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Juan Ramón de la Fuente

Javier Barros Sierra

Nació en la Ciudad de México en 1951. Estudió medicina en la UNAM y psiquiatría en la Clínica Mayo de Rochester, Minnesota. Ha publicado m ...

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    27 de octubre de 2010

    ¡Viva la discrepancia!, su inmenso legadoDon Luis H. Álvarez: dignidad en la oposición

    El Senado de la República entrega hoy su máxima condecoración: la Medalla de Honor Belisario Domínguez. Este año, al igual que ocurrió la primera vez que se entregó, en 1954, será compartida. En turno, el ingeniero Javier Barros Sierra in memoriam, y don Luis H. Álvarez.

    Por razones en mí naturales, resalto el legado de quien fuera rector de la UNAM de 1966 a 1970, sin menoscabo de los méritos de don Luis, quien, como es natural, contó con el respaldo irrestricto de sus correligionarios, quienes han resaltado sus méritos. Don Luis ha sido siempre un hombre congruente y leal a sus principios, un demócrata que supo serlo, con gran dignidad, cuando representó a su partido, entonces en la oposición, en distintas circunstancias de la vida nacional.

    Javier Barros Sierra fue un académico distinguido, reconocido por su talento en las matemáticas, su amplia cultura, su fino sentido del humor y la fortaleza de sus convicciones.

    Había sido socio fundador de ICA (Ingenieros Civiles Asociados), proyecto encabezado por el ingeniero Bernardo Quintana Arrioja, pero su vocación docente lo hizo reintegrarse a la Facultad de Ingeniería. Por cierto, es oportuno recordar que otro distinguido ingeniero, presidente de ICA y universitario cabal, Gilberto Borja Navarrete, recibió en 2006 la presea Belisario Domínguez.

    En 1959, Barros Sierra renunció a la dirección de la Facultad de Ingeniería para hacerse cargo de la entonces Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas en el gobierno de Adolfo López Mateos. En mayo de 1966, en medio de una crisis compleja, la Junta de Gobierno, elemento de continuidad en la vida institucional, lo designó rector de la Universidad. Sus primeras decisiones como rector fueron polémicas, aunque siempre apegadas a la Legislación Universitaria. Para comprenderlas, hay que ubicarlas en el contexto adecuado, en las difíciles condiciones que prevalecían en la Universidad cuando fue designado rector. En todo caso, él mismo las defendió con valor y sólidos argumentos.

    Para Barros Sierra, la autonomía de la Universidad era, esencialmente, la libertad de enseñar, investigar y difundir la cultura. Los problemas académicos, administrativos y políticos internos debían ser resueltos —insistía— exclusivamente por los universitarios. De ahí su defensa de la Ley Orgánica que, aun cuando es perfectible, hay que recordar que su modificación no depende de la voluntad de los universitarios, tiene que ser discutida y aprobada por las cámaras del Congreso. Por eso, el rector no cedió a las presiones, optó por mantenerla y, como lo afirmara en 1968, “la Ley Orgánica demostró ser un instrumento activo en la legítima defensa de la Universidad”.

    Barros Sierra siempre expresó sus ideas con gran convicción: “La educación requiere de la libertad, la libertad requiere de la educación”. “Sin universidad libre y autónoma, se reducen las posibilidades de un desarrollo nacional independiente, se obstruye la democracia”. La autonomía universitaria, que tan fervientemente supo defender, adquirió rango constitucional en 1980 por iniciativa de otro gran rector: Guillermo Soberón.

    Sin duda, el mejor legado del rector Barros Sierra fue la forma como se condujo, el ejemplo vivo que supo encarnar durante los días más álgidos del movimiento estudiantil de 1968.

    Gastón García Cantú, en sus Conversaciones con Javier Barros Sierra (México, 1972, Siglo XXI Editores), ha dejado constancia de varios episodios dramáticos de dichos tiempos: cómo fue que estos transcurrieron y cuáles fueron, ante ellos, las reacciones del rector. Por fortuna, todavía viven para corroborarlo, muchos de los actores íntimos de tales sucesos: Fernando Solana, quien fuera su secretario general; Pablo Marentes, a la sazón director de Información; Miguel González Avelar, entonces director general del Profesorado, entre otros, fueron testigos cercanos, junto al rector, de esos intensos acontecimientos.

    Tomo prestado un fragmento de tales Conversaciones... que tiene que ver con un artículo que escribí en este mismo espacio (Disentir y aprender a disentir, EL UNIVERSAL, 01/09/10).

    García Cantú: “Usted defendió en esos días el derecho de los jóvenes a disentir, no hay duda”. Barros Sierra: “Yo diría que no sólo los defendí en ello sino que, lo digo simplemente con realismo y prescindiendo de falsas modestias, les di un ejemplo al respecto. Me manifesté públicamente como alguien que disentía de los actos y del estilo mismo del gobierno”.

    No eran, pues, sólo los argumentos, sino las actitudes. La sumisión, la obediencia incondicional, el silencio obstinado no eran compatibles con la forma de ser del ingeniero, como tampoco pueden serlo con la democracia.

    En 1970, poco antes de concluir su periodo como Rector, cuatro líderes estudiantiles del movimiento de 1968 (Luis González de Alba, Eduardo Valle Espinosa, Salvador Martínez Della Roca y Gilberto Guevara Niebla) le enviaron una carta, de la que extraigo algunas frases: “Por muy distintos caminos, y aunque algunos hayan iniciado el recorrido más temprano, los hombres se encuentran en un punto común, en un cruce de caminos: la rectitud […] ahora los jóvenes sabemos que para serlo no basta tener 20 años; sino también, muchas de las cualidades que caracterizan al rector de 1968 […] usted nuevamente viene a confirmarnos que no todo es sumisión ni alabanzas ante los poderosos […] con su labor en la Rectoría termina un periodo que tuvo para todos una importancia que aún no podemos apreciar […] en el recuerdo y en el afecto, se cierra un capítulo y se abre otro”.

    En efecto, pasaron 40 años, pero hoy, con la inscripción del nombre de Javier Barros Sierra en el Senado de la República, se abre otro: el reconocimiento del Estado al hecho de que la discrepancia es un privilegio de la libertad y en este caso también lo fue de la razón, de la justicia, de la inteligencia y del valor. ¡Viva la discrepancia!

    Ex rector de la UNAM



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