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Ricardo Raphael

Fuera García Luna

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    09 de mayo de 2011

    La marcha nacional por la paz y la justicia podría hacer historia. Las propuestas y sobre todo el tono de quienes hicieron camino, a partir de la convocatoria del poeta Javier Sicilia, contienen los significados de un parteaguas.

    Quienes llegamos a pensar que este movimiento no era capaz de producir una alternativa frente a la estrategia de guerra comandada por el presidente Felipe Calderón nos equivocamos.

    El proyecto de pacto que, a partir de ayer, da sentido a este movimiento es un documento bien meditado, inteligente y comprehensivo. Se hace cargo de la complejidad del fenómeno y responde puntualmente a ella.

    Más allá de los inevitables reclamos a las autoridades, tanto federales como locales, este pacto —que quiere hacerse de un largo consenso ciudadano de aquí al 10 de junio— pone en el centro del compromiso por la paz a las personas de cada comunidad afectada por el crimen. En simultáneo, resta protagonismo a las policías y al Ejército, cuya credibilidad para resolver la grave circunstancia cada día se halla más mermada.

    Se trata de un acuerdo a partir de la ley y no de la arbitrariedad, de las instituciones y no del caos, de la Constitución y no del autoritarismo. Es una apuesta que rechaza los extremos, tanto el del militarismo impune como el del arreglo mafioso que en el pasado administrara las relaciones entre las autoridades y los narcotraficantes.

    En su diagnóstico se definen soluciones y también se igualan énfasis frente a cada una de las causas que, al origen, convocaron al desastre. Ahí se denuncian los argumentos que llevaron al desmembramiento social, los motivos de la inoperancia política, el simplismo con que los partidos y los funcionarios han actuado, las mezquindades económicas y de poder que tienen al país paralizado.

    Es difícil no coincidir con las propuestas socializadas el día de ayer en la plaza de la Constitución. Muy probablemente la ruta ofrecida ayer por este movimiento será, a partir de ahora, la coordenada principal para devolverle a las instituciones —sobre todo a las encargadas de la seguridad— la legitimidad extenuada.

    Con todo, lo más relevante de esta marcha fue el tono de reconciliación pacífica que los voceros del movimiento lograron imponer durante este numeroso acto de participación política.

    El silencio hizo lo suyo para que los más vociferantes calmaran su odio y también sus vanidades. Durante estos tres días de penosa andanza ganó el respeto, la tolerancia y la seriedad que se merecen los asuntos más graves. No fue una marcha fúnebre, pero sí lo fue de duelo.

    Cuando finalmente la palabra se escuchó en el corazón de la ciudad de México, lo mejor entre lo humano triunfó sobre las bajas pasiones de quienes fatuamente querían seguir hablando de muerte. Al mismo tiempo, las víctimas dejaron de ser un número para recuperar el nombre que en vida tuvieron.

    Si el presidente de la república, si los líderes partidarios, si los gobernadores, si los poderes económicos, si los medios de comunicación son capaces de escuchar lo que ayer domingo se dijo, el comienzo de la reedificación del país podría fecharse en estos días.

    Una sola señal pidió Javier Sicilia para saberse escuchado por Felipe Calderón: la salida del secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, del gabinete presidencial.

    Se trata de una petición exacta, la cual demostraría al movimiento por la paz y la justicia que el habitante de Los Pinos está sinceramente dispuesto para dialogar con una sociedad cada vez más distante de lo que ocurre en esa casa.

    De cumplirse el pedimento, se ofrecería también una señal de humildad y reconocimiento frente a una estrategia que, al menos en parte, se ha exhibido como rotundamente equivocada.

    Analista político



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