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Los Basij vs. los verdes

Témoris Grecko La Nación/GDA| El Universal
Jueves 18 de junio de 2009
Milicias islámicas han atacado a quienes defienden en las calles a Hussein Moussavi, y que han adoptado el color de la esperanza

TEHERÁN.— La manifestación del martes parecía tan pacífica como la del lunes. Es cierto que el lugar donde se iba a realizar, la plaza Valiasr, había sido ocupado por las fuerzas adictas al presidente Mahmud Ahmadineyad, pero quienes consideran que su reelección se está pretendiendo imponer a través de un fraude simplemente movieron su manifestación unos 3 kilómetros al norte, a la plaza Vanak.

Aunque el gobierno había amenazado con impedirla mediante la violencia, la policía mostró una actitud de pasividad, como la del día anterior. Los manifestantes conversaban con los antimotines y estos respondían con sonrisas.

No se sentía demasiada tensión, a pesar de que en la marcha del lunes miembros de las milicias religiosas Basij asesinaron a un participante en la marcha y de que por la noche atacaron con armas de fuego el dormitorio estudiantil de la Universidad de Teherán, con un saldo de siete muertos, según reportó el diario británico The Independent.

Los Basij son de cuidado. Constituyen un grupo paramilitar creado hace casi 30 años por el ayatola Ruhola Khomeini para acomodar a todos aquellos devotos que, por ser demasiado jóvenes o viejos, no pudieran integrarse al Ejército para combatir contra Irak en la guerra de 1980-1988. Se hicieron famosos porque muchos de sus miembros —de 10 a 16 años— formaron las “olas humanas” que al grito de Allahu akbar (dios es grande) corrían sobre los campos minados por el enemigo para morir como mártires al hacer estallar los explosivos. Así limpiaban el paso para los soldados.

Los Basij de ahora, hombres de veintitantos y treintaitantos años, barbados, con las camisas desfajadas y muchos con una bufanda blanca alrededor del cuello, hacen todo lo posible por merecer el prestigio ganado por sus antecesores. Sólo que ahora ya no saltan sobre minas ni enfrentan a un enemigo armado, sino que golpean a civiles indefensos, mujeres incluidas.

La primera señal de que la manifestación del martes no iba a acabar bien vino del sur, de la dirección donde estaba la multitud que apoya a Ahmadineyad. Un contingente retrasado de jóvenes partidarios del candidato opositor Moussavi, con telas y paños de color verde, se aproximaba a la plaza Vanak. Atrás de ellos, a unos 200 metros, grupos de gente comenzaron a correr despavoridos. Se escucharon varios truenos, hasta sumar siete, parecidos a disparos. Pronto fue posible ver a quienes causaban el revuelo: aproximadamente un centenar de hombres en motocicletas. Entre ellos, una docena vestía uniformes completamente negros: botas militares, chaleco antibalas, pasamontañas y un casco que podría haber sido modelado con base en el de Darth Vader, sólo que la visera que cubría la cara era transparente. Estos últimos portaban macanas y algunos de los primeros, gruesas cadenas.

Para evitar el choque los jóvenes en la retaguardia del contigente pro Moussavi se dieron la vuelta, formaron una cadena humana tomándose de los brazos y empujaron con las espaldas a su propia gente para hacerla avanzar hacia la plaza Vanak. Uno de los hombres de negro se aproximó a pie agresivamente al grupo, con la porra en alto, que dejó caer sobre el joven verde que se había acercado a él para hablar. Comenzó a tundirlo.

Los Basij lanzaron sus motocicletas contra el contingente estudiantil, que se desintegró en segundos. Eso tuvo un efecto inesperado: dejó a los agresores casi solitarios en medio de la calle. Los que huían se detuvieron a romper el pavimento, cuyos fragmentos se convirtieron en munición: un bombardeo de rocas cayó sobre los Basij. Una de ellas golpeó la visera del primero que había atacado, quien estuvo a punto de caer.

Eso fue como una señal: se escuchó un imponente clamor guerrero desde las gargantas de los simpatizantes de Moussavi, en el momento en que se lanzaban al ataque. Superados numéricamente, los Basij fueron reducidos en segundos, arrojados al piso, pateados. En la confusión, no fue posible saber qué pasó con ellos. Los vencedores, no obstante, se quedaron con un botín: seis motocicletas en el piso, a las que prendieron fuego. Las densas columnas de humo anunciaron su momentánea victoria. Acostumbrados a ser los que reciben los golpes y las balas, esta vez les había tocado ganar. “¡Allahu akbar!”, cantaban.

 

 

 



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