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Sandra Lorenzano

De cafés de chinos y otros olvidos



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    03 de julio de 2011

    ¿Cuántas vidas vivimos al mismo tiempo? Quiero decir: si usted entra por una puerta llamándose de una manera, con un cierto pasado, una forma de vestir y de desvestirse, de caminar y de mirar al mundo, y al atravesarla se llama de otra manera, tiene otro pasado, otra forma de desvestirse y de mirar al mundo, no piense que ha perdido la razón, o que se equivocó de vida (así como a veces nos equivocamos de puerta y entramos en la habitación errónea).

    Si usted, pongamos por caso, va manejando su automóvil y no comprende la palabra “alto”, o de pronto la o lo llaman con un nombre cualquiera, y usted no recuerda: no recuerda qué hace ahí, ni cómo se llama realmente, ni qué hacía manejando un automóvil, y sólo se le ocurre pensar que “el olvido es una boa que se muerde la cola”, no piense que ha perdido la razón o que se equivocó de vida (así como a veces nos equivocamos de puerta y entramos en la habitación errónea).

    Si usted descubre que tiene rasgos asiáticos, o camina por la calle de Dolores y se siente como en casa, si el nombre de Xian le trae vagas reminiscencias de tazas de té humeantes con perfume de jazmines, si se sorprende al descubrir que ha pasado la noche con un desconocido que dice ser su esposo, si extraña gatos que nunca tuvo, y escribe para no olvidar aquello que tal vez nunca ha vivido, no piense que ha perdido la razón o que se equivocó de vida (así como a veces nos equivocamos de puerta y entramos en la habitación errónea).

    Quizás lo que suceda es que usted padezca del llamado “Síndrome Verde Shanghai”. Un síndrome cuya expresión más clara puede sintetizarse en una pequeña frase de Antonio Porchia que dice: “Si olvidara lo que no fui, me olvidaría de mí mismo”.

    ¿Cuántas vidas vivimos al mismo tiempo?, preguntaba yo al comienzo de estas líneas. Pero quizás sea más pertinente preguntar ¿cuántas vidas NO vivimos al mismo tiempo? ¿Cuántas vidas quedan para siempre en “la negra espalda del tiempo”, como llama Javier Marías a ese espacio de posibilidades no cumplidas? ¿Cuánta nostalgia provoca lo que no sucedió? ¿Cuántos recuerdos nunca existirán y aún así nos dejan un vacío que duele?

    ¿Cuántas vidas no hubiera vivido Marina Espinosa, una de las protagonistas de la novela, si no hubiera “merodeado” por los linderos de ese olvido que añora lo que quizás nunca ha sucedido? ¿Cuántas vidas no viviría Xian por las calles increíblemente entrañables de una ciudad ajena?

    Víctimas todos –Marina, Xian, usted y yo misma– del “Síndrome Verde Sahnghai”, cuya definición es fácil encontrar en cualquier diccionario del alma que se precie:

    “Dícese de la mirada sobre la realidad que carga con más de un olvido sobre más de una vida. El nombre está tomado de un ignoto café de chinos de una ciudad ‘enorme, gris, monstruosa’, a decir de algunos poetas. Éste, como todos los cafés de chinos –en los sitios donde los chinos son lo absolutamente otro– es también el umbral de mundos olvidados, de realidades devoradas por los olvidos: imagen extrañamente familiar de pasadizos secretos hacia otras vidas, tampoco vividas y apenas recordadas. Si el “Síndrome Verde Shanghai” nos permite encontrar nuestros múltiples rostros en añoradas cajas chinas, es porque Rivera Garza se internó un día cualquiera en su propia escritura para regalarnos un espejo e invitarnos a pasar a través de él.

    Ni Marina, ni Xian, ni Julia Bradaigh, ni yo misma, entonces: Alicia, de pronto. Eso sí, ya no con la cara fresca de la infancia, sino con las marcas que deja el tiempo en un país imaginado hace siglos, y en el que todos vivimos y morimos varias veces por día. Y Cristina nos invita a pasar del otro lado del espejo porque sabe que el horror no tiene por qué paralizarnos. Porque sabe que el dolor puede ser una forma de acompañar en el camino. Porque sabe que también somos piel y cuerpo y compasión y ganas de abrazos y nombres que se suman al recuerdo de otros nombres. Porque sabe del secreto que encierran las palabras. Sabe que podemos hacer que el sueño de la razón no engendre monstruos sino poesía.

    Se dice que es bueno leer los libros cuando se es más joven que los personajes, y releerlos cuando se es mayor. Con respecto a este novela, ya no me fue concedida lo primera posibilidad, pero sé que leeré y releeré cada una de sus páginas, porque para aquellos que padecemos del “Síndrome Verde Shanghai” lo que Cristina escribe tendrá para siempre el atractivo y delicioso misterio de un café de chinos.

    (Este texto es parte del que leí en la presentación de Verde Shanghai, de la escritora Cristina Rivera Garza, el pasado 1 de julio.)

    http://sandralorenzano.blogspot.com Twitter.com/sandralorenzano



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