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Se impone la vanidad femenina

El Universal
Domingo 05 de noviembre de 2006

El estilista Alberto Sanders le cambió a Cristina Fernández el corte y el color del pelo y, además, le puso extensiones y le marcó ondas muy suaves. Cristina apareció entonces como una atractiva pelirroja de flequillo cortado en diagonal. Su imagen era más fresca (actualmente tiene 53 años).

Caminatas diarias y pilates estilizaron su figura y, libre ya del complejo de tener caderas anchas, cambió también su estilo de vestuario. En vez de los tonos oscuros que acostumbraba, eligió otros más luminosos; se atrevió a usar transparencias y hasta escotes.

En 2004, a un año de la ascensión de su esposo a la Presidencia, la senadora Fernández apareció en una ceremonia oficial con un vestido negro transparente (que dejaba ver su ropa interior) y de amplio escote.

Poco después, eligió otro moderno vestido de tela levemente brillante, para su encuentro con Hillary Clinton en una reunión de dirigentes políticas y empresarias.

En una de sus más recientes apariciones, en el Festival de Cine de Mar del Plata, la senadora Cristina Fernández de Kirchner lució un vestido verde, de escote pronunciado, y el rostro rejuvenecido mediante algún moderno tratamiento, fue la estrella del festival.

Todo esto prueba que la vanidad se lleva bien con el poder.

LAUREEN TESKEY HARPER COMIENZA SU DESPEGUE

Es la recién llegada al club de las primeras damas, aunque su esposo, Stephen Harper, no es presidente, sino Primer Ministro de Canadá, desde febrero de este año.

De 43 años y egresada del Southern Alberta Institute of Technology, Laureen es de origen rural; nació en la localidad de Turner Valley, al suroeste de Calgary, Alberta, en las laderas de las Montañas Rocallosas. Sus padres fueron granjeros y dueños de una empresa proveedora de electricidad.

Después de su graduación, la hoy señora Harper recorrió durante más de un año 13 países de África y desde entonces se ha interesado por aquel continente.

De regreso a su patria, trabajó muchos años en Calgary como artista gráfica. Interesada en la política, a finales de los años 80 se afilió al Partido Reforma de Canadá, y 10 años después, en una asamblea partidista, conoció a Stephen Harper (hoy líder del Partido Conservador). Se casaron en 1993 y a partir de entonces, el político, "intensamente cerebral", se volvió "meloso", aseguran los amigos de la pareja.

A sólo ocho meses de haberse convertido en Primera Dama, Laureen Teskey se dejó crecer la melena y aclaró un poco su cabello, que ahora es rubio platino. También comienza a sustituir su vestuario habitual, un tanto anticuado y de modelos en serie, por trajes de corte moderno y mejor calidad. Su imagen ha mejorado mucho.

Madre de Ben, de 10 años, y de Rachel, de siete. Cuando hay tiempo, lo que más disfruta en familia es montar en bicicleta.

MARISA LETICIA DE DA SILVA. LA SOMBRA DE SU MARIDO

Nieta de italianos y la penúltima de 11 hermanos, a la esposa del presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva no se le conoce en su país como la primera dama sino como la "primera compañera".

Aunque activista muy decidida en defensa de los derechos de los trabajadores, fue durante mucho tiempo una típica ama de casa que atendía a su marido y cuidaba a sus hijos. Jamás ha pronunciado un discurso político y su voz es, incluso, casi desconocida para la mayoría de los brasileños.

Nacida hace 56 años en el municipio de São Bernardo do Campo, aledaño a Sao Paulo, a los nueve años comenzó a trabajar como nana de tres niñas menores que ella; a los 13 fue empacadora de bombones en la fábrica de chocolates Dulcora, y permaneció allí hasta los 21 años, cuando se casó por primera vez y se embarazó.

Viuda en 1973 y madre de un hijo, volvió a trabajar, esta vez como inspectora en un colegio estatal. Ese año, conoció a Lula en el Sindicato de los Metalúrgicos de São Bernardo do Campo. Siete meses después contrajeron matrimonio.

Él también era viudo. Su primera mujer, María de Lourdes, trabajadora de una empresa textil, había muerto. Junto con aquel bebé, Lula y Marisa Leticia tienen tres hijos y ahora son abuelos de dos nietos.

Siempre al lado de su esposo en las luchas sindicalistas, en 1980, cuando se fundó el Partido de los Trabajadores al que pertenece Lula da Silva, Marisa cortó y cosió la primera bandera del PT. "Tenía una tela roja, italiana, guardada hacía mucho tiempo. Le pegué una estrella blanca. Quedó lindo", comentó en alguna ocasión.

Menuda, rubia y blanca, la primera dama de Brasil desde el 1 de enero de 2003, no podría presumir de andar a la última moda. Lleva un peinado casero, como el estilo de su ropa. Pero es sagaz.

Como lo hizo durante las cinco campañas de Lula, hoy todavía, cuando los políticos van a su casa a comer, ella le comenta después a su marido si el personaje le pareció confiable o no. Lula le presta atención.

Y, además, la adora. Cuando demandan su presencia más allá de cierta hora, él dice: "Tengo que llegar temprano para cenar, si no la galega (rubia) me mata".

LYUDMILA SHKREBNEVA, DE SOBRECARGO A PRIMERA DAMA DE RUSIA

¿Cómo vive su papel la esposa del presidente de un país remoto y con una cultura tan diferente a la nuestra, como por ejemplo, Rusia?

Esta es la semblanza de la mujer de Vladimir Putin, que al casarse con él perdió su apellido, pero ganó una "a".

"Mi esposa nunca ha buscado la gloria", suele comentar el presidente ruso. Y en efecto, Lyudmila Putina, quien estudió filología y lenguaje en la Universidad de Leningrado, no es elegante ni gusta de las joyas ostentosas, es feliz en la paz del hogar, al lado de su familia.

Su padre trabajó en una granja colectiva y luego ingresó a la Armada. En sus años juveniles, la primera dama de Rusia soñaba con ser actriz. En plena era comunista, ella interpretó muchos de los papeles femeninos de las obras que se representaban en un club regional del Palacio de los Pioneros, en Kaliningrad. la ciudad donde nació el 6 de enero de 1958.

Dispuesta a convertirse en actriz profesional, se dirigió a Leningrado (hoy San Petersburgo), con la intención de inscribirse en una escuela de actuación. Pero reprobó uno de los exámenes y tuvo que regresar a casa. Trabajó en el correo y fue auxiliar sanitaria en el hospital de la ciudad.

Llegó a inscribirse en la Universidad Técnica de Kaliningrad, para estudiar física y matemáticas, pero desertó al segundo año, cuando obtuvo empleo como sobrecargo de la Kaliningrad United Aviation.

A principios de los años 80, la compañía la envió de vacaciones a una casa de descanso en Leningrado, y cierta noche, en compañía de una amiga, asistió al show de un famoso cómico ruso, Arkady Raikin.

Entre el público se hallaba también el joven Vladimir Putin, en aquel tiempo, estudiante de la Facultad de Leyes de la Universidad de Leningrado.

A la salida de la función, ambos coincidieron en las escaleras del teatro y Lyudmila quedó prendada de aquel muchacho de cuerpo atlético y rostro de rasgos finos, aunque inexpresivo.

El matrimonio de la pareja se efectuó el 28 de julio de 1983, cuando Putin trabajaba en Leningrado como agente de la KGB, la policía secreta del país. Después fue transferido a Alemania y por último, a Moscú.

Los esposos Putin tienen dos hijas que llevan los nombres de las abuelas: María, de 21 años, y Katya, de 20.

Las funciones de Lyudmila como primera dama se limitan a acompañar a su marido cuando el protocolo así lo demanda. Por tradición, en Rusia las esposas de los mandatarios guardan un bajo perfil.

Lyudmila adora manejar automóviles. Pero a principios de los 90 tuvo un accidente muy grave y permaneció dos años en rehabilitación. Desde entonces utiliza chofer.

En Moscú se rumora que los Putin llevan una relación distante. Lyudmila, regordeta, de cabello corto cuyo color cambia periódicamente, no se inquieta: eso se ha dicho de otros matrimonios que los antecedieron, como los de Mihail y Raisa Gorbachov y Boris y Naina Yeltsin.

La señora Putina es una brillante declamadora y habla alemán, español y francés.

Le encanta la música y es buena jugadora de tenis.



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