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Andrés Lajous

Del horror a la esperanza

Andrés Lajous es maestro en planeación urbana por el Massachusetts Institute of Technology y activista político. Actualmente es colaborado ...

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    10 de junio de 2011

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    En la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad, que va de Cuernavaca a Ciudad Juárez protestando en contra de la violencia y de la impunidad, los familiares de víctimas de asesinato y desaparición forzada deciden estar juntos, dar y recibir el cobijo y protección que ofrece un grupo de iguales. Las historias son todas horribles. Casi todas son voces de madres buscando a hijos o esposos. También están quienes buscan a sus hermanos, o a sus padres. La mayoría de ellos no están dados por muertos, sino simplemente desaparecidos. Nadie volvió a saber nada de ellos. Nadie avisó nada. De otros sí se supo pero un cadáver no habla, y sus familiares piden una historia plausible, un intento de investigación.

    Escuchamos sobre policías municipales que desaparecen y que no son sus propias corporaciones las que los buscan o denuncian. Escuchamos también sobre defensores de derechos humanos que a alguien causaban suficiente incomodidad como para perseguir a cada integrante de sus familias. Escuchamos de “daños colaterales” del ejército y de las policías. De métodos de investigación basados en la tortura y la ejecución. Del reclutamiento forzado del crimen organizado.

    En las historias que se cuentan en la caravana el Estado está ausente, y las oficinas de gobierno parecen representar el desprecio por el dolor, ansiedad y vida de los otros. De una ventanilla a otra, madres y otros familiares piden que se investigue, que se actualice el expediente, que le reciban su propia investigación. Una y otra vez reciben una “no respuesta”, o de plano un “deje de fregar”, o un “y usted qué información nueva trae”.

    Conforme avanza la Caravana se revela con más fuerza la geografía de la violencia y el género de sus consecuencias. Entre más al norte, más familiares de víctimas salen al paso y cuentan su historia. Al mismo tiempo, cada vez se hace más evidente que la mayoría de las víctimas de desaparición o asesinato son hombres, y quienes los buscan, denuncian y se pelean en las ventanillas son mujeres. En las historias de hombres que investigan no hay un desparecido sino dos. El desaparecido, y el que preguntó. En cambio cuando una mujer es la que busca, es simplemente ignorada. Pareciera que tanto para la autoridad como para los criminales las mujeres no representan una amenaza. Ni van a hacerse justicia por su propia mano, ni van a movilizar al gobierno en contra de los criminales. Se sabe que van a ser ignoradas. Por supuesto, todo esto son generalizaciones a partir de lo escuchado, y claro que hay casos distintos, pero es difícil no observar un patrón en estas historias recurrentes.

    Tras escuchar un ciento de historias, un drama tras otro, tengo dos reacciones. Primero la tristeza me lleva al enojo, a la búsqueda de los responsables por omisión. De aquellos responsables dentro del gobierno que son indiferentes, o que ellos mismos se sienten tan solos que el miedo los lleva a la parálisis. Después, ya que pasaron un par de horas escuchando testimonios, empiezo a tener una suerte de pensamiento mágico. Todo suena tan complicado, todo tiene tantos matices y variables, que no veo qué se puede hacer. Un “esto se acaba por sí mismo”, o un “si millones de personas salen a la calle esto se detiene” me invade simplemente como una forma de esperanza frente al horror.

    Vuelvo a pensar en los que deciden estar juntos, en organizarse. En los que reconociendo una y otra vez que la violencia del crimen organizado y de la fuerza pública tiene víctimas en los muertos y desaparecidos y en sus familias que buscan justicia, deciden actuar de manera inteligente. Con esas historias en mente, se organizan para cambiar la estrategia del gobierno, para pensar en alternativas efectivas a la política de seguridad actual, en darle seguimiento a cada caso para que la justicia se procure, y los muertos y desaparecidos sean tratados como iguales. Pienso que no puede ser fácil, que no puede ser rápido pero que por esa misma razón hay que organizarse, pensar, hablar y actuar desde ahora. Los desaparecidos de ayer no pueden esperar, y los muertos de mañana no tienen por qué serlo.



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