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Nunca es demasiado tarde...

El Universal
Miércoles 22 de noviembre de 2006

Si Pedro hubiera sabido hace 50 años que el calentamiento global iba a ser tan agresivo, que el agua potable apenas y la conocerían sus nietos y que él y su familia serían unos de los 200 millones de refugiados por la falta de alimentos y sanidad, quizá su actitud hubiera sido otra.

Sin embargo, en 2070 es difícil recordar aquel viejo informe llamado "Stern", que indicaba precisamente los riesgos de aumentar o mantener la emisión de gases contaminantes y el uso indiscriminado del agua y los alimentos.

Ahora quizá ya es demasiado tarde para lamentar cómo en su pueblo natal del estado de México apenas acudía a las clases que daba Margarita Barney, del Grupo para Promover la Educación y el Desarrollo Sustentable (Grupedsac), donde les indicaba sobre la importancia de cuidar los recursos naturales y tratar de crearlos por sí mismos.

Barney tenía en su centro una serie de técnicas para recolectar agua pluvial y guardarla en cisternas para utilizarse durante todo el año.

El centro era autosuficiente y no tenía que pedir una gota al municipio.

Sin embargo, los papás de Pedro, quien apenas era un niño de 8 años, se negaban a captar el agua de la lluvia y construir cisternas para guardarla, pues decían que si llevaban a cabo esa labor, más tarde el gobierno ya no les llevaría el líquido en pipas, además de que desconfiaban de la calidad del agua, pese a que Barney le comentaba que estudios habían demostrado que era más pura que la de garrafón.

Asimismo, Barney también les enseñaba a hacer cultivos en unos cuantos metros cuadrados, utilizando un sistema por goteo que permitía regar con 40 litros de agua una superficie de ocho metros cuadrados y obtener así hortalizas y frutas.

Ahora, cuando a Pedro le hablan de manzanas, peras o lechugas, sólo viene a él un recuerdo borroso de aquellos huertos ubicados en los entonces frondosos bosques del estado de México.

Recuerda también cómo jugaba con aquellos gusanitos de la llamada "lombricomposta", que utilizaban en el centro para abonar a lo huertos, a diferencia de su padre que seguía utilizando químicos para cultivar maíz y que años más tarde fueron prohibidos, pues unos funcionarios del gobierno habían dicho que terminaron por dañar los mantos acuíferos de la región.

En el aspecto de los desechos, el centro de Barney no arrojaba ni una gota de agua sucia al exterior, pues tenía un sistema de recolección que permitía recuperar los desechos vía gas metano, abono y agua para riego.

Además de que en el centro también enseñaban a crear calentadores solares, con lo cual el agua para bañarse no era calentada con leña ni con gas.

Pedro recuerda como un día, una de las 35 mil personas capacitadas por Barney en los primeros años del centro, enseñaron a su padre a hacer una estufa de leña más eficiente y así evitó que su progenitor acudiera frecuentemente a cortar leña en el bosque.

Un de los "inventos" que más le gustaba a Pedro era una bicicleta que estaba conectada a una batería para automóvil, y que con 15 minutos de pedaleo se recargaba y permitía dar tres horas de iluminación con un foco, algo muy útil para una zona donde la energía eléctrica era escasa.

Sin embargo, Pedro sólo fue algunas ocasiones al centro y con el paso del tiempo ninguna de las técnicas fue adoptada por su familia, para hacer de su hogar algo sustentable.

Con 78 años a cuestas, Pedro reflexiona frente a un páramo donde alguna vez estuvieron los bosques del estado de México y piensa que si como familia hubiera hecho algo al respecto, quizá el presente no lo estaría golpeando como ahora lo hace. (FR)



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