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Editorial EL UNIVERSAL

Cárceles, parte del problema

Inspiración en el interés público, responsabilidad, búsqueda de la verdad, de permanente justicia y del cumplimiento de los derechos humano ...





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    10 de enero de 2011

    Quizá muchas personas se sienten aliviadas cuando los gobiernos anuncian que un grupo de secuestradores o narcomenudistas fueron encarcelados. El problema es que ahí no termina nada. Las cárceles en México se han convertido en una parte más del ciclo que alimenta y vuelve más fuerte a la delincuencia.

     

    Cada año México gasta 12 mil millones de pesos en la reclusión de cerca de 227 mil personas. ¿El resultado? Motines, mercados cautivos de consumo de drogas y centros de operación para extorsionadores, secuestradores y capos del narco. En los últimos años, debido al combate al crimen organizado, la sobrepoblación carcelaria se incrementa.

     

    La solución no es simplemente poner más dinero o construir más reclusorios. Estados Unidos tiene 2 millones de reos; gasta en cada uno más de 100 mil dólares al año y está lejos de ser uno de los países con menor delincuencia. ¿Qué esperanzas puede tener México si destina 50 mil pesos al año, 130 pesos diarios, en cada reo? No tenemos la capacidad de seguir el mismo modelo incluso si fuera el idóneo. En vez de pedir el endurecimiento de las condenas cada vez que ocurre una ola de crímenes, habría que preocuparse por hacer más eficiente el sistema de justicia existente.

     

    Las cárceles en México alojan principalmente a hombres jóvenes de escasos recursos. La tercera parte —alrededor de 37%— está acusado por delitos de robo simple (sin violencia), por cantidades menores a los 5 mil pesos. El 42% de la población total encarcelada es legalmente inocente; es decir, su caso está en proceso y no ha recibido sentencia.

     

    ¿Qué pasa con esas personas cuando ingresan a un penal? Si tenían un trabajo o un negocio fuera de la cárcel, lo pierden ya sea por el costo que representa su defensa legal —y la corrupción que implica dejarlos vivir en reclusión— o porque permanecen años encerrados debido a la llamada “prisión preventiva”. Algunos aprenderán a cometer crímenes más sofisticados y se ganarán la vida de esa manera al salir de los reclusorios. La cadena perpetua tampoco deja a la sociedad sin consecuencias. Detrás de cada detenido hay hijos, esposas, familias cercenadas cuyos miembros estarán más cerca de la delincuencia que el resto.

     

    México gasta 33% de su presupuesto en Seguridad Pública en mantener cárceles que ni reeducan, ni resocializan, ni previenen el delito. Es tiempo de pensar en otras soluciones. Erradicar la delincuencia tiene más que ver con sanar el tejido social que con extirpar sus partes defectuosas, las cuales quizá tengan la oportunidad de ser regeneradas.

     

    La realidad y los datos lo dicen todo.

     

     

     

     

     



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