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Rodolfo Echeverría Ruiz

Ciudadanía y laicidad

Ex presidente de la Fundación Colosio A.C. Fue diputado federal por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la LVIII Legislatura y se ...

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    28 de mayo de 2010

    Hace 100 años nació Adolfo López Mateos. Presidente señero, creador de libros gratuitos, laicos y democráticos destinados a educar para la ciudadanía a millones de niñas y niños mexicanos.

    Los inseparables conceptos de laicidad y de ciudadanía se corresponden. Existe una vinculación dialéctica entre ambos. Esa idea filosófica se asienta en la conquista de la autonomía moral del individuo, en el ejercicio del autogobierno inherente a cada una de las personas.

    Tránsito, camino abierto, movimiento perenne, la ciudadanía se define por su naturaleza evolutiva. Se reelabora y madura de manera continua. Un derecho ejercido prefigura a otro. Una libertad vivida inaugura nuevas libertades.

    La filosofía de una tolerancia creativa nutre a la creciente diversidad mexicana y ayuda a construir el modelo de ciudadanía social inherente al proceso democrático sujeto como está el nuestro a numerosos y difíciles procesos de consolidación, a pesar de sus notorios rezagos en el país.

    La sociedad secularizada de hoy reconoce sus raíces en la pluralidad. Aludo a una pluralidad no sólo política e ideológica. Pienso también en la pluralidad moral y en la convivencia civilizada —protegida y garantizada por leyes laicas— de todos los modos de pensar y sentir, amar y luchar, hacer, decir y decidir.

    El ciudadano abierto y secularizado no puede ser antirreligioso ni jacobino: respeta a todas las expresiones del llamado hecho religioso.

    Laicos merced a la eficacia de su andamiaje jurídico y a su continuo proceso secularizador, el Estado y la sociedad tienen hoy la obligación —también es una exigencia del futuro— de educar a las niñas y a los niños de México dentro del espíritu laicista encaminándolos hacia el ejercicio cabal de la ciudadanía democrática.

    Las libertades enraizan y brotan, se desarrollan, se consolidan y perfeccionan al influjo de la juridicidad laica. El carácter moderno del Estado, y su natural condición democrática, se identifican con las mejores ideas del liberalismo clásico.

    En nuestro caso ese liberalismo ha venido decantándose hacia vetas señaladamente sociales a la vista de unas instituciones republicanas cuya fuerza interior las torna capaces de configurar a un Estado multiplicador de nuevos derechos y nuevas libertades.

    En el mundo democrático avanzado ha vuelto a plantearse, tanto en los ámbitos públicos como en los privados, la importancia axial del ciudadano en la vida cotidiana y, con ímpetu creciente, en las perspectivas de su existencia personal y comunitaria de cara al porvenir. Toda democracia con futuro concibe al ciudadano —al concreto, al de carne y hueso, al de aquí, al de ahora— como punto de partida y puerto de llegada del complejo esfuerzo jurídico y político, económico y cultural de la sociedad moderna.

    El concepto de ciudadanía en el siglo XXI trasciende las fronteras democráticas consideradas habituales. Va mucho más allá de garantías, libertades y derechos hasta ahora conocidos. Se asienta en el corazón mismo de una pluralidad secularizada cuya fuerza mueve a la sociedad en sentido progresivo y en los ámbitos más disímbolos de la cultura: la ciencia y el arte, el derecho y la medicina, la sexualidad…

    Y si bien los mexicanos nos desenvolvemos al amparo de una verdadera cultura laica arraigada en la conciencia nacional desde los años de la reforma juarista (1859-60), resulta imprescindible y urgente dar muchos pasos hacia adelante en nuestro aún incipiente camino en busca del pleno ejercicio ciudadano y de la continuidad invicta de nuestro proceso secularizador. Laicidad y ciudadanía son categorías sinónimas en esta hora. Una no puede entenderse sin la otra.

    Consejero político nacional del PRI



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