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Valle de Juárez, valle de la muerte

Redacción| El Universal
Lunes 31 de agosto de 2009
Era la mañana del 19 de agosto y había transcurrido menos de un minuto desde que cruzó por un retén militar cuando fue interceptado por un grupo armado

El hombre transitaba a bordo de su vehículo por la carretera Juárez-Porvenir, a la altura del poblado de San Agustín, en el Valle de Juárez, una zona agrícola extendida sobre la margen mexicana del río Bravo. Era la mañana del 19 de agosto y había transcurrido menos de un minuto desde que cruzó por un retén militar cuando fue interceptado por un grupo armado. El estrépito de las balas se escuchó varios kilómetros a la redonda, refiere un expediente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, pero ninguna autoridad acudió al lugar del atentado.

Sin embargo, el hombre logró escapar. En el testimonio que rindió ante uno de los visitadores del organismo de Derechos Humanos, dijo que ello fue posible debido al vasto conocimiento que tiene sobre el territorio. El ataque por sí mismo no significó gran cosa. Los diarios y noticiarios locales ni siquiera lo tomaron en cuenta. Las horas previas una familia entera fue masacrada por pistoleros sobre esa misma carretera y en uno de los poblados de la región media docena de sujetos habían muerto acribillados. Ambos sucesos acapararon espacios.

Vaquero de un narco

Pero el testimonio del sobreviviente ofrece algo de claridad sobre lo que sucede en el corredor de pueblos que corresponden a los municipios de Guadalupe Distrito Bravos y Praxedis G. Guerrero, al oriente de Ciudad Juárez. El intento de asesinato que sufrió no fue por figurar en alguna parte del organigrama de los grupos de narcotraficantes en disputa, sino por haber trabajado como vaquero en el rancho de un antiguo patrón de la droga local, hoy prófugo de la justicia.

“Este vaquero supervisó durante años el cultivo de las parcelas y el crecimiento del ganado de uno de los patrones de medio pelo que operaban en la zona”, precisa el informe de la CEDH. “Esta persona también había realizado trabajos de ganadería para uno de los nuevos patrones y fue con él con quien buscó comunicarse para pedirle apoyo”.

La respuesta del más reciente de los patrones es lo que inquieta al organismo: “Mire joven —le dijo— la gente del Riquínno quiere rendirse, así que recibimos la orden —y la vamos a cumplir— de que todo aquel que haya tenido negocios con los de La Línea, que les haya rentado tierras, trabajado en sus negocios o en sus parcelas o que hayan pasado mercancía para el otro lado, se tiene que ir de aquí o lo vamos a matar”.

Matizó el nuevo patrón citado por el vaquero en su testimonio ante la Derechos Humanos: “Yo le doy la buena por esta ocasión para que se vaya, porque ha sido buena riata, pero la próxima vez que lo vea, no le aseguro nada”.

Corredor de la muerte

José Rodolfo Escajeda El Riquín, es señalado por la DEA como miembro principal de la organización de narcotraficantes que controlaron el cruce de drogas por la región del Valle de Juárez durante la última década. Su nombre, ampliamente conocido en la región, adquirió mayor relevancia a principios de 2006, cuando agentes del condado de Hudspeth lo videograbaron junto con varios de sus hombres mientras intentaban rescatar una camioneta cargada con mariguana atascada a mitad del río.

La supremacía del poder sobre ese punto de la frontera pertenecía entonces a dicha célula del cártel de Juárez, según autoridades mexicanas. Sin embargo, la PGR y la DEA comparten informes desde mediados de 2005, sobre la introducción de grupos ligados a Joaquín El Chapo Guzmán en ese mismo corredor. Antes de la violenta confrontación entre ambos grupos, fueron militares y federales quienes chocaron entre sí.

Un mes antes de filmarse el rescate de la droga, un convoy militar atacó con disparos a detectives de la Agencia Federal de Investigaciones enviados para indagar una serie de secuestros en un ejido del poblado San Agustín.

Ambas dependencias dijeron los días posteriores que el enfrentamiento fue una confusión, pero los mismos agentes agredidos exhibieron un video en el que se observa un ataque frontal.

El Valle de Juárez ha estado siempre bajo control de una u otra fuerza federal, pero los actos criminales, lejos de contenerse, aumentaron de manera exponencial, de acuerdo con registros de la Procuraduría estatal. En una de las más impactantes demostraciones de violencia, un grupo armado tomó por asalto un ejido de Guadalupe, llamado Barreales, el último de noviembre de 2008, y tras incendiar las viviendas, se llevaron a tres de sus habitantes. El Ejército informó al día siguiente que iban por El Riquín.

Parte de ese grupo fue detenido por los militares. En su declaración confesaron que buscaban aniquilar a Escajeda, a quien atribuían el asesinato y decapitación de muchos otros adversarios, como los sucedidos el 2 de junio de ese mismo año en el poblado de Sauzal, en donde la policía halló los cuerpos sin cabeza de dos sujetos y las cráneos fueron arrojados a varias cuadras de distancia, con un narcomensaje contundente: “Esto es para los que siguen creyendo y para los que no la creen, sigan haciendo caso al chapo guzmán que solo les garantiza la muerte, bola de pendejos. La línea”.

Producto de esta confrontación han sido asesinados ex alcaldes, jefes de policía, regidores y otros funcionarios municipales. Pero hasta mediados de este año, la lucha estaba reducida a individuos presuntamente ligados a las actividades de uno u otro bando. Las familias estaban a salvo, lo mismo que buena parte de los pobladores ajenos al negocio de la droga, hasta que la tarde del 14 de agosto un grupo armado abrió fuego contra un vehículo compacto en el que viajaba no solamente su objetivo —un informante de La Línea— sino su esposa, hija y nietos. Los niños, de 3 y 4 años, sobrevivieron. El resto murió.

El atentado suscitó venganzas. Una racha violenta que llegó a su máximo tres noches más tarde, el 17, en el interior de un bar atestado de clientes, al que arribaron cuatro sujetos con fusiles de asalto para asesinar a ocho personas, entre ellas al propietario.

Parte de lo sucedido se explicó en mantas colocadas por los mismos grupos en pugna. En ellas, La Línea acusaba al ejército de El Chapo de masacrar inocentes y se atribuían ellos mismos varios homicidios como respuesta. Tales señalamientos no han tenido réplica formal de ninguna de las autoridades. Por eso, el testimonio del vaquero ante la CEDH, es relevante: en el Valle de Juárez la guerra atrapó a inocentes y no hay indicios de que los federales intervengan.

 



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