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Jean Meyer

El Papa dijo… y no le creen

Es un historiador mexicano de origen francés. Obtuvo la licenciatura y el grado de doctor en la Universidad de la Sorbonne.

Es profesor ...

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    13 de marzo de 2011

    No he leído el último libro de Benedicto XVI Jesús de Nazaret —segunda parte—, sino lo que llamó la atención de los medios, para bien y para mal, a saber que, cito, “el Papa exime a los judíos por la muerte de Jesús, en un nuevo libro en el que desarrolla una de las cuestiones más polémicas de la cristiandad(…) Apela a un análisis bíblico y teológico para explicar por qué no tiene fundamento la afirmación de que los judíos, como pueblo, fueron responsables por la muerte de Jesús”. O sea, el Papa recuerda a los católicos, cuando se acerca la Semana Santa, que la famosa acusación de “deicidio” contra el pueblo judío NO VALE. Juan Pablo II ya lo había dicho muchas veces y cito sólo uno de sus textos: “A los judíos, como pueblo, no se les puede imputar culpa alguna, atávica o colectiva, por lo que se hizo en la Pasión de Jesús”. En 1964, el Concilio Vaticano II, en su famosa declaración Nostra Aetate lo había recordado, prohibiendo decir que los judíos son culpables de deicidio.

    Digo “recordado” porque el Catecismo del Concilio de Trento (siglo XVI) expresó de la manera más categórica que el pueblo judío no puede, de ninguna manera, ser acusado de responsabilidad colectiva en la condena y muerte de Jesús. Tal catecismo, verdadera suma de la doctrina de la Iglesia, fue redactado en el marco del Concilio de Trento, uno de los más importantes y el más amplio concilio de la historia. Lo redactaron los teólogos más ilustres de la época, entre los cuales estaba Carlos Borromeo (santo posteriormente). Fue aprobado de la manera más solemne y publicado por el papa Pío V (también posteriormente santo).

    Transcribo del catecismo: “El capítulo V del cuarto artículo del Credo: “Padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, murió y fue sepultado (...) Pero lo que hay de extraordinario en la muerte de Jesús Cristo, es que Él murió precisamente como Amo de la muerte, en el momento mismo que había decretado de morir, y además, su muerte fue el efecto de su voluntad, y no de la violencia de sus enemigos (…) Si uno quiere buscar el motivo que llevó al Hijo de Dios a sufrir tan dolorosa Pasión, encontrará que fueron, además de la culpa heredada de nuestros primeros parientes, los pecados y los crímenes que los hombres han cometido desde el comienzo del mundo hasta el día de hoy, y los que cometerán hasta la consumación de los siglos. (…) Son nuestros crímenes que han hecho sufrir a NS Jesús Cristo el suplicio de la Cruz (...) Hay que reconocerlo, nuestro crimen es mayor que entonces el de los judíos. Puesto que ellos, según el testimonio del Apóstol ‘de haber conocido el Rey de gloria, jamás lo hubieran crucificado. Nosotros, al contrario, profesamos que Lo conocemos’” (Pablo, I, Cor., 2, 8) Y cuando Lo renegamos por nuestros actos, llevamos sobre Él nuestras manos DEICIDAS. (Yo subrayo).

    Además la Santa Escritura nos enseña que NS Jesús Cristo fue entregado a la muerte por su Padre y por Él mismo (…) No es todo. Hombres de todo rango y todas condiciones “conspiraron contra el Señor y contra su Cristo” (Psalmo 2, 2). Judíos y gentiles fueron igualmente instigadores, autores y ministros de su Pasión (Mateo, 26 y 27). Judas lo traicionó. Pedro renegó de Él. Todos los demás discípulos Lo abandonaron. (…) Esto es lo que teníamos que decir aquí sobre la Pasión y la muerte tan salvadoras de NS Jesús Cristo”.

    En el misal cotidiano de los fieles, publicado en 1941, casi un cuarto de siglo antes del Concilio Vaticano II, uno puede leer en el Credo la formulación siguiente, obviamente inspirada por el Concilio de Trento: “Fue también POR NOSOTROS (yo subrayo) crucificado, bajo el poder de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado”.

    Pero no, hay cristianos que no quieren escuchar lo que dice el papa Benedicto XVI, ni lo que se ha repetido a lo largo de los siglos, porque no quieren renunciar a su judeofobia, a su antisemitismo, de modo que cuando estoy escribiendo este artículo, puedo leer en internet que este Papa, igual que Juan Pablo II y el Concilio Vaticano II, ejemplifican “de manera vergonzosa, la decadencia, el escándalo, la herejía”: El P. Juan Carlos Ceriani no duda en decir que “para extender la idea ecuménica a todas las religiones, e incluso al judaísmo, han rechazado toda la Tradición eclesiástica. Pero para hacerlo, han falsificado la Sagrada Escritura (…) Hubo deicidio, la falsificación del evento y de su misterio es increíble”.

    Como que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Cristo sigue en la cruz. Ni los judíos lo crucificaron, ni los cristianos lo bajaron de la cruz. Sigue en la cruz por nuestro rechazo, el rechazo de todos los humanos, su agonía se prolonga, dice León Bloy, por nuestro pecado, por el mal universal.

    jean.meyer@cide.edu

    Investigador del CIDE



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