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Hilda Varela

Libia: el trasfondo

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    01 de marzo de 2011

    Las noticias que llegan de Libia son confusas y no es posible confirmarlas. A esto se suma la personalidad de Muammar Gaddafi, lo que se traduce en una incapacidad para predecir el futuro de la crisis: Gaddafi es un hombre impredecible.

    Desde su ascenso al poder, en 1969, el régimen del dictador se ha caracterizado por su política errática, por el abuso de una retórica de confrontación y por la concentración excesiva de poder en unas cuantas manos.

    Gaddafi llegó al poder sin una base popular de apoyo. Gracias a la prosperidad petrolera, en los años 70 llevó a cabo inversiones en vivienda y servicios de salud que le ganaron simpatías internas. La nacionalización de la industrial petrolera, el cierre de bases militares extranjeras y un discurso de confrontación frente a los países occidentales e Israel lo convirtieron en un hombre popular en el mundo árabe. Buscó proyectar su imagen como la de un “ideólogo revolucionario”, con la publicación de su famoso Libro Verde. Estableció las bases de un denominado “Estado de masas”, que entre otras cosas significó la creación de los hoy tan temidos comités revolucionarios —fuerza paramilitar, que lleva a cabo acciones represivas— y se autodenominó “líder hermano”, lo que supuestamente significa que no tiene un cargo oficial, sino que es el “padre de la nación” (sic.), argumento que hoy en día esgrime para afirmar que es imposible que renuncie.

    En la década de 1980, Gaddafi se convirtió en noticia de primera plana. Incrementó su retórica de confrontación y por razones estratégicas se acercó a la Unión Soviética. En África se afirmaba que estaba detrás de diversos intentos de golpes de Estado, aunque en la práctica prometía ayuda que nunca otorgaba, y se le responsabilizó por algunos atentados terroristas en Europa occidental. Estos argumentos sirvieron para satanizar a Gaddafi, cuyo régimen fue objeto de sanciones internacionales.

    En los años 90 Libia cayó en un relativo olvido informativo. Una serie de hechos, como el impacto negativo de las sanciones internacionales y sobre todo los efectos acumulados de una mala administración económica, produjeron el empobrecimiento de amplios sectores de la población. Según el régimen, la erosión de las condiciones de vida era motivada por el aislamiento internacional.

    En ese contexto se esperaba que el acercamiento a Occidente —atribuido a uno de los hijos de Gaddafi, Saif al Islam—, a principios del siglo XXI, repercutiera en una mejoría de las condiciones de vida de la población y en una apertura de la vida política. Con una relativa reforma económica, la población no se benefició por la llegada de nuevas inversiones pero Gaddafi pudo comprar armas occidentales. Años después surgió la primera señal de alarma, que el régimen ignoró, cuando un incidente dejó entrever la gestación de un profundo descontento popular, que ahora ha brotado en forma violenta. Sin embargo no existe una oposición fuerte y políticamente articulada.

    Gaddafi sostiene que “su pueblo lo ama”, pero afirma que ya no confía en su ejército y está recurriendo a mercenarios africanos. Aunque el régimen parece debilitado por deserciones y por triunfos rebeldes en la parte Este del país, Gaddafi cuenta con suficientes armas y dinero para mantener la represión. Los rebeldes también parecen decididos a no ceder. La prensa africana afirma que Gaddafi tiene dos alternativas: huir —posiblemente a Zimbabwe— o pelar a muerte. Diversos observadores se inclinan a creer que esta segunda opción es la más factible.

    Profesora-investigadora de El Colegio de México



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