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El corazón de una persona

Antonio Cervantes| El Universal
Viernes 10 de julio de 2009

Es 9 de julio de 2009 en el poblado de Le Barón, Chihuahua. El día comienza con aire caliente que se siente en los ojos. Como el de un horno cuando abres la puerta para cocinar algo.

Hoy es el día del funeral de Benjamín Le Barón y Luis Carlos Widmar, asesinados por sicarios hace dos días. Benjamín cumplía 33 años en octubre y Luis Carlos 30 en diciembre. Ambos, padres de cinco niños menores de siete años.

El acceso a la casa donde han sido velados ambos cuerpos no está permitido esta mañana, porque la familia está en reunión privada y el gobernador del estado viene a platicar con ellos. Alrededor de las nueve de la mañana sobrevuela un helicóptero, baja el gobernador, entra con la familia y después de unos minutos sale y se dirige a donde está reunida la prensa. Dice que este caso ha sido atraído por la Procuraduría General de la República (PGR) y que estamos peleando, todos, una guerra contra el narcotráfico… o algo así. Y se va. Julián Le Barón, uno de los hermanos de Benjamín, habla también con los reporteros y les dice que esta comunidad no es violenta, que cree en la libertad y en la paz y que ahora está bañada de dolor y de injusticia.

Entonces comienza un movimiento denso. Entra una camioneta grande que jala una plataforma, como las que se usan en los desfiles, cubierta con un poco de paja. Familia y amigos de los difuntos se organizan para subir los dos ataudes a la plataforma. Padre, madre, esposas y hermanos mayores, ellos organizan la actividad y la marcha que está por comenzar hacia el pueblo de Le Barón, donde comenzará una ceremonia previa al entierro en el cementerio de Galeana.

Deseó ser más alto

El lugar de la ceremonia está lleno de personas. Muchos vienen de fuera, de otras ciudades de México y de Estados Unidos, hasta de Alaska. El primero en hablar es un hombre viejo que recuerda cuando cargó en sus brazos, de bebé recién nacida, a la esposa de uno de los jóvenes que ha muerto y que ahora enfrenta esta pena.

En su turno al micrófono Jaime, otro hermano de Benjamín, dice que su hermano era como el alma de la fiesta, que era muy bueno para el baile y para las chavas, porque todas querían bailar con él. Señala también que en sus cumpleaños siempre pedía el mismo deseo, ser más alto, más grande, por su corta estatura.

Sueño imposible

Ahora es el turno de Joel, el padre de Benjamín. El expresa que no es posible vivir así, sin que mujeres y hombres podamos soñar. “Hay que ser fuertes, ese es nuestro reto, muchos antes nos han dado paz y tranquilidad como privilegios, no podemos defraudar a esos hombres y mujeres que lucharon por darnos eso, hay que recuperarlo”.

Lenzo, hermano de Luis, expuso que los nombres de estos dos valientes serán recordados en la historia de México en el momento en que inició la batalla hacia la paz y la tranquilidad de este país.

Hacia las tres de la tarde, al terminar la ceremonia, llegando al cementerio de Galeana, irrumpe la voz de un vecino de la comunidad del Sauz que grita que no le preocupa la maldad de los asesinos, sino el silencio de los hombres buenos.

Otro vecino indica que no se viene aquí a despedir a los amigos, sino a plantar semillas… hoy necesitamos muchos Benjamines, explica. Otra persona vocifera una propuesta, que todos nos llamemos Benjamín Luis Le Barón Widmar por tres meses.

El adiós de un hijo

Un niño, con los ojos bien cerrados, presiona sus labios contra la tapa del ataúd de Benjamín. Un último beso. Largo. Miriam abraza a uno de sus pequeños. El tiene los ojos chiquitos más tristes que alguien haya visto y ve cómo baja el féretro de su padre por la fosa.

Un hermano de Luis frota con sus manos la caja de madera, recuerda… y llora. Todos los niños se despiden arrojando flores. Una voz comanda: “¡Un puño de tierra cada quién!”. Y la tierra cubre a los héroes. Siguen canciones, música, el sol que no quema, pero calienta como que algo está por hervir aquí.

A las cinco de la tarde en punto el cementerio queda vacío. El viento comienza a correr y trae el canto de algunos pájaros. Y los cuerpos sin vida de Benjamín y Luis Carlos quedan aquí, como la sombra de la presencia que acompañará a toda la comunidad de Le Barón. Para siempre.



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