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Magdy Martínez-Solimán

La paz no es tabú



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    07 de junio de 2010

    Se celebra en estos días el Día Internacional del Personal de Paz, más conocido por su distintivo elemento del uniforme como los Cascos Azules de las Naciones Unidas. Son los hombres y mujeres dedicados al mantenimiento de la paz en el mundo. Son voluntarios, civiles, policías y militares —no conscriptos— que no enfrentan grandes riesgos por la noble causa de defender a su patria. Lo hacen por proteger la paz, muy lejos de sus hogares, allá donde comunidades sufren por desastres naturales, pobreza y conflictos armados.

    Desde la creación de la ONU el conflicto armado se ha transformado, y así los métodos para conciliar la paz. Después de la guerra fría, los conflictos intraestatales reemplazaron a las guerras entre Estados. Las confrontaciones entre ejércitos regulares fueron sustituidas por rebeliones y contrainsurgencias, guerrillas y levantamientos. Los actores de estos nuevos conflictos, desde grupos insurgentes hasta bandas criminales, desde ejércitos de niños soldados hasta otros en los que se mezclan la lucha armada y el tráfico de armas, el crimen organizado, la piratería y el narcotráfico, han adoptado diferentes herramientas para hacerse la guerra. No existen normas internacionales, no hay ius in bello, que rijan a estos actores; ni respeto por los inocentes en los conflictos que protagonizan muchos de ellos. Un resultado terrible de la naturaleza cambiante de los conflictos ha sido la creciente vulnerabilidad de la población civil. Surgió el fenómeno de los niños soldados al que me refería, fáciles de reclutar y entrenar pero cuyo adoctrinamiento deja cicatrices emocionales y sociales imborrables. Las mujeres y niñas se convirtieron en presas de venganzas y víctimas de crímenes de guerra. La violencia de género se adicionó al arsenal como la forma más execrable, pero desgraciadamente generalizada, de conducir un conflicto.

    Nuestras misiones de paz se han ido adaptando también a las nuevas necesidades. El año pasado, el secretario general lanzó una campaña para elevar el número de Cascos Azules femeninos al 20% en unidades de policía y al 10% en contingentes militares. Hemos llegado al 8% en la policía pero nos mantenemos en el 2% en las Fuerzas Armadas. Dependemos para lograr un mayor equilibrio de las tropas que contribuyen los países que las aportan, y dichos países tampoco tienen muchas profesionales policiales o de la milicia. Tratamos de sensibilizar a estos países ya que está probado que el despliegue de personal de paz femenino aporta ventajas considerables, especialmente en zonas de conflicto donde se ha ejercido violencia sexual. La primera unidad de policía femenina fue desplegada en Liberia en 2007, y tuvo considerable éxito en esta tarea de crear un espacio de seguridad para niñas y mujeres víctimas de violencia sexual. Hemos desplegado asimismo un contingente importante de mujeres en Darfur, y estamos planeando el envío de una unidad femenina de Policía de Bangladesh a Haití, donde la violencia sexual afecta a las mujeres en los campamentos de desplazados internos.

    La limitación de la contundencia de las OMP deriva de su respeto intrínseco hacia los actores del conflicto mientras no hayan cometido crímenes de guerra o contra la humanidad. Son estas operaciones un instrumento radicalmente distinto de la injerencia en asuntos domésticos, ya que necesitan de la autorización local. Son lo contrario de una injerencia, ya que sólo pueden desarrollarse por invitación. No se puede imponer la paz como se imponen el conflicto, la guerra y el sufrimiento. Para establecer la paz, el consentimiento de los actores locales es imprescindible. Para mantener la paz, ésta debe ser establecida o al menos ansiada por el Estado afectado y los beligerantes implicados. El mantenimiento de la paz requiere de un cese el fuego, de consentimiento y, aunque resulte tautológico, de que haya una paz que mantener.

    Las misiones de paz, ahora principalmente multidimensionales, además de terminar con conflictos armados, también atienden a países víctimas de catástrofes naturales, restablecen funciones vitales del Estado, como la ley y el orden, o la organización de elecciones. Las nuevas responsabilidades a asumir incluyen desde apoyo a la administración pública, restructuración de instituciones para el estado de derecho y gobernabilidad local, protección de derechos humanos e incorporación de la perspectiva de género hasta funciones básicas de reconstrucción tras un desastre natural, como es el caso de Haití. El cumplimiento del mandato de una OMP depende del éxito de la integración e interdependencia de sus tres componentes: militares, policías y civiles. La coordinación bajo el mando político de las misiones es una responsabilidad conjunta de los actores de paz, de desarrollo y humanitarios. Una ilustración de esas tareas coordinadas se dio en Bosnia, donde, durante cuatro años de guerra, alimentamos cada día a 3 millones de personas —la única guerra moderna en la que nadie ha muerto de frío o de hambre.

    América Latina es una región con compromiso y solidaridad hacia la resolución de conflictos y los desastres naturales. Catorce países contribuyentes de tropas militares y policiales son de América Latina o del Caribe, especialmente del Cono Sur. Uruguay es el primer contribuyente de la región y el décimo contribuyente mundial de tropas militares y policiales. En 2010 hemos alcanzado el más alto nivel histórico de participación en las operaciones con más de 120 mil tropas militares y policiales. México por su parte es uno de los mayores contribuyentes financieros del mundo a las operaciones. En todas las ocasiones en que ha sido posible y prudente, hemos abogado por un cambo de rumbo, dentro de la constitución y en base a un deseable consenso entre los partidos políticos del país. Creemos que se dan las condiciones para ese cambio histórico de compromiso: del apoyo financiero a la participación de las Fuerzas Armadas, con todas sus consecuencias. México es el único gran país que contribuyendo con sus recursos financieros, sería muy apreciado si se incorporase con sus tropas a esta comunidad de naciones de paz; y las operaciones de paz de la ONU son la única de las grandes citas mundiales a la que aún falta por acudir México con sus Fuerzas Armadas. Un actor global tiene que asumir responsabilidades. México es un actor global.

    Estamos atravesando un momento especial, en el que el debate del asunto en todo caso ya no es tabú. Hoy, México, presidente del Consejo de Seguridad de la ONU, decide y decide mucho en materia de estas operaciones. El debate serio, profundo, meditado, que está teniendo lugar en México, merece todo nuestro respeto. Ese debate es la mejor señal. Ningún gobernante serio, ningún Congreso serio, autoriza el envío de tropas a lugares de peligro sin hacer una reflexión a fondo. México tiene gobernantes serios y un Congreso democrático y plural. Por ello confiamos en los frutos de ese debate y aguardamos sus resultados con esperanza. La palabra que queda, la que lleva a los Cascos Azules a desempeñar su misión, es precisamente esa, la que también está en el corazón de los pueblos a los que socorren. Es terminar con el sufrimiento lo que intentan, es esperanza lo que traen, y es un futuro mejor lo que prometen. Por eso conmemoramos hoy a quienes portan con orgullo un casco azul, símbolo de paz y de solidaridad internacional.

    Coordinador residente de Naciones Unidas en México



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