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Sandra Lorenzano

¿Ya te viste en la peli?



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    13 de febrero de 2011

    Tiene una filmografía de casi sesenta largometrajes. Aunque, claro, ni ustedes ni yo hayamos visto nunca ninguna de sus películas. No es un problema de distribución. Es un asunto de objetivos. El objetivo de este prolífico e ignoto director no es que nosotros lo conozcamos. Su objetivo es regalarle a pequeñas comunidades la oportunidad de encontrarse, de reconocerse, de mirarse de otra manera, pero sobre todo de divertirse haciendo cine. Parece increíble, pero en esta época de globalizaciones de todo tipo, de consumo irrefrenable, de un mercado cultural demandante y triturador, Daniel Burmeister lleva más de 20 años de sus casi 70, recorriendo pueblos perdidos en el mapa de la Argentina, con un cochecito destartalado, una precaria cámara de video, y unas ganas enloquecidas de vincularse de otra manera con la realidad y con la gente. Una más de esas maravillosas “historias mínimas” que me gusta conocer, casi coleccionar, para saber que “no todo está perdido”, como dice la canción de Fito Páez.

    Saliendo de las rutas principales, los caminos se vuelven de tierra, a las casas les falta revoque, a los mayores unos cuantos dientes, los techos son de lámina, y las pieles son del color de América Latina. La Argentina “europea” es un mito cada vez más lejano (y siempre igual de reaccionario), como ha vuelto a quedar claro, por cierto, en los últimos tiempos con las movilizaciones populares y el descubrimiento de las condiciones inhumanas en que viven centenares de trabajadores rurales. Pero no vayan a creer que Burmeister hace “arte povera” ni cine de denuncia ni nada por el estilo. Lo suyo es absolutamente lúdico. Llega a uno de esos pueblos en los que “no pasa nada”, como explica una de las mujeres que vive allí, invita a la gente a participar en una filmación, va inventando con ellos historias y escenas desopilantes, y las filma con maravillosa creatividad, generosidad y sentido del humor. Lo único que pide a cambio es casa y comida. Lo que haya. Cualquier cosa le viene bien. La culminación de la fiesta llega cuando se reúne todo el pueblo frente a la pantalla a ver el resultado de la aventura. “Te hablas con gente con la que nunca habías cruzado palabra”, “Nos conocimos mejor”, son algunas de las frases que suelen decir quienes participan en la filmación. Un mes después de haber llegado, Burmeister agarra el desvencijado autito y la cámara, y enfila para otro pueblo de ésos que ni aparecen en los mapas.

    Esta historia es la que cuenta la película El ambulante, filmada por Adriana Yurcovich, Eduardo de la Serna y Lucas Marcheggiano, y con varios premios internacionales ya en su haber. Y con esta película se inauguró el jueves pasado el Festival de Cine Documental Ambulante, que recorrerá, durante casi tres meses, 140 sedes de 28 ciudades de México, llevando 80 películas de 45 países. Se trata, sin duda, de un gran proyecto creado por Diego Luna y Gael García Bernal, que tiene cada año mayor fuerza y resonancia.

    La proyección se hizo en el recién restaurado Callejón de San Jerónimo, en pleno centro histórico de la Ciudad de México. Ahora, convertido en “corredor peatonal”, hay fuentes, bancas, iluminación, plantas, cafés, y la posibilidad de llevar a cabo espectáculos, talleres, encuentros. Casi mil personas vimos juntas el documental argentino. Prácticamente todos eran vecinos de esa zona del centro. Más de uno debe haber pensado en sacar del cajón su vieja cámara de video para salir a las calles a crear, a inventar y a darnos entre todos la oportunidad de volver a mirarnos a la cara. No quiero parecer demasiado optimista – no es mi estilo -, pero ¿no será que la violencia, la desintegración social, y demás horrores a los que nos enfrentamos, llegan hasta donde decidimos plantarles batalla? ¿Y qué mejores armas que las ganas de volver a las calles sin miedo y con proyectos?

     

     

     



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