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Andrés Lajous

Esa tan formal informalidad

Andrés Lajous es maestro en planeación urbana por el Massachusetts Institute of Technology y activista político. Actualmente es colaborado ...

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    11 de febrero de 2011

    andres.lajous@gmail.comhttp: //andreslajous.blogs.com http://twitter.com/andreslajous

    Pocas cosas me irritan tanto como escuchar a alguien despotricar en contra de los comerciantes ambulantes. No me refiero a quienes despotrican en contra de líderes corruptos que usan las necesidades de sus agremiados para chantajear a quien puedan para conseguir dinero y prebendas. Tampoco me refiero a quienes despotrican contra funcionarios de gobierno que se dedican profesionalmente a extorsionar a comerciantes y lucrar de la arbitrariedad con la que usan su poder. Me refiero a quienes les parece que los comerciantes ambulantes no tienen ningún derecho a ser comerciantes justamente porque son ambulantes.

    A los comerciantes ambulantes de la ciudad de México comúnmente los llamamos informales, sin embargo todo indica que son bastante formales. Existe un reglamento de mercados desde 1951 que prevé la existencia de comercios fijos y semifijos en la vía pública. El Código Financiero del DF, establece la cuota que deben pagar por uso de suelo los puestos semifijos que no pueden ser de más de un metro ochenta por un metro viente: seis pesos al día, en pagos trimestrales (más lo que cobre el líder de la asociación, más lo que cobre la delegación, ahí sí informalmente).

    Que un comerciante sea ambulante, no quiere decir que no tenga derechos, ni que le falten buenos argumentos de por qué así se gana la vida. Ni que no pague impuestos. Lo único que quiere decir es que no tiene propiedades. Que a la hora de la “apropiación original” o llegaron tarde a la repartición, o no pertenecían a a cierto grupo social, o no tenían amigos en lugares poderosos, o ahora no han tenido suficiente dinero para comprar. Sin embargo, participan en un mercado regulado por el Estado, el cual sin duda la sociedad tiene un interés legítimo en regular y en algunos casos —como en otros mercados— limitar.

    Todos los días salgo de mi casa y me topo en la banqueta con comerciantes ambulantes. A algunos (no todos), sobre todo a quienes venden comida, les tengo cierto grado de admiración. Son personas que se levantan temprano a trabajar, tratan de dar el mejor servicio que pueden frente a requisitos y limitaciones que pocos empresarios tienen, y suelen dar un servicio que a buena parte de los defeños nos parece irrenunciable. ¿O qué tan atractivo les suena invertir en un negocio que por ley no puede medir mucho más de dos metros cuadrados?

    Blanca, Guillermo, Carlos, Guillermo hijo y Ximena, están seis noches a la semana desde las nueve de la noche hasta la una de la mañana, en la esquina de Hamburgo y Toledo en la colonia Juárez, vendiendo quesadillas, tostadas y tamales. De las tostadas que he probado en la ciudad, aunque mi muestra es limitada, sin duda son las que más me gustan. Hay de pollo, tinga, picadillo, y pata. Los más quisquillosos las pueden pedir vegetarianas con champiñones. El servicio es veloz, limpio y constante. No dudo que si solicitaran una certificación ISO-9000 se las daban porque en seis años no los he visto cambiar su “proceso”.

    Blanca cuenta, que ella y Guillermo —su esposo— preparan la comida durante el día para venderla en la noche. Sus hijos los ayudan atendiendo el negocio. Blanca estudió para secretaria, pero se casó con Guillermo quien heredó el espacio para el puesto de su madre. Es decir su familia lleva poco más de 20 años con un negocio de comida en esos dos metros cuadrados. Carlos está en la universidad estudiando derecho, Guillermo hijo sigue en prepa y Ximena —a quien he visto menos en el puesto— está en la primaria.

    No tienen casa propia. Ninguno tiene seguro médico, y cuando se enferman suelen ir a un médico particular. Nunca han pedido un crédito bancario, no imaginan que se los puedan dar, pues no tienen ni un título de propiedad para hipotecarlo. No tendrán derecho a una pensión (excepto a la de Adultos Mayores del GDF). Viven al día con lo que sale del puesto, y las pocas veces que han tenido que “cerrar” se les complica tanto la cosa que Blanca tiene que vender comida preparada a sus vecinos.

    A Blanca le gustaría ser chef y dueña de su propio restaurante. No tiene duda alguna de que lo que más le gusta es cocinar. Por el momento no lo ha logrado, pero dice que sigue en sus planes que poco a poco avanzan. Le creo.



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