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Guillermo Osorno

¿Qué propone la ciudad de México?

GUILLERMO OSORNO estudió periodismo en la Universidad de Columbia. Fue reportero de investigaciones especiales en el periódico Reforma y edit ...

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    18 de noviembre de 2010

    guillermo@editorialmapas.com

    El otro día, un amigo me preguntó:

    – ¿Fuiste al velorio de Monsiváis?

    La pregunta tenía ver con mi pedigrí monsiváita, obviamente. Conocí a Monsiváis, pues, una noche a principios de los noventa, en el estacionamiento del multitudinario el Butterflies, un bar en Salto del Agua que tenía el mejor show travesti de la ciudad. Yo acaba de escribir en una oscura revista literaria un ensayo defendiendo a Monsiváis no me acuerdo de qué polémica en la que mi generación enseñaba sus dientes de leche. Monsiváis venía acompañado del crítico de cine Carlos Bonfil y se acercó a agradecer la defensa. Luego me siguió saludando cada vez que nos encontrábamos. A mí me intimidaba mucho ese escritor tan erudito, que para entonces había publicado sus mejores libros. No sabía qué decirle cuando lo encontraba, hasta que él dio con la fórmula de hablar de amores y nuestros relatos nos daban mucha risa. Como otros editores, le pedí textos a Monsiváis. No me gustaba todo lo que escribía (o no lo entendía), pero él me pareció siempre genial. Luego se murió. Fui a su velorio sin pensar si necesitaba credenciales. Los velorios son situaciones sociales complicadas, porque a diferencia de los cumpleaños o las bodas, uno no está invitado. Además, en ese velorio no había una figura a quién darle el pésame. ¿A unos parientes que no conocía? ¿A otros escritores? ¿A la cultura? ¿A la ciudad?

    Traigo todo esto a colación porque conforme pasan los días, me encuentro pensando en cómo hubiera reaccionado Monsiváis ante tal o cual acontecimiento. La nostalgia se recrudeció hace poco, cuando vi La guía del DF de Carlos Monsiváis ¿a dónde váis Monsiváis? Se trata de un volumen heterodoxo, parte libro de arte, parte guía de la ciudad, parte testimonio de amigos (que cuentan precisamente el día en que conocieron a Monsiváis), para hacer homenaje al gran cronista del crecimiento “que convirtió a la ciudad de México en el DF con todas las resonancias de horror y de pasión que evocan estas dos letras” (José Emilio Pacheco, “Monsiváis y el desierto del pasado”).

    Cuenta Deborah Holtz, la editora del libro, que este nació en realidad como proyecto de televisión. Ella quería hacer una serie de programas con Carlos Monsváis como personaje principal, montando en un taxi, paseando por la ciudad. Como aquello era prácticamente imposible (¿quién podía disponer del tiempo de Carlos, que vivía en otro tiempo?), la idea evolución hacia un libro que tuviera una selección de textos sobre la ciudad del propio Monsiváis, junto con una guía de lugares, más entrevistas con algunos de los amigos cercanos. “Faltaron muchos”, aclaró Holtz.

    El libro está dividido por zonas, que corresponden a las principales espacios por donde andaba Monsiváis: Garibaldi, Tepito y Tlatelolco; la Zona Rosa, Reforma y Chapultepec; la Universidad Nacional, la colonia Portales, el Centro Histórico. También es un repaso rápido por sus temas: la modernidad rota de la ciudad, el temblor, el 2 de octubre de 1968, un catálogo de promesas incumplidas y mitos desmitificados y vueltos a contar.

    El epílogo del libro es un discurso al obtener la medalla 1808. Allí Monsiváis lanza una pregunta “¿Qué propone la ciudad de México? ¿Cuáles son sus escondrijos, sus escondrijos, su paraíso subterráneo? y ¿cuáles los dispositivos para el deleite a bajo precio?”. Pienso que nos toca seguir respondiendo a esas preguntas. Mientras tanto, el libro se presentará el día de hoy en el Teatro Blanquita, lugar que Monsiváis frecuentaba y a donde estuvo a punto de actuar en un Don Juan Tenorio.

     



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