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Cae barrera racial

Wilbert TorreEnviado| El Universal
Miércoles 05 de noviembre de 2008
Obama primer presidente negro en Estado Unidos

CHICAGO.— Una epidemia lo invadió todo en el Grant Park. “¡Barack Obama es presidente de Estados Unidos!”, dijo un comentarista de televisión al borde de un ataque de euforia. Una fotógrafa afroestadounidense se olvidó de apuntar hacia la multitud y se echó encima de un grupo de periodistas que la colmaron de abrazos.

Medio minuto más tarde la fotógrafa enfocaba a los miles que bailaban, aplaudían, sudaban en el frío helado, gritaban, lloraban, alzaban la mano en V, se abrazaban. Las cámaras de televisión proyectaban el rostro del reverendo Jesse Jackson: dos hilos de lágrimas corrían por sus pómulos anchos. Era un llanto dulce, como el de un niño feliz.

Era como si el año nuevo se hubiera anticipado: había gente encaramada en los postes, asomada en los balcones de los hoteles y sobre las puntas de los pies en las bancas que rodeaban al Grant Park, un jardín abrazado por un bosque de rascacielos que al anochecer se estremecía asfixiado por los miles que habían llegado a ver el gran final.

Y no sólo habían llegado a presenciar el ascenso de Obama. Parecían asistir a la inauguración de un nuevo país. Cayeron los paradigmas. Los temores de un golpe de racismo habían sido sepultados por millones de votos.

Unos minutos antes, cuando los resultados caían absolutos, como se vienen abajo los cimientos de un viejo edificio, emergían los nuevos rasgos de la sociedad estadounidense. No fue sólo un proceso para elegir un presidente: lo que ocurría era lo más parecido a los efectos de un tsunami social cuya fuerza transformaba de un solo golpe la demografía del país. El gigante cambiaba de piel.

Los comentaristas de televisión intentaban explicar lo que estaba ocurriendo. No sólo se venía abajo el poder republicano; también se colapsaban las estructuras de una generación. Ahora esas estructuras oscilaban en el olvido y los protagonistas de una nueva coalición ascendían y ocupaban los espacios de las grandes cadenas televisivas: los jóvenes de 30 años, los millones que cumplieron 18 y votaron por primera vez; los latinos, los negros, las mujeres.

J. Smith tiene la piel de un tono amoratado y la boca le duele de tanto sonreír. “Esta noche terminó el sueño”, decía con su pin de Obama en la solapa de la chaqueta. “Hoy la historia cambió. Cambiamos la historia”.

Todo comenzó a terminar demasiado pronto. “¡Ha sido una tremenda victoria!”, exclamaba un comentarista de televisión a las 9:35 de la noche. Obama ganaba Ohio. Un ¡aaaaaaaaaaaah! invadía el parque iluminado por los destellos de las letras de neón de dos rascacielos. Luego cayeron las últimas ruinas del poder republicano: Nevada, Virginia...

Un reverendo negro apareció ante la multitud después de que Obama había sido declarado vencedor. “Es una noche extraordinaria para Estados Unidos. Mañana no seremos los mismos”, dijo. Una vieja canción de Steve Wonder resonó en las bocinas y unos minutos más tarde apareció Obama. Ya era presidente electo de los Estados Unidos.

“Un nuevo liderazgo político está al alcance”, dijo al mundo y a quienes no votaron por él prometió: “También seré su presidente”. La gente no dejaba de saltar, bailar, llorar y aplaudir cuando Obama exclamó: “El cambio llegó a Estados Unidos. Es nuestro tiempo”.

 

 



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