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Jean Meyer

La Santa Muerte

Es un historiador mexicano de origen francés. Obtuvo la licenciatura y el grado de doctor en la Universidad de la Sorbonne.

Es profesor ...

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    08 de mayo de 2011

    Un periodista francés, con un antepasado polaco judío, me dice, sobre las fosas encontradas en San Fernando, Tamaulipas, que los escuadrones de la muerte de los narcos matan exactamente como los temibles Sonderkommandos, los “destacamentos especiales” nazis en Polonia y otros territorios invadidos por el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Después de un silencio, pregunta: “¿Por qué lo hacen? No entiendo, algunos dicen que matan a los que se niegan a entrar a su servicio, pero todos los analistas afirman que sobran candidatos entre los jóvenes para matar a cambio de dinero y prestigio, con toda la parafernalia de lentes oscuros, coches Hummer, armas, etc… Los nazis tenían su racionalidad genocida, pero racional, exterminaban a los judíos que habían designado como su enemigo mortal. Los verdugos nazis perseguían la aniquilación total de un grupo humano definido. ¿Por qué los narcos obligan a los centroamericanos, ecuatorianos y demás a cavar la fosa y luego les dan un tiro en la nuca? No entiendo. Es monstruoso”.

    Claro que es monstruoso y le contesté que caímos en el “estado natural” definido por Tomás Hobbes, en el siglo XVII, cuando el hombre se vuelve un lobo para el homo. Nuestros abuelos, los bisabuelos de mis hijos, vivieron un momento semejante en los años 1914-1919 de la Revolución Mexicana, cuando el caos imperante permitió el surgimiento de “lobos” como Inés Chávez García y el Mano Negra, ambos mencionados por Luis González en su inmortal Pueblo en vilo; monstruosos matones sádicos, ordenadores de exterminios. Entonces “un sudario de sangre cubrió a México”. ¿Por qué? En la lucha contra el usurpador Huerta, en la lucha entre las facciones revolucionarios después de la eliminación de Huerta, el Estado desapareció y con él desapareció el monopolio que tenía del uso de la fuerza. Hoy en día tenemos todavía un Estado federal, pero en varios estados de la Federación el Estado no existe. El Estado federal ya no tiene el monopolio del uso de la fuerza, lo que según Max Weber es la base de la legitimidad; el segundo pilar de la legitimidad es la buena impartición de la justicia y todos sabemos que la justicia en México está en una profunda crisis.

    Si se confirma que los cuatro jóvenes de Ciudad Juárez, cuyos cuerpos fueron encontrados en abril, habían sido detenidos 19 días antes por agentes del Grupo Especial Delta de la Secretaría de Seguridad Pública municipal, si se confirma la participación de policías ministeriales en el secuestro, tormento y asesinato de siete personas en Cuernavaca, entre las cuales José Francisco Sicilia, tendremos dos pruebas más de la desaparición de la autoridad legítima, la que nos salva normalmente del “estado natural”.

    ¡Qué inconsciencia la nuestra! Sé de una tienda de artículos bastante caros que se llama Sicario y no faltan antropólogos, cineastas y artistas para admirar la Santa Muerte como una prueba de la vitalidad, de la inventiva de nuestro genio nacional. A la Santa Muerte había que tomarla en serio desde su primera aparición. El grito de “¡Viva la Muerte!”, el uso de la calavera sobre dos tibias cruzadas ¿a poco no les recuerda nada? Es todo un programa y se está realizando. Sin duda la pulsión de muerte, la de matar al prójimo es tan vieja como la humanidad, los hombres se han desollado y masacrado desde hace por lo menos 10 mil años (antes no). Los matones necesitan de un culto, de una religión a las antípodas del cristianismo, porque Cristo abolió la afinidad entre la orgía de sangre, el terror y lo sagrado. La Santa Muerte apadrina el gozo obsceno de atormentar, mutilar y matar, su liturgia espeluznante es una variante de la “noche del mundo”, cuando los vampiros salen de sus tumbas, es una negra parodia del carnaval, celebrado en medio del consumo de drogas y alcohol; no se aleja nunca del cementerio, es la cultura pura del instinto de muerte: la muerte del otro, claro, aunque sabemos por estudios serios a base de entrevistas con los jóvenes sicarios que muchos escogen esa vida a sabiendas de que van a morir pronto.

    Por cierto, nos acaban de informar que en los 10 últimos años 470 soldados, marinos y policías fueron abatidos por el narco. Posiblemente existen datos (no los tengo) sobre cuántos civiles inocentes forman parte del contingente mencionado de 35 mil muertos. Entre los inocentes, ¿cuántos fueron víctimas del narco, cuántos del “fuego amigo”? ¿Cuántos “malos” cayeron y cuántos fueron abatidos por el ejército, los federales, las policías locales, por otros narcos? Ya que ando de preguntón: ¿qué ha sido del periodista Alejandro Suverza Téllez, extrañamente arrestado el primer sábado de abril, en el aeropuerto del DF, supuestamente con 57 mil dólares ocultos? Silencio total.

    jean.meyer@cide.edu

    Profesor investigador del CIDE



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