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Carmen Boullosa

La oro blanco en Tamaulipas

Carmen Boullosa, novelista, poeta y dramaturga, premios Xavier Villaurrutia, Liberaturpreis de la Ciudad de Frankfurt, Anna Seghers de Berlín, ...

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    01 de julio de 2010

    La Bagdad mexicana tuvo sus mil y una noches, pero no muchas más, le tocó en suerte una vida mucho más corta que la de su mítica homóloga, y le faltó Scherezada -pero no historias-. Nació cuando perdimos la mitad del territorio nacional, cerca de 1847, como un pueblecillo de pescadores en la boca del Río Bravo, fronterizo desde su nacimiento. Su época de gloria coincidió con la Guerra Civil del vecino del norte. El Presidente Lincoln decretó (en 1861) el bloqueo comercial de todos los puertos de las fuerzas del sur, para tronar los bolsillos de los esclavistas. Éstos no se quedaron con los brazos cruzados, tenían que mercar el algodón que cultivaban con sus esclavos para abastecerse de armas.

    Bagdad era un puerto natural y por estar del otro lado del río quedaba fuera del bloqueo. Sólo había que transportar el oro blanco, el algodón esclavista por tierra hacia el Río Bravo. Bandas de “bandidos” fronterizos (o vaqueros y aventureros que operaban al margen de la ley) custodiaban el transporte, protegiéndolo de otras bandas y bandidos (y cuidando no los vieran los federales, los yankees).

    Bañada por la riqueza generada por el tráfico del algodón, en menos de tres años, Bagdad se convirtió en un rico puerto de intensa vida comercial, con 15 mil habitantes -comerciantes y aventureros llegados de todo el mundo-. De Bagdad, los barcos de vapor salían cargados de algodón hacia Nueva Orleans, La Habana, Nueva York, Boston, Barcelona, Hamburgo, Bremen y Liverpool.

    El Presidente Juárez entendió la importancia estratégica de Bagdad. También Maximiliano y los franceses invasores, de ahí la Batalla de Bagdad del 4 de enero de 1866 que ganaron las fuerzas juaristas.

    (El “Daily Ranchero”, periódico fronterizo promaxiliano, antijuarista, antiwashington, muy antiafroamericano publicaba diatribas denostando a tirios y troyanos, sobre todo si no eran esclavistas. Los soldados negros estacionados en las inmediaciones del río Bravo enrolados al norte en el ejército yankee, o voluntarios al sur en las fuerzas juaristas, odiaban el “Daily Ranchero”, lo mismo que los cimarrones escapados de amos “sureños”. Pero ésa es otra historia, y ya no cabe aquí).

    Cuando se acaba la Guerra Civil del norte, el tránsito de algodón a Bagdad se esfuma, ¿por qué iban a repartir sus ganancias con los “greasers” del sur? La tirria antimexicana, el racismo, está a peso. Los Texas Rangers incursionan de vez en vez. La gloria de nuestra Bagdad se desvanece.

    En 1867, el año en que Maximiliano es fusilado en México, un huracán golpea Bagdad: la tormenta, de 80 millas de ancho, pega en México después de haber visitado las costas de Texas. El agua entra tierra adentro, arrastrando consigo las embarcaciones, destrozando las más. Noventa habitantes de Bagdad se habían refugiado en el barco de vapor “Antonia”, la tormenta los arrastra cinco millas tierra adentro; cuando amaina el huracán, están del lado tejano del Río Bravo, y bien lejos de la ribera. “Todo se perdió, nada se salvó, ni siquiera nuestras provisiones”, escribió un bagdeño. Tras el huracán, el hambre asoló el puerto. El “Tamaulipas no. 2” transportó a 140 residentes, posiblemente anglos, de Bagdad hacia Brownsville para salvar sus vidas.

    Bagdad se declaró poblado inexistente en 1880. Otros huracanes habían golpeado el área, pero sobre todo el mercantil: hacía décadas que había dicho adiós al oro blanco. El huracán de 1889 dejó inhabilitado del todo al puerto.

    Hoy se ha fundado una Bagdad nueva, una playa también tamaulipeca, para recordar el puerto antiguo. La arena es blanca, como un oro blanco, pero lo que se trafica al margen de la ley en sus inmediaciones (y en gran parte del territorio del continente) no son pacas de algodón. También requiere esclavos, atropella los derechos de la ciudadanía y genera desbocada violencia; vuelve a las personas desechables; ha desatado una guerra. Custodian su camino bandas de forajidos, lo trafican ambiciosos atrabiliarios armados con armas extranjeras, forrados de la protección de fortunas que se reproducen mientras van corrompiendo y asesinando.



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