, veleidades sin fin y por ser el más longevo de los dictadores en África, ve tambalearse su poder con los enfrentamientos armados que vive su país, en un desenlace aún por conocer.

Nacido en Sirte en 1942, en el seno de la tribu Gafafa y criado en una familia dedicada al pastoreo de camellos, Gaddafi logró estudiar para acceder a la Academia Militar.

Con sus compañeros de armas supo aprovechar las enseñanzas de liderazgo y alcanzar el mando mediante un golpe de Estado el 1 de septiembre de 1969, cuando derrocó al rey Idris Senussi, en el poder desde la independencia del país en 1951.

Ahora, sus habilidades como líder y sus dotes para montar su jaima en cualquier lugar, así como toda la parafernalia de la que durante todos estos años se ha hecho acompañar, están siendo sometidas a prueba, como ya ocurriera en 1986, tras la orden del entonces presidente estadounidense, Ronald Reagan, de bombardear su palacio en Trípoli y la ciudad portuaria de Bengasi.

Pero la fuerza motora de la actual revuelta tribal que sacude los cimientos de su poder es interna y de nada le valdrá apelar, como hizo para acceder al poder, a las doctrinas panarabistas del líder egipcio Gamal Abdel Naser, a la vista del derrocamiento de otro titán de la región como Hosni Mubarak, casi tan longevo como él.

En sus cambiantes políticas encaminadas a resplandecer como líder árabe, Gaddafi ha recurrido a la desestabilización de países africanos, increpando a los dirigentes palestinos y de otras naciones árabes que han auspiciado negociaciones con Israel, aunque en la guerra del Golfo Pérsico, en 1991, se abstuvo de apoyar a Saddam Hussein.

Entre sus “genialidades” políticas —además de su Libro Verde— ha pretendido establecer en torno a la unidad del mundo árabe alianzas que le pusieran al frente de unos Estados Unidos del Sáhara, o efímeras fusiones con Egipto, Túnez, Argelia o Marruecos. Los abultados ingresos del petróleo han facilitado sus conocidas excentricidades y megalómanas intervenciones en países vecinos.

Superviviente de más de un golpe de Estado, la llamada “revolución cultural”, anunciada el 15 de abril de 1973 tras una fallida intentona, significó la solidificación de su poder mediante la formación de los comités populares de base y la creación de un nuevo gobierno, el de la Jamihiriya (Estado de masas), con el que decía dar la voz al pueblo, ese que ahora es silenciado a tiros.

Implacable en la represión de cualquier disidencia, sus complicidades con actividades terroristas significaron en 1992 sanciones de la ONU, por su negativa a entregar a dos sospechosos del atentado contra el avión de Pan Am cuando sobrevolaba Lockerbie (Escocia) en 1988 y en el que murieron 270 personas.

El endurecimiento de dichas sanciones y la congelación de fondos libios en 1994 no impidió que mantuviera contactos clandestinos con la red de tráfico nuclear del ingeniero paquistaní A.Q. Khan, con quien tenía contacto desde 1984.

Tras la mediación de Nelson Mandela, en 1999, entregó a los dos sospechosos de Lockerbie. Ese año celebró el 30 aniversario de su revolución e intensificó su campaña de promoción para abrir sus mercados tras siete años de aislamiento.

Luego decidió el pago de indemnizaciones a las víctimas del atentado contra la discoteca berlinesa La Belle, en 1986, desencadenante de las represalias de Reagan, o del avión de UTA en 1989, lo que abriría la puerta al relanzamiento de los lazos entre París y Trípoli.

En 2003, Estados Unidos y Libia iniciaron una acercamiento después del anuncio de la renuncia de Gaddafi al desarrollo de armas de destrucción masiva, que culminó en el intercambio de embajadores en 2008.

En sus viajes al extranjero, ataviado como un beduino tocado con la taquiya (pequeño gorro cónico), ha hecho gala de su guardia pretoriana de mujeres, aunque, de momento, ha recurrido a las amenazas en televisión de quien es considerado como su delfín: su hijo Seif El Islam (La espada del Islam).



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