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Centenario de Roberto Gavaldón

Rosalina Piñera| El Universal
Viernes 13 de marzo de 2009
Roberto Gavaldón (1909-1986) fue el primer director mexicano en contender por el premio Oscar a la Mejor Película Extranjera —con Macario en 1959— y con ello, artífice de la cinta nacional más premiada en el extranjero por muchos años

Su cine arrodilló a las diosas, dio el poder de la vida y la muerte a un humilde indígena y cumplió el sueño de amor de una mitómana. Cronista del México rural, del caciquismo, el arraigo a la tierra y la fuerza de las costumbres; del México citadino, la urbe devoradora de ilusiones y terreno del desencanto. Ante su cámara desfilaron personajes atormentados por sus ambiciones o por un destino inclemente: criminales, prostitutas, maridos infieles y esposas al borde de la locura. La dualidad del ser humano, la juventud eclipsada y la muerte, sus temas recurrentes. Roberto Gavaldón (1909-1986) fue el primer director mexicano en contender por el premio Oscar a la Mejor Película Extranjera —con Macario en 1959— y con ello, artífice de la cinta nacional más premiada en el extranjero por muchos años.

Admirador del cine de Kurosawa, Bergman, Capra, Kazan y Huston. Estudiante de carreras truncas en mecánica dental y arquitectura. Trabajó en bares, sacando borrachos en compañía del entonces mozalbete John Wayne. En la industria cinematográfica se alquilaría como extra para después ser tramoyista, asistente de director, guionista, actor y, finalmente, director. Debut de oro: el primer filme de Gavaldón, La barraca (1944), arrasó con 10 premios Ariel, incluidos el de Mejor Película y Director. Más que suerte de principiante: recibiría otros dos Ariel por dirigir En la palma de tu mano (1950) y El niño y la niebla (1953). Realizó 47 películas y lo nominarían cuatro veces en Cannes y dos en Berlín.

Le llamaban “El Ogro”, por el rigor que mantenía en el set y su apetencia a la perfección, a su autoridad se sometió incluso la indomable María Félix y le valió el respeto de grandes luminarias: Pedro Armendáriz, Dolores del Río y Arturo de Córdova. Los dos hijos mayores del cineasta: Roberta y Roberto Gavaldón Arbide, comentan para EL UNIVERSAL aspectos humanos del director. “Era un padre amoroso, se moría de risa que le llamaran ‘El Ogro’ —expresa Roberta—, y en casa, mi mamá (Emma Arbide) decía: ‘Aquí es un corderito’”. Pero en el plató cinematográfico, obligó a Ignacio López Tarso a comerse cinco pavos, lo hizo sudar cargando kilos de leña y, sin reparos, solicitó prender y apagar 3 mil velas varias veces, hasta obtener escenas perfectas para Macario. Buscando expresiones reales en los actores, cortó sin aviso el puente colgante por donde pasaba Ricardo Montalbán a caballo en Sombra verde (1954) haciéndolo caer al río. Amante de la lectura, la jardinería y la buena mesa, “le gustaba cocinar y siempre hacía paella para sus invitados”, declara Roberto, mientras su hermana agrega: “Era noctámbulo, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez comentaban lo difícil que era trabajar con él, porque comenzaban a escribir a las 12 de la noche y terminaban a las 5 de la mañana”. “En términos de factura cinematográfica, la crítica lo calificó de frío, distante; pero él obedecía a una idea clara de cómo hacer cine: ver a la distancia permitía detallar las situaciones con mayor nitidez”, dice Roberto. Las generaciones jóvenes están descubriendo el cine de Gavaldón como un legado de calidad técnica y estilística, de un autor conocedor de la fórmula del éxito como alguna vez expresó: “Haciendo buen cine el negocio florece”.

 

 



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