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Gabriel Guerra Castellanos

¿Y ahora que?

Es presidente y director general de Guerra Castellanos y Asociados, empresa líder en temas de comunicación estratégica.

Tiene una ampl ...

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    12 de julio de 2010

    Han pasado ya diez años del parteaguas que fue la elección presidencial del año 2000, y nos encontramos frente a un escenario que pocos se habrían imaginado.

    Las primeras sorpresas se dieron por todo lo que NO sucedió cuando salió el PRI de Los Pinos. Las expectativas generadas en torno al cambio eran tales que ni siquiera hacía falta que el presidente entrante las alimentara, pero lo hizo y con ello puso la mesa para las posteriores desilusiones. Es tarde para lamentarnos por todo lo que no sucedió y todo lo que colectivamente dejamos de hacer como país, pero tal vez es un buen momento para reflexionar acerca de lo que viene ahora.

    Las lecciones de la más reciente jornada electoral no tienen desperdicio. Independientemente de las simpatías y antipatías de cada quien, no parece haber mucho que celebrar para la mayoría de los actores involucrados, excepción hecha, por supuesto, de los candidatos ganadores (al menos los no impugnados) y de uno que otro factor de peso extraordinario, como pudiera ser el caso de la lideresa de facto del magisterio y del partido Nueva Alianza, Elba Esther Gordillo.

    Los supuestos tres grandes partidos son los principales perdedores. El PRI, por más que intente hacer sumas y restas que demuestren su triunfo, ha perdido a un número muy significativo de futuros votantes, si es que nos basamos en la premisa (o en la añeja práctica) del voto corporativo o inducido en las zonas más pobres o marginadas del país. Salir del palacio de gobierno en Oaxaca y Puebla no solo implica tener dos gobernadores menos de los esperados, sino también perder el acceso a recursos políticos, económicos, sociales y electorales que desde ahora resultarán cruciales para decidir las elecciones presidenciales en el 2012. De las cuatro grandes reservas de votos para esa lid a la que todo ha apostado, el PRI solo conserva Veracruz, a duras penas, y parcialmente a Chiapas. Y al argumento de que perdió tres pero recuperó tres, solo puedo decir que, con todo respeto a cada una de las entidades federativas, no es lo mismo ganar Aguascalientes, Tlaxcala y Zacatecas que perder Oaxaca, Puebla y Sinaloa.

    En el PAN se felicitan porque les salió bien la apuesta de las alianzas, y triunfaron coaligados (o colgados) en los tres estados mencionados, pero olvidan convenientemente que ninguno de los candidatos ganadores es ni lejanamente panista, y que sin alianzas el partido en el poder no gana ni un volado. Logró desbancar al PRI en tres estados importantes, es cierto, pero no ganó propiamente en ninguno de ellos, y está por verse si el comportamiento futuro de esos tres gobernadores será lejanamente afín a los intereses del PAN o del gobierno federal.

    Algo parecido sucede en el PRD, donde no solo no ganan un volado, sino que además ven cómo se fortalece en Oaxaca una corriente que ha sido y probablemente siga siendo muy cercana a Andrés Manuel López Obrador, quien no deja duda de que viene con todo y por todo para el 2012. Por si eso fuera poco para la dirigencia del PRD, sus magros resultados en algunas entidades del norte de México hacen risible su pretensión de ser un partido nacional.

    Para el gobierno federal viene un periodo aun más complicado en su relación con las principales fuerzas políticas, pues los priístas verán con cada vez mayor sospecha cualquier intento de diálogo o negociación, los perredistas empezarán a ver las barbas de sus vecinos cortar y los panistas se darán cuenta de que la ruta para conservar el poder es cada vez más cuesta arriba. Los incentivos para lograr reformas estructurales o cambios de fondo en asuntos de interés nacional son consecuentemente menores con cada día que pasa.

    Ha ganado, tal vez, la sociedad, que pudo demostrar en algunos casos que SÍ es posible vencer a los candidatos del sistema, y que SÍ hay consecuencias —a veces, al menos— para quienes han hecho del descrédito y el desprestigio una forma de vida. Las derrotas contundentes de los candidatos del PRI en Oaxaca y Puebla lo son también de sus gobernadores que felizmente pronto ya no lo serán más: Mario Marín y Ulises Ruiz han cosechado lo que sembraron.

    Y ha ganado también, y esto es algo verdaderamente bueno, la incertidumbre. Quienes pensaban que tenían una candidatura o el poder en la mano han visto lo volátil, lo pasajera que es la fama antes de su debido tiempo.

    Han terminado para muchos los días de cantar victoria, y comienzan ahora los de trabajar duro por alcanzarla.

    gguerra@gcya.netwww.twitter.com/gabrielguerrac

    Internacionalista



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