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"Los mató la inseguridad que imperaba en la mina"

Alejandro Suverza| El Universal
Domingo 26 de febrero de 2006

San Juan de Sabinas, Coah.- La madrugada de hace ocho días bajaron a la mina. Lo hicieron a pie porque la telesilla que los debía introducir a la mina de carbón no funcionó. La madrugada de hoy, las rotativas de todos los diarios imprimieron su tragedia, la de morir en la oscuridad total. Ayer se confirmó, los 65 trabajadores de la Industrial Minera México no sobrevivieron a la explosión.

A las 15: 30 horas, una mujer con su llanto lo anunció. Abandonaba la mina. Caminaba y lloraba. Se quejaba como sólo puede hacerse cuando el dolor viene de lo más profundo del corazón. "Yo te voy a esperar aquí", le gritó a su hombre de carbón.

Era obvio que la información de la tragedia llegó primero a los familiares, pero pareciera que también fue adelantada sigilosamente a los rescatistas de la Cruz Roja, porque antes de que se hiciera el anuncio oficial se habían acomodado con camillas en la salida principal.

Juan Hernández, un anciano de gorra roja, era el segundo mensajero de que había que esperar malas noticias en la conferencia de prensa. Se iba porque el cuerpo de su hijo Margarito tardaría quién sabe cuánto tiempo en la mina de carbón.

Las caras de muchas y muchos se clavaban en las rejas que miran de frente al pasillo que conduce a la salida principal. Por ahí venía llorando otra mujer, que se tuvo que detener para evitar el comercio del dolor en el retrato nacional o local.

Siete días de desesperación se desbordaban en minutos de llantos a veces como de liberación. El de aguantarse por mucho tiempo las ganas de chillar porque el esposo, el hijo, el hermano se quedaba ahí en las profundidades de la tierra. Los mató una explosión de gas de una minera que en los hechos nunca tuvo las medidas de seguridad, denunciaron familiares de los obreros.

Con el llanto y el dolor salían mujeres hombre y mujeres, familiares de mineros que ganan poco más de 100 pesos al día por arriesgar la vida en las minas del carbón. Ayer les habían dicho que interrumpían las labores de rescate por tres días, hoy que la mina ocho Pasta de Conchos de la Industrial Minera México nadie había sobrevivido por la alta acumulación de gas.

Por eso, en las oficinas de la mina, cuando las partes responsables confirmaron las muerte de los mineros, Alma Álvarez le gritó al presidente de la minera que lo meterían a él para ver si así se tardarían tanto tiempo en rescatar su cuerpo. "Para qué se tardaron tanto tiempo en decirnos lo que ya esperábamos, por qué no fueron más honestos, para qué nos crearon falsas esperanzas de que los iban a rescatar", les gritó Aída.

Luego vino el anuncio oficial, que por primera vez se hizo frente a la bocamina por la que el pasado domingo bajaron los mineros a pie porque ni siquiera servía el elevador.

Era ahora la bocamina de los 65 que perdieron la vida. Ahí en un pequeño templete subían el gobernador de Coahuila, Humberto Moreira, el presidente de la mina, Javier García de Quevedo y el secretario del Trabajo, Francisco Javier Salazar.

Tres hombres que antes de decir que 65 mineros habían muerto, tuvieron la necesidad de justificar. El primero decía que vigilaría que se dijera la verdad, y que se llegara al fondo de las investigaciones. Así tal cual, el empresario decía que se unía a ese compromiso. Decía que no cejaría hasta que se conociera la verdad, el porqué de la explosión y también presumía la "extraordinaria" compensación de 100 mil pesos para los sobrevivientes. El tercero que se encargaría de que no se pisotearan los derechos de los trabajadores. Hasta en el último día de la tragedia de los 65 de la mina, se andaban por las ramas.

Parecía de repente uno de esos actos políticos de México en los que cada parte promete para sacar. Eran el bueno, el malo y el feo después de una tragedia: el gobernador que siempre se escondió en un discurso de que estaba ahí para que se dijera la verdad. El feo, que siempre se le miró como raro desde que tomó el control y el malo, el empresario que hasta el final mintió. Sus mineros, que poco a poco se fueron acercando, no aguantaron ya cuando dijo que en promedio ganaban 166 pesos al día comenzaron a protestar. Uno que dijo ganar 94 pesos al día, y otro 120 lo pusieron a temblar.

Se supo que en la reunión con familiares fueron más directos. Pero aquí se prepara el discurso para las televisoras y por ende por todo el país. Quizá por eso nadie antes de la parte de preguntas y respuestas habló de muerte, sólo de que no hubo posibilidad de sobrevivencia. Pero se fueron por las ramas y al final dijeron lo que tenían que decir. El empresario leyó algo parecido a un pergamino en el que, después de 10 minutos de lectura, destacó que los especialistas determinaron que nadie sobrevivió a la explosión.

Habían sabido a la una de la tarde que los 65 mineros que arriesgaron no aguantaron la explosión. Luego fueron con los familiares a provocar crisis y desmayos. Desde las rejas de la mina se miraban poco después a los hombres y mujeres que comenzaban a abandonar el lugar, unos llorando, otros con la calma de decir: "Nos hubieran dicho desde antes, casi todos tenemos un minero en la familia, ya sabíamos más o menos en qué iba a parar, por qué se tardaron tanto tiempo en decir la verdad", dijo Juan Hernández, padre del minero Marcelino.

Los lamentos siguieron anunciando el luto, los 65 mineros que bajaron a pie a la mina la madrugada del domingo anterior ya no estarán nunca. Bajo el sol sofocante, la mina ocho de Pasta de Conchos con su anuncio "seguridad siempre" quedaba atrás y a partir de hoy engrosaría las historias de muerte y tragedia en la zona carbonífera más importante del país.



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