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Gustavo Rojo, sin camuflaje de galán

El Universal
Lunes 24 de diciembre de 2007
Heredó de su padre el romanticismo; confiesa que nunca tuvo un amor imposible. Su relación con Silvia Pinal no pudo concretarse; considera a México como su única nación

Frente a nosotros no estaba el galán de voz modulada, indiscutible personalidad y porte varonil; estaba Gustavo Rojo Pinto, el hombre de carne y hueso, el ser humano sin el camuflaje de estrella cinematográfica.

A pesar de todo, dice: “No vivo de añoranzas. Cada época tiene su encanto. Tampoco soy un amargado, al contrario, estoy satisfecho con lo que he logrado”.

El cuarto hijo de la poetisa y escritora Mercedes Pinto, quien a sus 83 años conserva rasgos de su innata galanura, descubre mucho de lo que el hombre ha escondido por años detrás del profesional de la actuación.

Nació el 25 de septiembre de 1924, sobre el Océano Atlántico, en el barco alemán Cretel mientras su familia, formada por sus padres don Rubén Rojo Martín de Nicolás y doña Mercedes, así como sus hermanas Ana María y Pituka, de 13 y 10 años, respectivamente, y el pequeño Rubén, viajaban con destino a Montevideo, Uruguay, “donde a mi padre se le había encomendado, en su calidad de diplomático, nueva labor en la embajada de España en aquel país”.

La madre del actor aprovecharía la travesía para mantener una serie de actividades culturales y artísticas en Sudamérica, pero la idea era regresar pronto a España.

Por cuestiones políticas, su estadía en Uruguay se alargó siete años, “cuando nos preparábamos para retornar, estalló la Guerra Civil española y nos atrapó en Latinoamérica”.

Los últimos dos países que tocarían los Rojo Pinto eran Cuba y México, “mi padre ya no ejercía la diplomacia. Tuvimos que quedarnos en La Habana”.

Quizá por lo ocurrido se precipitó la muerte de don Rubén Rojo Martín de Nicolás, “había caído en una gran depresión. Fue un hombre recto, elegante, con gran sentido del humor, incapaz de pronunciar una majadería en casa y mucho menos, levantarnos la mano. Fue un caballero”.

Gustavo califica igualmente a su padre de “romántico empedernido. Por amor a mi madre dejó fortuna, lazos familiares y renunció a la herencia que sus padres dejaron”.

CAPRICHOS O FANTASÍAS

En La Habana, cursó sus primeros estudios, “de aquel tiempo guardo muy buenos recuerdos, en especial de mi adolescencia, con mis primeros bailes y mis primeras noviecitas”.

Ahí fue donde comenzaron él y sus hermanos a explorar su rica herencia artística, “participé en algunas obras teatrales y probé suerte como locutor. Es más, tuve mi propio programa de televisión, Swing and melomusic, la verdad, estaba muy agringado”.

Acepta que inicialmente ni él ni sus hermanos pensaban ser actores, “sobre todo porque mi padre abrigaba la idea de que en España realizáramos una carrera universitaria. Ilusionaba que alguno fuera abogado, como él. Resultó lo contrario: todos seguimos las fantasías artísticas de mi madre, que mi padre calificaba de ‘caprichos’. Ella adoraba al teatro”.

La vida de Gustavo Rojo daría un giro de 360 grados. Todo se inició en 1941, cuando la poetisa Mercedes Pinto decidió aceptar una invitación que le hizo Emilio Fernández durante su visita a La Habana, para viajar a la ciudad de México, “fuimos recibidos estupendamente por la actriz Isabela Corona, quien se había hecho gran amiga de mi madre”.

Para entonces, el actor tenía ya 20 años, “fue la propia Isabela quien me propuso participar en una película mexicana titulada Murallas de pasión, filmada en 1943”. Pronto se convirtió en un actor muy solicitado, “de 1944 a 1950 casi no salía de los sets”. Por la amistad con los Soler, en especial con Andrés, Rojo incursionó en el teatro.

FAVORECIDO POR EL AMOR

Gustavo no sólo fue galán de porte distinguido, personalidad arrolladora y atributos masculinos que arrancaban suspiros de sus admiradoras en la pantalla, sino también en la vida real, “sí, he sido muy favorecido en el amor. Tuve un matrimonio infortunado con Erika Remberg que duró dos años. Pero mi primer lazo conyugal con Mercedes Castellanos, y el tercero y actual con Carmen Stein, han sido maravillosos”.

Reconoce igualmente que tuvo experiencias románticas inolvidables, “aunque hubo unas de cal por otras de arena. Algunas relaciones sentimentales terminaron en forma dramática pero la mayoría fue, digamos, por muerte natural”.

Insiste en que jamás tuvo un amor imposible o platónico, “siempre estuve enamorado y como siempre he sido un romántico, en eso salí a mi padre, le ponía mucho énfasis a mis idilios”. Como el que tuvo con la actriz chilena Malú Gatica, un poco mayor que él y, sobre todo, con la actriz Charito Granados, nacida en Argentina, “nuestra relación dio al traste y decidimos separarnos en 1951”.

FELICIDAD Y TRAGEDIA

En los años 50, al irse a laborar a España, se fue olvidando de Charito Granados, “y durante el rodaje de Cerca del cielo trabé amistad con la actriz hispana Mercedes Castellanos. No tardamos en enamorarnos y en dos años nos casamos. De esa unión nació mi primera hija, Alejandra”.

Al concluir su trabajo en el cine europeo, Gustavo Rojo volvió a México con su esposa y su hija, pero en 1957, debido a complicaciones con una intervención quirúrgica de la vesícula, falleció su mujer.

Fue un duro golpe quedarse solo con su pequeña Alejandra, de apenas dos años: “Mi esposa, antes de morir, tuvo la premonición de que moriría durante la operación. Me dejó escrito su deseo de que llevara a la niña a España, con su abuela y tías, ellas se encargarían de cuidarla”.

Poco tiempo después, filmando Desnúdate Lucrecia, con Silvia Pinal, se inició entre ellos una relación sentimental. La actriz recién había quedado divorciada de Rafael Banquells, su primer esposo. Él no había podido superar la pérdida de su cónyuge y viajó a España para cumplir el deseo de su mujer. “Silvia, al enterarse de mis planes, me rogó no abandonar el país y permanecer a su lado para formalizar nuestra relación, que finalmente se frustró.”

Después de una larga estadía en Estados Unidos y en el viejo mundo, Gustavo retornó a México donde se percató que el cine se había olvidado de él. Surgió entonces un viaje fortuito a Perú, para laborar en una telenovela de 500 capítulos, “en Lima conocí a la mujer que se convertiría en mi tercera esposa: Carmen Stein, había sido Miss Perú y en 1972 viajamos a la capital mexicana, donde nos casamos y tuvimos a nuestros dos hijos: Enrique y Ana Patricia”.

Hoy en día, al mencionar el gran amor que tiene por sus tres hijos, espera “que encuentren en la vida todo lo que anhelan: Alejandra vive en Madrid, es feliz con su esposo y es madre de mis tres nietos. Enrique, que heredó la vocación de su abuelo por la diplomacia, vive en Washington, donde trabaja en la embajada de México. Ana Patricia, la única que siguió la carrera artística, no ha encontrado la felicidad conyugal, pero espero lo logre y forme una familia feliz. Su madre y yo no le duraremos toda la vida”.

‘AGRADEZCO A DIOS’

Añora la presencia de su madre y hermanos, “a Ana María y a Pituka las recuerdo como pequeñas madres”.

“Mi madre siempre me pareció una mujer inteligente, que nos enseñó todo lo que pudo. Murió a los 93 años y solía decir: ‘A los viejos no los soporto’”.

De su hermano, acepta que fue el consentido de su mamá, “se lo ganó a pulso. Yo me fui de su lado, hice mi mundo aparte. Él permaneció con ella hasta que falleció”.

Entre Gustavo y Rubén sólo había dos años de diferencia, “nunca hubo entre nosotros fricciones o desavenencias. Cuando una chica nos gustaba a ambos, uno de los dos se hacía a un lado tan pronto ella manifestaba su preferencia”.

En todos los países donde ha vivido, su estancia ha sido sólo de pocos años, “elegí quedarme en México. Aquí he vivido invariablemente a plenitud. Jamás pensé romper mis lazos con esta nación a la que he considerado mi patria de por vida”.

A sus 83 años de edad, Gustavo Rojo Pinto se dedica en sus tiempos libres a la jardinería, la natación, al tenis o montar a caballo.

“Esto me permite mantenerme en buena condición física y con salud.”

Como actor, sigue activo. Se acerca el punto final y dice: “Todas las mañanas me asomo a la ventana y agradezco a Dios un día más de mi vida. Hay que aprovechar el momento, lo que tenemos y gozarlo al extremo”.



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