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Élmer Mendoza

Inka Martí

Elmer Mendoza. Escritor, Culiacán, Sinaloa. Estudió Letras Hispánica (UNAM). Imparte literatura, creación literaria, programas y conferenc ...

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    04 de agosto de 2011

    Escribir en primera persona con el tono de Diario intimo, es un logro muy relevante, sobre todo cuando se alcanza a involucrar de inmediato al lector no ideal sin más derroche que una buena prosa y una temática de elevado interés general: los sueños; es lo que consigue Inka Martí, en Cuaderno de noche, publicado por Atalanta, en abril de 2011, en Girona, España.

    La experiencia de soñar es común y la variedad de historias es tan amplia como la vida. Si muchos soñadores escribieran sería el género más practicado; dice Jacobo Siruela que “es el más antiguo de los géneros literarios”; desde luego posee un sentido oral poderoso y constante; pero escribir sobre eso, y no sólo dar parte de ellos sino hacerlo con propiedad es lo que celebro de este volumen que tiene títulos como “La ciudad de cristal”, “Una vieja dama dormida en una espiral” o, “La puerta de la distancia”, que son auténticas ventanas a universos de la creatividad.

    Inka Martí, nacida en Barcelona, España, en 1964, cuenta sus sueños con naturalidad pero su efecto es profundo. Un sueño de ella lleva a infinidad de sueños posibles, no sólo poblados de sonrisas, breves palabras y humedades, sino de alfombras de serpientes, misterios galácticos y hombres-cocodrilo que almuerzan hombres normales con todo y vestimenta; tampoco faltan los bosques, las veredas, las casas y el mar; los delfines de voz clara y las vetustas edificaciones medievales en que no pensó Freud. Son sueños de poco más de 10 años en que prevalece el color rojo: una barca roja, una piedra roja, peces rojos, ladrillo rojo, tierra roja, libro rojo, y desde luego sangre roja y vísceras. Soñar en colores es otro nivel, dicen, y soñar en rojo es otra clase de sueños.

    Cuaderno de noche es un tejido de textos breves, perfectos, conmovedoramente humanos; tienen el sentido de representación de una fotografía, arte en que Martí es experta; detalles sutiles que son parte de la vida en su misterio y en su deslumbramiento cotidiano; desde luego sobresale la forma de contar; el lenguaje se muestra dócil en textos como: “Tres puertas, tres llaves”, “El puente” o, “Bebé a la parrilla”, que son piezas literarias de gran finura y redondez. Si escribir sobre la realidad es difícil, escribir sobre sueños es la dificultad hecha motivo, ¿dónde están las palabras para nombrar una esfera que emite una luz cegadora?, ¿o la del Bebé que sale de su cuerpo ardido para decir: ¡Huye!, o las razones por los muertos que cuelgan?

    ¿Qué hay en los sueños de Inka Martí que seducen? En el prólogo de Cuaderno de noche, Jacobo Siruela manifiesta que se trata “de las imágenes míticas de una cultura…”, y del “reflejo exacto de todos los sentimientos, sensaciones y emociones clandestinas que conforman el verdadero rostro de cada una de nuestras almas”. Desde esta óptica, Martí nos pone frente a nosotros mismos, propone el punto de quiebre de una sociedad en transición entre un pasado de edificaciones grandiosas, principios de convivencia y temores paradisiacos indiciados por las víboras, a una sociedad de naves luminosas, de temores manejables y protectora de animales. Es evidente el deseo de un mundo múltiple y habitable. “Hay tantas puertas que se abren a mundos infinitos”, expresa alguien; “Tienes que ir allí. Es un lugar muy hermoso”. Indica una anciana señalando una cumbre, después de que la soñadora ha navegado en una barca, uniendo dos ideas ancestrales de la vida después de la vida.

    La significación de cada texto es cosa de cada quien, y nadie resistirá la sensación de dejarse llevar a territorios compartidos, ¿acaso no son los instantes compartidos los que nos dan pertenencia a una cultura? Por supuesto que se señalan personajes que saltan de un sueño a otro, que producen una sana familiaridad en función de los propios, esos que tienen años viviendo en nuestras noches. A la vez, la autora desarrolla un discurso limpio, equilibrado y lleno de guiños, como ese beso intenso en que, “sentía la saliva pasando de una boca a otra como si fuera un néctar de plata”, y que puede ser la bandera blanca que salve al mundo de varios de sus males.

    Contar sueños requiere de un estilo particular en que texto y autor se hermanan sin subterfugios: “Es de noche. Estoy con otras personas en un lugar circular…”, “Me encuentro en una ciudad colonial…”, “Voy con dos hombres altos, de pelo blanco…”, son principios de textos donde de inmediato se palpa la cercanía con el lector, la intimidad como piedra de toque de una estética que aspira a ser detectada sin restricción. ¿Qué hay ahí? Un ser humano compartiendo sus sueños con otro. Nada más.



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