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Carmen Boullosa

El sueño mexicano

Carmen Boullosa, novelista, poeta y dramaturga, premios Xavier Villaurrutia, Liberaturpreis de la Ciudad de Frankfurt, Anna Seghers de Berlín, ...

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    04 de noviembre de 2010

    Imaginemos que los miles que cruzan la frontera norte de México van en sentido opuesto, buscando “ilegalmente” entrar a nuestro país, que las autoridades del norte intentan impedir la fuga, y que las del sur, las mexicanas, auxilian a los huidos. ¿Un cuento de hadas? No: ocurrió durante algunas décadas del XIX.

    Los desesperados no eran latinoamericanos tras el “Sueño Americano”, sino esclavos huyendo por alcanzar su libertad, por acceder a la solidaridad y la protección (física y legal) de una nación hermana. México era la Tierra Prometida.

    Los esclavos huían arriesgando el pellejo -la frontera era hostil y estaba sembrada de peligros; podían perderse, morir de hambre y sed, o caer en manos de cruentos desalmados que pedirían por ellos rescate a sus “amos”, violarían a las mujeres, los someterían a todo tipo de ultrajes y torturas, y los asesinarían si no conseguían los pagos exigidos; podían topar con cazadores profesionales de esclavos, o se enfrentarían a pares que permanecían leales a sus amos y que deseaban impedir su huida; podrían caer en manos de “polleros” que los exportaban para venderlos como sirvientes bajo contratos de condiciones leoninas-. Pero muchos afroamericanos conseguían cruzar la frontera, y encontraban en México libertad y benevolencia, tantas que algún texano se quejó de que “los esclavos son tratados con respeto y con más consideración que si fueran americanos o europeos”.

    El presidente gringo trató de pactar un “Convenio de Extradición” con México, que no lo llevó a ningún lado, el presidente texano redobló el intento, convencido de que la economía de la república independiente dependía de la mano de obra de los esclavos. La respuesta mexicana fue contundente: no se permitiría a ningún gobierno extranjero poner las manos encima de algún esclavo que hubiera encontrado refugio en nuestro territorio. La posición de México no era una de brazos cruzados, el esclavo que llegaba sí encontraba su libertad y la protección para conservarla.

    En los treintas y los cuarentas muchos consiguieron escapar. En el verano de 1850, un hecho escandalizó a la opinión pública esclavista: cientos de indios seminolas cruzaron nuestra frontera, dejando atrás la reservación (“la prisión india”) a que los habían confinado. Que los indios se fueran, no era pérdida que les tuviera en mucho, pero venían acompañados de unos 200 negros, escapados de la esclavitud o hijos de cimarrones. El gobernador texano contrató a Warren Adams, famoso cazador de esclavos, para rescatar las prendas “hurtadas” por el Jefe Gato Salvaje, ese “ladrón de negros”. Las autoridades mexicanas espiaban los movimientos de Warren Adams y alertaban a los refugiados, pero algo falló y el cazador prendió a Juan Caballo, el líder de los negros seminolas (los mascongos).

    El 12 de noviembre de 1850, los gringos expidieron una ley que permitía tomar preso a cualquier esclavo que intentara cruzar el Río “Grande” -que para nosotros fue y sigue siendo el Río Bravo-. Pero de poco les sirvió, las tropas en la frontera no se daban abasto, se les escurrían como el agua entre las manos.

    Para 1854, el periódico Austin State Times calculaba en más de 200 mil los negros que habían huido a México -un número inflado, pero que refleja la dimensión del fenómeno-. Se ofrecieron altos rescates por los fugitivos, y más de un cazador de esclavos se entremezcló con las tropas liberales mexicanas fingiendo apoyarlas, cuando lo único que perseguían era poner las garras sobre sus presas.

    Los afroamericanos tenían a “México en mente” -expresión de un esclavista cuando declinó la compra de un esclavo por oír decir que soñaba con venirse al sur-. Confiaban en el Sueño Mexicano. Por él arriesgaban la vida. ¡Quién lo creyera, que pasado un siglo y medio no fuera ésta la tierra prometida, ni el sueño de libertad y dignidad de muchos, sino un cena de negros!

     

     



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