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Guillermo Osorno

Las chicas de Donceles

GUILLERMO OSORNO estudió periodismo en la Universidad de Columbia. Fue reportero de investigaciones especiales en el periódico Reforma y edit ...

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    26 de agosto de 2010

    La cita era a las 10 de la mañana, pero el guía llegó veinte minutos tarde a la esquina de Mina y Reforma, donde ya lo esperaban los paseantes que se inscribieron al tour literario. Sólo que el sábado pasado, un día particularmente esplendoroso, el paseo era distinto a los que normalmente organiza la coordinación de literatura del INBA. El guía no era una vaca sagrada, sino un joven escritor en sus treinta y tantos años, Sergio Téllez-Pon, poeta, editor de una colección de literatura gay y conductor de un programa gay de televisión. Y no se trataba de revisar el centro con los ojos de los autores clásicos mexicanos, sino bajo la luz de La estatua de sal, las increíblemente divertidas, pero igualmente escandalosas memorias de juventud del gay más famoso y abierto en la historia de México: Salvador Novo.

    Por eso, cuando el guía se enfrentó a su público, respiró profundo. En lugar de una mayoría gay que pensó se iba a encontrar, lo esperaban los clientes habituales: un grupo de cerca de 20 personas, gente grande, que se conocía entre sí y había hecho ya otros paseos literarios.

    Con todo, el guía decidió continuar con la política detrás del paseo. Hacer visible una historia que no ha sido suficientemente contada.

    La publicación de La estatua de sal, más de veinte años después de la muerte de Novo, había echado una luz valiosa sobre el mundo en el que vivían los homosexuales de la ciudad de México en los años posteriores a la revolución mexicana. Así, el paseo comenzaba en la esquina de Mina y Reforma. Normalmente Novo se encontraba allí con uno de sus mejores amigos, Xavier Villaurrutia, de camino a la Escuela Nacional Preparatoria, donde los dos estudiaban.

    Alguien del grupo preguntó:

    –Villaurrutia y Novo ¿eran…?

    –¿Eran qué? –dijo Téllez-Pon

    –¿Novios?

    El guía les dijo que no.

    Téllez-Pon llevó al grupo al templo de San Diego, en el margen de la Alameda, donde la Inquisición quemaba en la época colonial a los homosexuales y otros heterodoxos. Alguien más del grupo hizo un comentario atinado sobre los matrimonios gay y la reacción de la Iglesia. De allí partieron a la calle de Madero, antes Plateros. Según Novo, durante el porfiriato pululaban por aquellas calles algunos padrotes que arreglaban las citas entre los jóvenes necesitados y los adinerados burgueses. Las cosas no cambiaron después de la revolución. En el café La Pagoda, a donde el grupo se metió a tomar un café, el guía leyó en voz alta un fragmento del libro. Novo relata que él encontraba miradas de soslayo cuando caminaba por Madero: “Allí, en guardia a la puerta de El Globo, estaba siempre con su bastón, sus polainas y su pince-nez, sus bigotes grises aderezados, el señor Aristi, a quien llamaban La Nalga que Aprieta”.

    La gente parecía divertida. El guía siguió leyendo sobre un personaje al que apodaban La Tamales porque hacía sus conquistas invitando a merendar a sus prospectos, y sobre otro llamado La Madre Meza, que hacía circular muchachos entre sus amigos ricos.

    Una señora dijo con buen espíritu: “Uy, esto parece un recorrido porno”.

    El resto del paseo les dio para hablar no sólo de las descarnadas aventuras sexuales de Novo y sus amigos, sino también de las peleas entre Novo y Diego Rivera, de José Vasconcelos, de la Escuela Nacional Preparatoria, en fin, del clima cultural literario en la ciudad en aquellos años.

    Apostados frente a un edificio en la calle de Donceles y Argentina, el guía señaló un quinto piso donde vivieron Villaurrutia, Novo y su pareja, apodado La Virgen de Estambul. A los tres les apodaban Las chicas de Donceles.

    El paseo terminó tres horas después de comenzado. Los paseantes estaban alegres y parecían interesados en saber más. El guía los invitó a leer las crónicas de Novo.

    Una vez que se dispersaron, Téllez-Pon se sintió aliviado.

    Había logrado sin problemas señalar ciertas cosas por su nombre y que aquellos señores escucharan otra historia de la ciudad.

     



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