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Editorial EL UNIVERSAL

La última colonia española

Inspiración en el interés público, responsabilidad, búsqueda de la verdad, de permanente justicia y del cumplimiento de los derechos humano ...





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    10 de noviembre de 2010

    Hace cuatro siglos, España conquistó América, desde California hasta la Patagonia, con más que cañones y espadas. Lo hizo a través de la imposición de su religión, costumbres y lengua. Esa conquista cultural fue la que permitió la estabilidad del imperio durante más de 200 años. Ya es historia. Lo increíble es que, en pleno siglo XXI, todavía haya que escuchar a una “Real Academia” para decidir de qué manera nos comunicaremos los 450 millones de hispanohablantes en todo el mundo.

    Viene a cuento porque el lunes la Academia cambió varias reglas de escritura. Eliminó el “sólo” con acento —lo cual fue considerado un absurdo por muchos—, entre otras medidas. La ortografía no es sólo una imposición, sirve para mantener un mínimo de coherencia y sentido a lo que se escribe y dice, ¿puede ésta ser dictada desde una sala de juntas en el extranjero? No lo aceptaría un país orgullosamente independiente. Por ello el inglés y el francés, por citar los más importantes, son idiomas que no tienen autoridad, sino eruditos en diferentes universidades y países que se dedican a orientar, mas no regir.

    La lengua es quizá el factor de cohesión más importante de una sociedad. Somos mexicanos por razones de raza, costumbres, historia y sobre todo por habilidad de comunicación mutua. Todo lo que somos se refleja en el lenguaje. Por ello se mostraron tan preocupados los vecinos del Norte ante el aumento de hispanohablantes en Estados Unidos. Temieron tanto los xenófobos ver menguar su idioma, y por lo tanto su identidad como país, que establecieron en la Constitución, apenas en 2006, al inglés como “lenguaje nacional y unificador”, un eufemismo para “oficial”.

    Ahí radica la importancia de que una institución intente regular lo que es correcto y lo que no, sobre la forma en que hablamos y escribimos. ¿Aceptaría Estados Unidos los dictados desde Inglaterra sobre el uso del inglés? ¿Argelia los de Francia? ¿Brasil de Portugal? Desde luego que no, porque a pesar de haber sido colonias, se saben países con suficiente capacidad de autogestión cultural como para aceptar lecciones de ortografía desde el extranjero.

    España roza los 50 millones de habitantes, la mitad de los que hay sólo en México; su producción cultural no es superior a la que se hace en el resto de los países hispanoparlantes. ¿Por qué habrían de seguir México, Argentina o EU (segundo país con más hablantes de español) las normas provenientes de Europa?

    Hagamos, pues, a un lado ese resabio colonial y confiemos más en la plástica natural de la lengua.



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