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Éric del Castillo, tiene un espíritu aventurero

El Universal
Lunes 10 de abril de 2006
El actor confiesa que de joven fue muy rebelde, hasta que en los escenarios encontró su verdadera vocación

La mañana era soleada y transparente. El actor habló, con la misma claridad, sobre Éric del Castillo, el que ha sido siempre y el que la gente, el público, el que lo ve en el cine o la pantalla televisiva, no conoce. "Hay muchos jóvenes que no saben nunca para qué nacieron, hasta los 20 años de edad yo fui uno de ellos. Anduve dando bandazos, sin encontrar mi camino".

"Fui un rebelde toda mi vida de entonces. Me corrieron de todos los colegios y mi madre ya no sabía qué hacer conmigo. Tenía muchas fantasías y un espíritu aventurero que me obligaba a irme de casa a cada rato". Las historietas mexicanas de Los Supersabios y Rolando el rabioso forjaron en Éric ese carácter indomable, "pues me leí todos los que circulaban en aquellos años".

Su anhelo de jugarse la vida lejos del hogar lo llevaron al sacerdocio, "entré a la Congregación de los Misioneros de Guadalupe porque sabía que los enviaban a predicar a África y hasta Oceanía. La idea germinó porque ya me veía por aquellas tierras lejanas". Pero Dios no lo había llamado por ese camino. "¡Claro que no! Fue una experiencia muy hermosa, no lo dudo. Me ayudaron mucho la filosofía y la teología, pero troné; ´despanzurré´ en el seminario".

Una maestra y un bombero

La mamá de Éric fue una maestra rural, "quien anduvo por muchas rancherías jalándonos a sus tres hijos". El actor nació en un hotel de la ciudad de Celaya en 1934. Sus padres se separaron cuando Éric y sus hermanos eran muy chicos, más tarde murió su progenitor, "en el famoso incendio de la tlapalería La Sirena, de la calle de 16 de Septiembre. Fue el 28 de noviembre de 1948. Tenía 14 años de edad y me encontraba en la escuela en San Luis Potosí. A los hijos de los 14 bomberos que se murieron en el siniestro nos ofrecieron una beca para estudiar en el colegio que quisiéramos".

Quien más tarde se convertiría en actor ingresó al internado de los Hermanos Maristas, ubicado en Tlalpan, por decisión de su progenitora. "Era de alto nivel, donde concurrían los hijos de los políticos y la gente muy rica de la época. Para mí fue un salto enorme, venía de escuelas de gobierno".

Un buen día, "cuando mi madre ya no sabía qué hacer conmigo y por su desesperación por mi rebeldía, me dijo: ´Pues métete de actor. Así vas a vivir muchas vidas. ¡No sé de dónde le llegó la iluminación! Es más, me dijo que había una academia de arte dramático de don Andrés Soler. Me dio la dirección y yo ni siquiera tenía idea de la escuela".

Hundido en las tablas

El hijo de la maestra rural no respondió pronto a la sugerencia de su madre, pero "un día que estaba muy derrotado fui en busca de la dichosa academia. La puerta estaba entre abierta; algunos muchachos practicaban la esgrima. Subí las escaleras y comencé a ver las fotografías de Dolores Del Río, María Félix, Pedro Armendáriz y la familia Soler. Me invadió un vértigo. Como si todo me diera vueltas, sentí que eso era lo mío. Caí a mi vocación; me hundí en las tablas escénicas y hasta la fecha no he salido ni pienso hacerlo jamás".

A estas alturas, Éric no se arrepiente de nada, aun en amores. Se ha casado dos veces, la primera con Roxana Bellini, "con quien procree a mi hijo Ponciano a quien quiero mucho, lo mismo a los dos nietos que me dio". Con su actual esposa lleva ya 37 años, "no es por nada pero hoy en día nos entendemos de maravilla. Antes hubo muchos pleitos; dos o tres veces me salí de casa. Los enfrentamientos fueron por falta de madurez y serenidad".

Hay algo que le entristece y le preocupa, que sus dos hijas hayan fracasado en sus relaciones conyugales, "no comulgo con lo que está pasando con la ´chaviza´ de hoy en día, a la menor provocación echan reversa. Como dicen en mi pueblo: desde que salió la mujer de casa a trabajar, comenzó el desgarriate".

Éric llegó al Andrés Soler en 1955 y en 2005 cumplió 50 años como actor. En lo personal, se ufana de la fortalece y unidad que domina a su familia, "me encanta tenerlos a todos aquí en casa, me gusta sentirlos como a la gallina a sus polluelos bajo sus alas". En su bella casa del Pedregal de San Ángel disfruta la compañía de su esposa Kate, junto con sus hijas, Verónica y Kate, de su hijo Ponciano y sus nietos, cuando van de visita.

Algo más le mueve el tapete, "sí, me da mucha tristeza que nuestra religión diga que al morir no nos vamos a reconocer con nuestros seres queridos. Que no será necesario porque con la presencia de Dios será suficiente. Me duele mucho porque quisiera que después de la muerte hubiera una continuidad de amor con los míos. ¿Para qué se nos dio el amor ¿para nada? Aún así, mi fe es la católica aunque reconozco que soy el peor de los católicos. No la practico".



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