El arte de novelar

Inspiración en el interés público, responsabilidad, búsqueda de la verdad, de permanente justicia y del cumplimiento de los derechos humano ...
02 de septiembre de 2010
La estética de la violencia no puede prescindir del espacio. Tampoco de la fricción entre una realidad vertiginosa y cotidiana y una prosa parsimoniosa por su naturaleza poética. En Dos caminos, la novela de Paul Medrano publicada por Ediciones de punto de partida de la UNAM, en 2009, se cumple esta premisa con precisión. Ocurre en el México contemporáneo y está teñida de rojo.
Desde el principio el autor indica que será una novela dual. Desde el título, que entre otras cosas, es el nombre de un pueblo de 500 casas a 40 minutos de Acapulco, y una visión de que demasiadas cosas en la vida resultan de una doble opción. Igualmente, desarrolla un universo ficcional donde dos bandas de narcos casi desarticulan un país muy parecido al nuestro: una donde sobresale La muñeca, un asesino despiadado, otra, donde Miranda, igualmente cruel, es el principal operador. Tras ellos, hay jefes poderosos y alrededor numerosos elementos desempeñando trabajos normales como comandantes, meseros o presidentes.
Con capítulos cortos, Paul Medrano, nacido en ciudad Victoria, Tamaulipas en 1977 y avecindado en Zihuatanejo, crea un discurso lleno de símbolos provocadores donde la comparación con la vida diaria es inevitable: “No hay peor afrenta para un hombre que un balazo en la cara”, “Tenían al país entero de espectador y su poder era el único real en estas tierras”. “Financiamos las campañas de 135 diputados federales”. Esta simbología proyecta un país que es imposible ocultar, que oscila entre la ficción y la realidad peligrosamente, aunque los que pudieran implementar correcciones no lo vean. “Nunca se sabrá ninguna verdad respecto a hechos delictivos que tengan que ver, así sea mínimamente, con la gestión del poder”, advierte Leonardo Sciascia en una entrevista con Marcelle Padovani , aunque en cuanto puede nos consuela con aquello de que: “Escribir es creer un poco”, manifiesta el maestro siciliano, uno de los autores que mejor han tratado el tema de la violencia como símbolo identitario de una región, una actividad y una época.
Medrano formula una realidad caótica y confusa en dos planos alrededor de Miguel Miranda, que en uno es guionista sin trabajo y en el otro delincuente. La primera opción se diluye de inmediato ante la fascinación de la segunda que en un par de momentos se manifiesta como contracara de su complemento. En un discurso sutil, lo mismo que desgarrador y limpio, el autor consigue su mayor intensidad en el sicario que, “aprendió a no sentir”, cuya debilidad por Dakota, una bella muchacha, le proporciona el elemento humanista. El amor que atempera la maldad y también el dolor de la chica que es una víctima definitiva de las circunstancias, a tal grado que “cuando te cambia la suerte, se convierte en tu enemiga”, asegura el novelista, y que cuando la suerte está echada, de nada te podrás resguardar.
En Dos caminos queda claro que Medrano quiere contar su historia como un descubrimiento: el poder inimaginable de la prosa que induce a todos las travesías, a todas las sombras deslumbrantes y a todo lo infinito imposible. Una novela es el mayor misterio, por eso comparto con el crítico Arturo García Ramos su idea de que “El arte literario es un juego de espejos que oblicuamente proyectan sus reflejos”, de lo que evidentemente puede resultar cualquier narración. Medrano confiesa que en un momento dado concibió su novela como una baraja en movimiento, algo que podría dar cientos de resultados diferentes en los que el control no era prioritario. Todos sabemos que cuando los resultados son numerosos, el problema se desvanece; lo que me parece que ocurrió en ese ejercicio es muy sencillo y revelador: la novela había encontrado un autor.
Hay frases que me incitan porque son la base de un género inasible y el indicador más confiable de que estamos ante un autor, que no obstante ser su primera novela, muestra oficio: “El confiado siempre es la víctima”, “un hombre nunca sale a la calle sin dinero y sin cigarros”. Es una manera efectiva de sostener el minimalismo que un grupo de jóvenes escritores mexicanos mantiene como parte de su poética y la posibilidad de crear atmósferas seguras.
Contar la violencia es un reto donde los espejos de García Ramos se vuelven oscuros, movedizos, veneros de ciclones. Dos caminos, finalista del “virtuality” literario Caza de Letras 2008, es una novela que atrapa y no consiente distracciones. El lenguaje es preciso, lo mismo que su estructura y la emoción que corre con una frase sensacional desde el principio: “Subida o la tuya”, que como verán, no se agota en un disparo.


