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Ricardo Raphael

Pascual y la conjura provinciana

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    21 de marzo de 2011

    Hace aproximadamente un año el embajador Carlos Pascual invitó a un reducido grupo de periodistas para conversar sobre temas relacionados con la seguridad. Llegó entusiasmado porque venía de sostener una charla con Juan Williams, quizá el reportero más comprometido con el movimiento que encabezara Martin Luther King en Estados Unidos. Aprovechó el episodio para hacer explícito el compromiso que él tenía con los derechos humanos.

    Pascual disparó esa mañana más preguntas de las que estuvo dispuesto a contestar. Pronto se hizo obvio que el interlocutor estaba midiendo el apoyo que los medios le dábamos a la estrategia contra las redes criminales.

    Dos veces interrogó a los asistentes por qué creíamos que el gobierno mexicano no había podido capturar todavía a Joaquín El Chapo Guzmán. Alguno recordó que la autoridad en su país tampoco había dado con el paradero de Osama bin Laden. Hubo risas incómodas.

    Un tramo largo de la charla fue dedicado a analizar el papel del Ejército mexicano. Ahí se dijo que el brazo militar no estaba preparado para dar seguridad y, al mismo tiempo, proteger derechos humanos en las zonas de conflicto. El caso de Cd. Juárez se citó como ejemplo.

    También se habló sobre el desgaste que podría estar sufriendo Felipe Calderón ante la opinión pública por el prolongado combate contra las mafias. De su parte no hubo fiesta, sino pesar cuando los ahí presentes coincidimos en calificar como irresponsable el uso electorero que, en el primer semestre del año anterior, el partido del Presidente había hecho de la política de seguridad.

    Emergieron como tema el fortalecimiento del PRI, después de aquellos mismos comicios, y el robustecimiento de la figura política de Peña Nieto. El embajador sólo tomaba notas mentales. No era capaz de mover una ceja, un párpado o la comisura de sus labios.

    Al final de la cita, Pascual hizo énfasis sobre el apoyo que el presidente Barack Obama otorgaba al presidente Calderón. Insistió con que ambos países debían enfrentar juntos a la criminalidad organizada bajo una misma lógica y coherencia.

    Me llevé de ese encuentro tres conclusiones: que el embajador de Estados Unidos era un hombre profesional, que contaba con un conocimiento fino y acucioso de lo que estaba ocurriendo por aquel momento en México, y que se trataba de un funcionario muy cercano, tanto a la Casa Banca como al Departamento de Estado.

    Los cables revelados por WikiLeaks en pocos aspectos distan de la narrativa desplegada en aquel encuentro de febrero de 2010. El desgaste del partido en el gobierno, la pérdida de popularidad del presidente mexicano y el papel del Ejército en la política de seguridad eran entonces temas repetidos de mesa en mesa entre periodistas.

    Tales cables no hacen más que reproducir reflexiones recogidas dentro del llamado círculo rojo mexicano. Muy probablemente las comunicaciones secretas de las demás embajadas afirman ideas y reflexiones similares.

    No me parece por tanto que las filtraciones de WikiLeaks sean motivo suficiente para exigir la renuncia del embajador estadounidense. Sobre todo si este funcionario ha jugado un papel discreto, serio, colaborativo y decoroso durante su mandato.

    De ahí que por fuerza deba atender la otra razón que, supuestamente, hizo que el presidente Calderón exigiera la remoción. Ese otro argumento corresponde al ámbito privado y, sin embargo, toma relieve público por obra del principal habitante de Los Pinos.

    En esa casa se afirma que el embajador estadounidense sostiene una relación sentimental con la hija de uno de los políticos priístas de mayor importancia. A partir de tal convicción se presupone que Pascual es incapaz de jugar un papel objetivo y balanceado como embajador.

    En otras palabras, se acusa al funcionario de no ser lo suficientemente profesional como para poder separar la vida privada de su desempeño público. Al embajador se le habrían perdonado los cables de WikiLeaks, pero no sus relaciones amorosas.

    Resulta penosa esta argumentación y sin embargo tiene visos de verdad. El culebrón televisivo se impuso como rasero para medir la estatura de Pascual y no su desempeño destacado como embajador.

    ¿Cómo habrá expuesto Felipe Calderón su razonamiento en la Casa Blanca? ¿Se habrá atrevido a transmitir la desconfianza que le da la filiación política del suegro del representante estadounidense en México?

    No sorprende que Obama haya hecho oídos sordos a la muy mezquina preocupación del gobierno mexicano. Como tampoco lo hace que Pascual se haya ofendido y por tanto presentara su renuncia este fin de semana.

    Con este episodio, en Washington, la política mexicana quedó exhibida como retrasada y provinciana. Ni duda cabe.

    Analista político



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