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Ricardo Raphael

¿Y Beltrones por qué no?

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    04 de abril de 2011

    La pregunta no es ociosa. En política nunca se está completamente muerto, ni tampoco absolutamente vivo. El ungimiento de Eruviel Ávila como candidato del PRI a la gubernatura del Estado de México basta hoy como ejemplo. Bien lo advirtió en su momento el clásico florentino: el azar juega tanto en el destino de los poderosos como lo hace la virtud. Y al primero no hay quien humanamente pueda controlarlo.

    El miércoles pasado, el senador Manlio Fabio Beltrones confirmó la voluntad que trae de competir contra Enrique Peña Nieto para ser el abanderado presidencial de su partido hacia los comicios del 2012. Los estudiantes de la Universidad Anáhuac que ese día le escucharon fueron testigos.

    En más de una recámara tricolor se habrá recibido como impertinencia tal declaración. Suman muchos quienes se han acomodado ya dentro del vagón que lleva el nombre del gobernador del Estado de México.

    Con todo, la historia última de nuestro país demuestra que los votantes no tienen empacho en migrar de una opción a otra durante los meses últimos de cada jornada. Porque nada todavía está realmente escrito es que vale la pena sopesar las ventajas y también los problemas que la precandidatura del senador Beltrones trae encima.

    Para abrir boca sirva decir que la participación de este político lastima el anhelo de unidad que enjundiosamente defienden muchos priístas. Dentro del partido de la Revolución, el mal sabor abunda con respecto a los resultados previos de las contiendas internas.

    La confrontación Madrazo-Labastida en el 2000 y la fractura entre Madrazo y Elba Esther Gordillo, de cara a la sucesión del 2006, erosionaron antes la viabilidad electoral de esa fuerza política. Lo mismo ha pasado en aquellas entidades de la república donde, al menos dos priístas de peso, han competido por la misma gubernatura.

    A partir de estas experiencias no sorprende que en el PRI prefieran hacer círculos alrededor de una misma figura política —sobre todo si ésta guarda tan alta aceptación— que atravesar de nuevo por el jaloneo de una desgarradora contienda doméstica.

    Beltrones responde que en los tiempos actuales la unidad deseable debería construirse, primero, en torno a una plataforma programática común, y sólo después, sobre una misma candidatura. Se opone a la inercia con un razonamiento que en cualquier democracia consolidada sonaría plausible (cabe, por precaución, dudar que la mexicana lo sea).

    Este senador lanza su aspiración apelando a una lógica cerebral. Se asume como quien mejor podría articular ese programa y las propuestas que le darían solidez. Ya antes lo ha hecho. Desde su privilegiada posición parlamentaria fue el artífice de una iniciativa de reforma del Estado que logró consensos interesantes. También impulsó, en esta ocasión con éxito, la reforma electoral que sacó el dinero de los contribuyentes del voraz negocio de la televisión. Invirtió también su capital para lograr la reforma de Pemex y más recientemente presentó una iniciativa, francamente de avanzada, en materia fiscal.

    Su precandidatura quiere distinguirse de la de Peña Nieto a partir de la sustancia. Entre el fondo y la forma, Beltrones subraya los riesgos de la política que sólo se sostiene sobre los adjetivos.

    Este hombre experimentado arrancó su carrera dentro de los cuerpos del Estado mexicano dedicados a la seguridad nacional. Ha sido ya gobernador de Sonora, subsecretario de Gobernación y diputado. Se trata de uno de los operadores más impresionantes del viejo y también del nuevo régimen. En efecto, no se cuece al primer hervor.

    Los franceses —antes de Nicolas Sarkozy— solían decir que los mejores políticos son como los buenos vinos: mientras más tiempo pasan dentro de las barricas, mejor salen.

    Pero Francia queda en estos tiempos muy lejos de México. La gracia de la trayectoria juega en simultáneo en contra de este líder senatorial. Como se dice en la manida jerga de los columnistas, Beltrones tiene más cola que le pisen en comparación con su adversario.

    Y sin embargo, los argumentos de su aspiración todavía pueden abrirse camino. La unidad a toda costa no es buena acompañante cuando para lograrla únicamente se sabe incorporar a los leales. La política sin sustancia tampoco lo es; termina defraudando a los gobernados. Y la experiencia cerebral suele ser el mejor antídoto contra el nihilismo; sobre todo cuando la improvisación ha demostrado ser uno de los grandes vicios del poder contemporáneo mexicano.

    Analista político



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