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Alfonso Zárate

La visita

Alfonso Zárate Flores, Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario, GCI. Académico, actor político y analista de los fenómenos del ...

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    25 de marzo de 2010

    México está en el radar de la seguridad nacional de EU, y no es una buena noticia. No lo es, por la vecindad y por la asimetría en términos de poder económico, militar, tecnológico, institucional, y porque su preocupación por los desarreglos en su frontera sur puede traducirse en una creciente injerencia en los asuntos internos.

    Más allá de la agenda y de las declaraciones conjuntas, el verdadero mensaje de esta visita está en el calibre de la comitiva —México jamás había recibido una visita de esta importancia, que incluyó al jefe del Estado Mayor conjunto—, una visita, ciertamente programada, pero que precipitó los hechos en Ciudad Juárez: los asesinatos de tres personas vinculadas al consulado.

    Una visita que habla de la preocupación que prevalece en los más altos espacios de decisión del gobierno del presidente Obama por el descontrol perceptible en su frontera sur y los riesgos que entraña en dos materias altamente sensibles en términos de su seguridad nacional: el tráfico de drogas y la posibilidad de que los terroristas aprovechen la porosidad de la frontera para ingresar a territorio norteamericano.

    México muestra resultados de sus acciones en la lucha contra el narcotráfico, es cierto, pero estos indicadores son, por decir lo menos, insuficientes. Lo que importa no es cuánta droga decomisan y destruyen, cuántas armas incautan, cuántas personas son presentadas ante el Ministerio Público, cuántos cargamentos interceptan, sino cuántas bandas han sido desarticuladas, cuánta droga sigue entrando a EU, cuánto terreno le hemos arrebatado al narco, cuánto daño se la ha provocado en ese flanco tan caro para cualquiera: sus finanzas, cuánto hemos avanzado en el saneamiento y blindaje de las instituciones…

    Pero ahora nuestros vecinos tienen otra preocupación: le temen a la contaminación, quizás por allí esté la explicación de los crímenes del sábado antepasado: un atentado que buscaría intimidar a las autoridades carcelarias de El Paso, Texas; de ser así, entonces, ya empiezan a experimentar el descontrol pandilleril en sus ciudades sureñas; la compra o intimidación de autoridades, los asesinatos de los suyos.

    Las agencias de inteligencia de EU tienen información dura sobre la situación en México, quizás mejor que la de su contraparte mexicana, porque disponen de recursos tecnológicos superiores: satélites, agentes infiltrados, informantes que forman parte de nuestros cuerpos de seguridad… saben el estado real de nuestras instituciones y de sus mandos. Los gringos ya se dieron cuenta de que la estrategia de la administración de Calderón no está dando resultados y que se está agotando el “último recurso”. Hoy las Fuerzas Armadas ya no son el resorte definitivo: ya dejaron de ser el poder que inhibía, que disuadía a la delincuencia organizada; hoy los narcos le han perdido el respeto a nuestros soldados; las bandas criminales juegan la guerra de guerrillas: pegan y huyen y, para colmo, los casos recurrentes de violaciones a los derechos humanos y las bajas “colaterales” de civiles inocentes, constituyen una censura creciente y una exigencia para regresar a los soldados a los cuarteles.

    Pero en los acuerdos bilaterales hay, al menos, dos ingredientes nuevos: el reconocimiento de que esta es una tarea compartida (la corresponsabilidad), lo que implica la aceptación de que el gobierno estadounidense no está haciendo lo suficiente para reducir el consumo de drogas entre sus nacionales, ni para frenar la venta de armas a los cárteles. El segundo ingrediente es el compromiso de fortalecer la cohesión social. Más que las armas, las semillas, los abonos y la asistencia técnica hacia las comunidades; más que las balas, la multiplicación de guarderías, escuelas, espacios deportivos y empleos dignamente remunerados, “creando comunidades más fuertes que puedan resistir la influencia de los cárteles”, en palabras de la secretaria de Estado, Hillary Clinton. Una estrategia de gran calado, una apuesta de largo plazo y que no dará efectos inmediatos.

    Durante muchas décadas, México no dio motivos de alarma a los norteamericanos. Corrupto y autoritario, el régimen político era eficaz para controlar la disidencia interna: nuestros comunistas (todos los disidentes eran, para efectos gubernamentales, comunistas) estaban controlados, muertos o encarcelados. Pero hoy los grandes decisores en EU ya no creen en las capacidades del régimen mexicano, en los viejos usos, para mantener bajo control a los actores antisistémicos.

    “Ya le llegó el agua a los aparejos” a los gringos. Y frente a esto, el gobierno mexicano parece carecer de estrategas y de estrategias eficaces. Parece que la estrategia nacional se llama “palos de ciego” y la táctica: “ensayo y error”.

    Presidente del Grupo Consultor Interdisciplinario



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